Las mujeres silenciosas de Anna Ancher
Un resplandor dorado contradice el aire callado, el silencio que suena. La habitación permanece a la espera de una buena noticia, una ventura. Las flores se reflejan en la luz de una ventana inexistente y el costurero se abre como una maravilla, un tesoro de hilos, de agujas y tijeras. Las manos se sitúan exactamente sobre la tela blanca y primorosa y ella guarda secretos que nadie más conoce, adornando el silencio con su mirada oculta.
A veces una lámpara se enciende en cualquier parte. La ventana se agita y la flor envejece. La mujer se ha parado y se pregunta a solas de qué forma guardarse para sí ese descubrimiento que ha convertido en duda su esperanza. Así, sensatamente, sin tener que engañarse, sin miedos y sin dudas, ella sabrá seguir ese camino claro que acuñó sin quererlo muchos años pasados y escribirá su nombre en cualquier parte, sin permitirse volver el rostro ante el desconocido.
Tantas veces la vida te enseña de repente que has gastado las horas en una antigua nada, en una nada inmensa, en una nada simple, en una total nada, sin razón ni motivo.
Tantas veces perdemos la noción de las horas y esperamos que pasen, y esperamos que lleguen, pero no llegan nunca si no sales al paso, si no intentas buscarlas, si no les das permiso, si no cantas con fuerza, si no gritas que quieres, si no te entiendes tanto que nada va a engañarte.
Esa mujer que intenta ignorar la mentira, ignorar el desprecio, despreciar el pasado, no mentirse a sí misma ni mentirle al espejo, guardando sin querer, en cajas de madera, que el color ha cansado y ha convertido en llanto, el olor de las flores, el color de las hojas, el sabor de los lirios, la tersura del tallo, la bondad del silencio recobrado, sin pérdida.
Esto es así porque el tiempo no pasa inútilmente. Te levantas un día y encuentras que eres otra, que las tardes se vuelven contra ti y tú te inventas una mañana nueva que pueda deslumbrarte. Así, de azul, de rosa, de verde; con las manos sencillas, con las manos expuestas, con las manos trenzadas en el sueño que buscas, recuerdas que las rosas florecieron un día, que su olor traspasó los más íntimos huecos de tu vida y que entonces eras otra persona que se busca en las cosas que crecen en las tardes y en los amaneceres inconclusos.
Ese tiempo se escribió con la dicha y el dorado es el símbolo de que en ti permanece una huella que nada, ni el adiós, ni el silencio, convertirá en baldía.
(Pinturas de Anna Ancher)
Tantas veces la vida te enseña de repente que has gastado las horas en una antigua nada, en una nada inmensa, en una nada simple, en una total nada, sin razón ni motivo.
Tantas veces perdemos la noción de las horas y esperamos que pasen, y esperamos que lleguen, pero no llegan nunca si no sales al paso, si no intentas buscarlas, si no les das permiso, si no cantas con fuerza, si no gritas que quieres, si no te entiendes tanto que nada va a engañarte.
Esto es así porque el tiempo no pasa inútilmente. Te levantas un día y encuentras que eres otra, que las tardes se vuelven contra ti y tú te inventas una mañana nueva que pueda deslumbrarte. Así, de azul, de rosa, de verde; con las manos sencillas, con las manos expuestas, con las manos trenzadas en el sueño que buscas, recuerdas que las rosas florecieron un día, que su olor traspasó los más íntimos huecos de tu vida y que entonces eras otra persona que se busca en las cosas que crecen en las tardes y en los amaneceres inconclusos.
Ese tiempo se escribió con la dicha y el dorado es el símbolo de que en ti permanece una huella que nada, ni el adiós, ni el silencio, convertirá en baldía.
(Pinturas de Anna Ancher)
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