Leonora
[Retrato de Leonora Carrington ©Lee Miller Archive]
Lo mismo da que sea en papel de embalar o en una servilleta hallada en la cafetería de la esquina. O en un aeropuerto, una de esas tiras de colores que se adosan a las maletas para cuando se pierden. Escribir un poema, leer un libro, anotar en sus páginas los dictados del viento, acunar un secreto o dibujar, en el espacio blanco de un folio sin usar, la imagen de una nube o de unos pájaros.
Ser libre, en realidad, se tiene que parecer un poco a esto. Tiene que ser bastante insoportable andar atada siempre a una mentira, incluso a una verdad, por muy grande que sea. Tiene que ser difícil, destructivo, pensar mal de una misma y creerse que todo, todo lo que ha encontrado y pulido con el paso del tiempo, hay que desatornillarlo y mandarlo a paseo. No es justo, ni parece bonito hacerlo así.
Quizá en los ojos firmes hallaré algún secreto que todavía no estuvo en la órbita que trazo cada día. En las páginas de un libro mil veces releído hay una frase que tiene la razón de ser de la búsqueda que ni siquiera yo conozco. Esto que tengo no es mío, pero quiero tener algo que tampoco lo es. Estoy en el camino pero no sé de qué. Esa es la incertidumbre, la duda, pero mucho peor saber que todo se termina en azul y que no se prolonga en verde o en violeta.
Dónde la libertad que se narra sin quererlo ocultar y sin doctrinas...Dónde el tierno espejismo de la llama...Dónde se asienta duradera la historia que terminó sin que pudieras verla en su conjunto...Dónde yo, al otro lado de una ventana abierta, solo entreabierta, una sola rendija, un acto único de asomarse a conciencia a todos los abismos. Tiene que ser pájaro, paloma, ruiseñor o suave terciopelo. Tiene que ser llamada y no certeza. Nada es cierto, salvo que aquí la libertad no puede canjearse por un bono para cruzar el río en una barca que está a punto de hundirse.
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