Ámame de cualquier modo



Apretadísimos corsés, enaguas de seda roja, sombrillas y sombreros, abrigos de terciopelo, vestidos blancos para coquetear, vestidos rojo sangre para la luna de miel, vestidos verdes para pedir dinero, vestidos negros para mover los pies al ritmo de la música, guantes de finísima gamuza, combinaciones de encaje, mañanitas de suave lana, chalecos bordados…

Una chica de rostro angelical, mirada violeta, boca traviesa, sonrisa cautivadora, manos delicadas, cuerpo tibio…Una chica nacida en la India, una chica que emerge, de sorpresa, en el momento en que arde Atlanta. La chica no sabe lo que quiere, no sabe a quién ama de verdad, la chica busca un imposible y, al fin, se da cuenta de que se ha equivocado, de que siempre ha mirado en la dirección errónea. Es una chica díscola, atrevida, coqueta. Es, por siempre, Escarlata, Escarlata O´Hara. Mueve con sensualidad su 1,61 de estatura y tropieza, allá abajo, en la escalera, con un hombre muy alto, de 1,85, vestido elegantemente, con la mano cruzada sobre el chaleco, los ojos reidores y un gesto que parece besarla a lo lejos. 

Un hombre de verdad. Cínico, vividor, interesado, escéptico, lejos de casi todos, sin creencias, capaz de cualquier cosa por ganar dinero. Atractivo. Osado. Sin escrúpulos. Firme. Un hombre que, en la vida real, estuvo cinco años sin poder rodar un plano porque la mujer de su vida se había ido estúpidamente en un accidente de automóvil. Rhett Butler. Desde el primer momento sabe lo que quiere, sabe que la quiere. Sabe que no puede decirlo, que tiene que callarse, sabe que el silencio es su mejor aliado, que tiene que llegar otro tiempo en el que los sentimientos afloren…Sabe todo eso, pero no que los silencios engañan y que el engaño no tiene vuelta atrás. Por eso ha tirado por la borda la única posibilidad de ser feliz. “Francamente, querida, me importa un bledo“. Vuelven el descreimiento y la soledad. 


Los cuatro protagonistas de esta película tan famosa, que batió todos los récords de recaudación en taquilla y que los volvería a batir ahora, ahora mismo, en este mundo, “Lo que el viento se llevó“, sienten equivocadamente, aman sin abrir su corazón del todo, miran a un lado incierto, buscan lo que no podrán encontrar. Un cruce de palabras sin sentido, un fuego en el alma que no se apaga, la resignación que es lo contrario de la pasión, la pasión llena de recelo, que es un dolor que abrasa. No existen los abrazos, no existen las manos que se tocan, no existe la ligereza de los pies en el baile…es la guerra. 

Scarlett, Melanie, Rhett, Ashley, los cuatro sumidos en la irrefrenable euforia de la guerra que Margaret Mitchell retrata en su novela llevada al cine en 1939. Una superproducción que tuvo en David O´Selznick su verdadero hacedor, con ese baile de directores que todos conocemos, Víctor Fleming, George Cukor, Sam Wood…Esa música esplendorosa de Max Steiner. Estamos en Georgia, en 1861. Tara reluce y en ella la belleza y la picardía de Scarlett, que viste un maravilloso vestido y lleva un sombrero amplísimo para evitar que el sol manche su rostro, de piel blanca y nacarada. La diletancia de los hombres del sur, su elegancia, compiten con su ingenuidad y su deseo de querer salvar a la patria a través de la guerra contra los temidos y aborrecidos yanquis. 

La Guerra de Secesión americana es el marco para que los sentimientos estallen. Pero “Gone with the wind“ no es una historia bélica, más bien la contienda es el marco para que los personajes saquen al exterior lo más complejo de ellos mismos, lo bueno y también lo malo. El technicolor, en sus inicios, mostró el atroz paisaje de los muertos sureños y también la agonía de Atlanta. La extraordinaria labor de William Cameron Menzies en el diseño de producción logró que el espectador se sintiera partícipe de ese ambiente de desolación lleno de toques de ternura, incluso de humor, siempre de gestos. Personajes que no dicen lo que sienten. Te quiero pero no tanto. Sí pero no. 


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