Cabeza, corazón, modales y espíritu

    

(Emma le cuenta una confidencia a Harriet Smith en la película de 1996) 

     He aquí los cuatro elementos que Jane Austen (Steventon, Inglaterra, 1775-Winchester, Inglaterra, 1817) muestra en sus personajes. Cabeza, corazón, modales y espíritu (head, heart, manners y spirits). Por eso las descripciones físicas son tan escasas y, cuando aparecen, solo sirven para aportar un detalle que ayude a entenderlos. Esa es una de las características de su estilo literario y yo diría también de su concepción de la escritura, incluso de la vida. En lo que se refiere al aspecto físico algunas pinceladas bastan pero nunca tienen un aire hiperbólico, no son esenciales. No hay grandes bellezas ni fealdades, ni deformidades exageradas, sino gestos, miradas, movimiento de las manos, andares, todo eso que forma la imagen de una persona mucho mejor que los rasgos puramente físicos. Por eso mismo, de Elizabeth Bennet dice que tiene unos ojos expresivos, un aire ingenioso y una figura agraciada. Y de la misma forma se refiere al porte noble del señor Knightley. O al estilo aristocrático de Darcy. Y, desde el otro lado, a la bastedad de la señora Bennet, a la parsimonia perezosa de su marido o al aire mundano pero frívolo e insustancial de las hermanas de Bingley. Estos son algunos ejemplos que señalan su manera de definir a los personajes. 

        Solo con Emma se permite la licencia de escribir, y al principio de la novela, a modo de carta de presentación de esta protagonista tan peculiar "Emma Woodhouse, guapa, inteligente, rica, risueña por naturaleza y con una casa magnífica, parecía reunir algunas de las mayores bendiciones de la existencia..." Podemos detenernos en esta definición. La belleza, a la que ella alude muy raramente; la inteligencia, que es un elemento omnipresente en sus descripciones y al que le da enorme importancia; la riqueza, la única forma que tenía una mujer entonces de no ser dependiente de los parientes varones; la risa, como rasgo de carácter que define a una persona, en este caso, además, de una manera natural, sin impostaciones y, por último, "una casa magnífica", algo que Austen nunca tuvo, ni en propiedad ni prestada, y que era uno de sus mayores deseos, porque significaba ser de algo, pertenecer a algo, tener la seguridad de una vida plácida. 

       En un interesante libro publicado por la Universidad de Málaga en su colección Textos mínimos, escrito por Nieves Jiménez Carra y titulado "La traducción del lenguaje de Jane Austen" se pone de manifiesto el cuidado que la escritora ponía en toda la redacción de sus textos, incluidos el vocabulario, la sintaxis, el uso de términos específicos y, en general, todo lo que denota que no solo escribía, sino que corregía, volvía a escribir, reescribía y, en suma, dedicaba mucho tiempo a perfeccionar sus novelas. En el libro se distingue la forma de utilizar el lenguaje por el narrador y, por otro lado, los diálogos y elementos más coloquiales. En cuanto a estos, se han realizado estudios de frecuencia de palabras así como de expresiones, latinismos y otros aspectos de interés que aún resultan más curiosos si tenemos en cuenta que, salvo la presencia mínima de criados con diálogo (escasísimos) los personajes que aparecen en las novelas pertenecen todos a la misma clase social, con algunas excepciones de aristócratas. 

       Todo esto contradice el aserto familiar de que Austen era una especia de escritora aficionada que, en los ratos libres, se dedicaba a emborronar cuartillas. Sería imposible la perfección conseguida en sus libros de ser así. Aunque no dispusiera de una habitación propia, aunque la faceta de escritora la llevara muy escondida, esto no quiere decir que no tuviera perfecta conciencia de su talento, de su capacidad, de su necesidad de plasmar por escrito sus impresiones, ideas, sentimientos e imaginación. De ahí su vigencia, de ahí su lozanía, de ahí su vigor. Y todas las innovaciones temáticas que introdujo en sus novelas y la forma en la que su escritura puede leerse ahora con perfecta sensación de actualidad, al contrario de lo que ocurre con sus contemporáneos.

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