Ir al contenido principal

Lady Catherine recibe en Rosings Park



 La escasa presencia de aristócratas en las novelas de Jane Austen tiene su explicación en que ella dirigió su mirada y su observación a su propia clase social, la gentry, la clase media territorial de terratenientes. De modo que ni los criados, ni los aristócratas, abajo y arriba de la suya, tienen papeles protagonistas en su obra. Sin embargo, a veces y como contrapunto necesario en el argumento surge un aristócrata.  Es el caso especialísimo de lady Catherine de Bourgh en “Orgullo y prejuicio”. Lady Catherine vive en Rosings Park, una imponente casa junto a Hunsford, donde está la rectoría del señor Collins y su esposa Charlotte Lucas, casi recién casados después de que Elizabeth rechazara su petición de matrimonio. Charlotte es una gran amiga de la muchacha y todavía ella no alcanza a entender cómo accedió a casarse con Collins, un tipo ridículo a más no poder, que alardea todo el tiempo de las atenciones que le dispensa Lady Catherine, patrona de su beneficio eclesiástico. De modo que se disponen a visitar a los Collins un grupo formado por Sir William Lucas, el padre de Charlotte; Maria Lucas, la hermana menor; y la propia Elizabeth Bennet. Por supuesto que el señor Collins está entusiasmado con la visita, sobre todo porque le permite mostrar ante Elizabeth su amistad con la gente de Rosings y decir, siquiera sea con el pensamiento: “mira lo que te has perdido por rechazarme”. Claro que Elizabeth no piensa esto ni por asomo, más bien todo lo contrario, porque la obsequiosidad pegajosa del señor Collins aún resulta más evidente en sus predios. 

Como atenta anfitriona de la zona, conocedora de todo y de todos, cotilla número uno y en la creencia de que nada de lo que ocurre en torno a Rosings le es ajeno, lady Catherine invitará al grupo a que pasen algunas veladas en su casa. Al menos dos de esas veladas nos las relata Austen con detalle y en ambas encontramos elementos interesantes para definir el tono de la conversación social que allí se entabla. Las actitudes de los distintos personajes ante el empaque y la prepotencia de lady Catherine es muy diferente y deja traslucir sus propios caracteres: Sir William y Maria, abrumados, intentando no meter la pata. El señor Collins, reverencioso y apostillando todo lo que la señora dice. Charlotte, con una especie de resignación ante su papel en la vida, que no es otro que intentar minimizar los perniciosos efectos del trato con lady Catherine y con su marido. Y Elizabeth Bennet, flagrantemente divertida, segura de sí misma, sin resultar maleducada, pero sin dejarse amilanar por la anfitriona. El cuadro es perfecto. 

El pensamiento de Elizabeth a la llegada a la mansión es este “no había oído nada acerca de lady Catherine que permitiera atribuirle talentos extraordinarios ni virtudes milagrosas y, en cuanto a la simple dignidad del dinero y el rango social, se creía capaz de estar en su presencia sin turbarse”. En un salón espera a los visitantes la dueña de la casa, con su hija y la señora Jenkinson, dama de compañía de la chica. La hija de lady Catherine es paliducha, con aire enfermizo y muy callada. Sir Williams está anonadado ante la grandeza, María Lucas muerta de miedo, de modo que solo Elizabeth está en disposición de mantener una mínima conversación. Como vemos, no se trata de un encuentro entre iguales. Por todo esto “no abundó la conversación durante la cena”, salvo, añado, para ponderar los platos o el servicio por parte del señor Collins. Está claro que lady Catherine es una de esas personas que reciben todas las alabanzas y halagos sin apuro alguna y siempre le parecen pocas. A la hora del café “apenas se pudo hacer otra cosa que escuchar a lady Catherine que habló sin interrupción”. La anfitriona habla acerca de todo, pregunta lo que le parece y llega un momento que sus interrogaciones se dirigen a Elizabeth, de la que parece querer saber vida y milagros. Entonces la conversación deja de ser un monólogo y se transforma en un diálogo entre las dos, diálogo que pone nervioso al señor Collins porque, para él, todo lo que no sea darle la razón a su benefactora le parece mal.

(Pintura: Adam Buck (1759-1833), irlandés. Es un pintor neoclásico especializado en retratos y en pinturas en miniaturas)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al otro lado de la calle

  Un septiembre cualquiera. Los septiembres son los meses que abren las puertas del amor. No pueden hacer otra cosa. Significan el comienzo y el final. Hay cosas que terminan y otras que nacen nuevas. Es el mes de la indefinición. Nos confunde. El septiembre cualquiera estaba la plaza casi vacía y estaba casi vacío el café y había un aire de misterio en todo, de forma que, si posabas la mano sobre el sillón de mimbre, la electricidad te convertía en ave. Volabas. Al otro lado de la calle estaba él. Venía andando a buen paso, pero con elegancia, como si toda la vida se hubiera preparado para ese único momento. Cruzar la calle, pararse en el semáforo, sortear un seto apagado y llegar delante de ti, sonreír un poco, no demasiado, hablar con voz muy baja, sentarse y esperar.  ¿Tú qué sabías de él? dices ahora. Nada. Es la respuesta. No sabías nada, salvo que tenía un andar caballeroso, salvo que hacía calor, salvo que era septiembre, salvo que era la primera cita. Una primera cita de media

Jane Austen en el cine

  (Fotograma de "Persuasión", 2022) Hasta treinta y cinco adaptaciones al audiovisual existen sobre las novelas de Jane Austen, sin contar las que se dedican a su vida. De ellas, veinticuatro son versiones de cine, televisión y plataformas que podríamos considerarse canónicas y otras once se dedican a rarezas. Dejaré de lado estas últimas y dedicaré esta entrada a las versiones de Jane Austen al cine. Lo haré por orden cronológico, ya que de ese modo se ordena mucho mejor y, además, se puede ver el momento de más auge de esta tendencia.  *Más fuerte que el orgullo fue el título en España de la versión de Orgullo y prejuicio de 1940, nacionalidad estadounidense, dirigida por Robert Z. Leonard y protagonizada por Greer Garson y Laurence Olivier, dos estrellas del momento. Blanco y negro.  *En 1995 se ruedan dos películas, dedicadas a novelas de Austen. Persuasión, dirigida por Roger Michele e interpretada por Amanda Root en el papel de Anne Elliot y Sentido y sensibilidad, de A

En septiembre

  Desde que tengo uso de razón (qué hermosa expresión es esta) todos los septiembres han sido esperanzadores. Sin esperanza puede haber vida, pero es una vida peor, una vida plomiza y demasiado cansada. Mi palabra favorita es "esperanza" lo mismo que Esperanza era el nombre favorito de mi padre. Ninguna de sus seis hijas se llama así lo que quizá nos demuestre cómo fue un hombre cargado del peso de las sombras, aunque merecía la luz.  Septiembre. El comienzo del curso escolar es lo mismo que tirar a la basura el pasado, los amores vencidos del verano, los dolores viejos, el aburrimiento de los paseos en soledad, el llanto en las azoteas, las llamadas de teléfono insulsas, las vacaciones que nunca salen en las revistas del corazón, la relación familiar (a veces, tan difícil),  Eternamente alumna o profesora, septiembre trae cambios de casa, cambios de trabajo, cambio de compañeros, cambio de curso, cambio de ciudad, cambio de vida. Ese es el cambio necesario, el que aligera el

"La carta" de William Somerset Maugham

La carta William Somerset Maugham Traducción de Carlos Mayor Pequeños Placeres. Ediciones Invisibles Tercera reimpresión julio de 2024. 93 páginas Se lee de un tirón. No solo porque es una historia corta, sino porque es apasionante. Somerset Maugham es un escritor de fuste que no está de moda. Pero nadie como él para retratar personajes y crear ambientes. Lo ves mientras lo cuenta. Los ves mientras los describe. Es increíble cómo el libro te lleva de la primera línea a la última sin reparar en ello. Esta clase de libros me gustan. Crean hábito y proporcionan placer.  La historia es bien conocida y seguramente has visto la película. Pero no se trata de saber qué pasa sino de la forma en la que Somerset lo cuenta. La parte final, con la metamorfosis de la protagonista, es genial. Aunque hay giros argumentales que no se recogen en el film, hay que decir que la película es una pequeña obra maestra y que está muy bien adaptada, cosa que no siempre es fácil. William Wyler, que siempre quiso

Spoiler

Grace Kelly lee el Harper´s Bazaar y engaña así a James Stewart, porque la moda es para él algo ajeno y prefiere la aventura. Ella está enamorada pero no puede evitar dejar a un lado una revista sobre el Himalaya y volver al paraíso del lujo y del glamour. Esa es la mirada que identifica el placer de contemplar cosas bonitas. En La ventana indiscreta , la película estadounidense de 1954 dirigida por Alfred Hitchcock, basada en el cuento de 1942 It Had to Be Murder, de Cornell Woolrich , que ambos protagonizaron, no hay lugar para el spoiler, más bien todo lo contrario. Desde el principio sabemos que hay un crimen y un asesino. La única duda es cuánto tiempo tardarán en convencerse los demás. Y hay otra duda, no menor, que reside en descubrir por qué James Stewart no se da cuenta de que está enamorado de la chica y de que no necesita que ella gane un premio de alpinismo para poder ser felices. Un hombre empeñado en no ser feliz es un hombre peligroso que va a terminar solo o

Montmartre, por favor

Nadie está solo si se sienta en Montmartre y abre un libro. En cualquiera de sus cafés de color rosa puede encontrarse el motivo para descubrirse. Estoy aquí, he venido y sé que ahora esta paz me rebosa. Todas las mesas se llenan de libros y personas. Y las ventanas verdes de madera se abren por tiempo indefinido. Nadie sabe cuándo se cerrarán, nadie lo sabe. No hay fechas, ni anuncios, ni aviones que sobrevuelan, ni huelga de pilotos. El suelo está hecho a base de paciencia. Legiones romanas cruzaron las calles y colgaron de cada casa un refrán. Están todos convertidos en sentencias imposibles.  Acuérdate de aquellos días. Era septiembre. Un septiembre más crepuscular, con horas más tardías y sueños más tempranos. Ese vestido a rayas y ese sombrero gris, con el tono de la perla natural que solo se encuentra en las islas más griegas. Acuérdate de las miradas. Tersas miradas sin ocultaciones. Miradas que esbozaban sonrisas. Gente que nos miraba. Nos mirábamos. Recuérdalo. Era se

"Emma" de Jane Austen

"Emma" es uno de mis libros más queridos. La obra maestra de Jane Austen es una novela compleja, delicada, dura y divertida. No es nada fácil definir con acierto, sin pinceladas gruesas sino con trazo fino, a toda una comunidad de personas que habitan en un entorno rural, cerrado y con un continuo cambio de sentimientos en unos y en otros. "Emma" es una montaña rusa, todo lo contrario de un mundo pacífico. No hay aburrimiento en su desarrollo ni hay desliz en su desenlace. Todo funciona a la perfección, como un mecanismo de relojería que estuviera engrasado al máximo. Es, lo repito, una obra maestra.  De vez en cuando releo algunas de sus páginas. Puedo decir que la conozco como si yo misma perteneciera a la estrecha sociedad de Highbury o fuera una visitante privilegiada de Hartfield, el hogar de Emma. Las características de su carácter me producen la sensación de que Miss Austen era mucho más adelantada a su tiempo de lo que suponíamos por sus otros libros

La visita de la Princesa

El 21 de noviembre de 2008 no hubiera creído que, cinco años y medio después, nuestra visita de ese día se convertiría en Reina de España. Pero así es. Y, por ello mismo, los ecos y los recuerdos, las imágenes, las palabras,todo adquiere una nueva proyección, una actualidad, un interés distinto. Por eso, comparto con vosotros lo que fue aquella visita, lo que la motivó y cómo se desarrolló. Algo que, hasta ahora, no he contado nunca.  La invitación partió de mí misma. Nada de organismos oficiales, ni Ayuntamiento, ni Junta de Andalucía. Pura y llanamente una idea que surgió cuando las obras de nuestra preciosa biblioteca, por fin, estaban listas. En aquel momento dije que la idea me la habían sugerido unos alumnos, pero no era verdad. Quise evitar protagonismos desde el primer momento.  La invitación fue sencilla. Una carta dirigida a la Zarzuela. Nada más. Sin enchufes ni recomendaciones. La respuesta a esa carta me hizo entender que era más fácil comunicar con la Casa Real que c

En la noche de la Nochebuena...

La Noche de Antonio da Correggio. 1530. Óleo sobre tabla. Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde Cuando era niña vivía una Navidad llena de ritos, significados, música y adornos. Mi padre llenaba la casa de lazos, de guirnaldas, de muñecos y de regalos. Parecía una casa americana, de las que salen en las películas, toda llena de verde y de rojo, de musgo, de poinsetias, de caminitos, puentes y norias. El árbol y el nacimiento, los dos sin discusión alguna, cada uno en su sitio y en su papel. Y mi madre se encargaba de que los Reyes Magos llegaran cargados de juguetes. Buscaba desde meses antes aquello que a cada uno nos iba a gustar más. Preguntaba, indagaba, era una detective de los monarcas y, llegado un momento, también de Santa Claus. Una emisaria perfecta. Libros, juegos, mochilas, música, ropa, chucherías...¿cómo llamábamos a los caramelos, los bombones, las monedas de chocolate, los cigarrillos de mentira, los reyes que se comían? Ah, sí, la rebujina. La rebujina estaba junto

La Caleta y un abrazo

  En un tiempo comprábamos fruta y nos íbamos a La Caleta a mojarnos los pies, a darnos chapuzones riendo. Llegábamos andando desde la calle José del Toro y las dos llevábamos bañadores de cuadritos y sombreros de paja. Las pelotas, las palas, los cubitos, las muñecas, todo junto en la bolsa grande que llevaban los mayores mientras nosotras andábamos a saltos. Siempre andábamos a saltos.  Cuando los años pasaron, esos días se asentaron en la memoria como sucede con todo el tiempo en que uno es feliz pero imágenes nuevas fueron cambiando el recuerdo y en los miradores del balneario de la Palma estaban también los abrazos, los abrazos jóvenes, los abrazos nuevos, la antesala de los besos y los encuentros prodigiosos. Aquel muchacho tenía los ojos azules, era listo, compraba revistas prohibidas y hablaba de la política que entonces nadie comentaba. Leía libros y tenía un aire bohemio que nunca perdió y se reía de las cosas con el ingenio y la compasión de la gente inteligente. Cruzamos ju