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En el salón de Netherfield

 

Una de las características de las conversaciones sociales en las novelas de Jane Austen es lo bien definidos que están los lugares que ocupan en la escala social cada uno de los personajes. Este tipo de conversaciones, por su propia naturaleza ,se dan en entornos donde, incluso dentro de una misma clase, la gentry normalmente donde ella sitúa siempre la acción, hay diferentes papeles y estatus económicos. Por ejemplo, en esa reunión que, al principio de “Orgullo y prejuicio” tiene lugar en Netherfield. Contextualicemos la situación porque la conversación nos depara algunas informaciones interesantes acerca de cómo piensan los personales. Allí está el anfitrión, el señor Bingley, que ha alquilado la casa recientemente; su amigo, el señor Darcy, poseedor de una renta de diez mil libras al año y una casa solariega en el Derbyshire, Pemberley, de extraordinaria belleza y ubicación; la hermana soltera de Bingley, Caroline, cuyas pretensiones son dobles: que su hermano se case con la hermana de Darcy y que ella se case con Darcy, la carambola perfecta; la hermana casada de Bingley, con su marido, los señores Hurts, él ocioso y poseedor de una familia con pedigrí y sin dinero y ella con dinero que procede del nada deseable oficio de comerciante que tuvo su padre. También están Jane Bennet, en cama casi todo el tiempo porque ha cogido un fuerte resfriado al llegar a caballo hasta la casa por “consejo” de su madre, y su hermana Elizabeth, la cual ha llegado urgentemente a la casa para verla y estar con ella, obligando a la señorita Bingley a invitarla por cortesía a quedarse allí, aunque con pocas ganas por su parte, porque la considera, con razón, una rival con respecto a Darcy. 

Mientras Jane Bennet descansa en uno de los aposentos, Elizabeth se ve obligada, contra su deseo, a participar de la velada en el salón de la casa como muestra de buena educación. Allí están el señor Bingley, el señor Darcy, la señorita Bingley y los señores Hurst. La conversación aquí no puede derivarse hacia temas personales porque los interlocutores no tienen la confianza suficiente, pero por eso mismo se tratan temas generales dejando ver las opiniones que los participantes tienen sobre aspectos diversos. 

Al tiempo que la conversación se desarrolla a través de la palabra hay otros elementos colaterales que completan la comunicación y que tienen que ver con la gestualidad, la actitud, el carácter y la disposición de cada uno. El agrado o el desagrado, el interés o el desinterés, las ganas de escuchar y de responder, la aprobación o la desaprobación, se observan por medio de miradas, sonrisas, gestos de las manos o posturas. Carolina Bingley observa, con su mirada astuta, que el señor Darcy está demasiado interesado por las opiniones de Elizabeth. También se da cuenta de que esta lo trata como a uno más, sin el servilismo que ella misma utiliza y eso le choca y le molesta. El señor Hurst, por su parte, pasado de bebida y de comida, es un cero a la izquierda durante toda la velada. 

Durante la primera noche en Netherfield el grupo está jugando a las cartas cuando Elizabeth entra en el salón. El juego de cartas era muy popular en ese tiempo y coronaba todas las reuniones. Como Elizabeth no quiere participar, la señorita Bingley aprovecha la ocasión para intentar ridiculizarla haciendo ver que es una “lectora impenitente”, es decir, una especie de marisabidilla respondona. A partir de ahí la conversación derivó hacia los libros y, por ende, hacia las bibliotecas. Pemberley, lo reconocen todos, tiene una biblioteca espléndida y en una actitud snob y bastante cursi, Caroline indica a su hermano que debe comprarse una casa como esa y tener una biblioteca parecida. Como la conversación entre gente tan desigual era bastante forzada le tocó el turno a las cualidades que debe tener toda mujer que se preciara. La intervención de Darcy  sobre lo que sería una mujer con talento da pie a una discusión muy interesante: 

“Se califica de brillantes a muchas mujeres sin otro mérito que la confección de un bolsillo o el tapizado de un biombo. Por mi parte, estoy bien lejos de coincidir contigo en ese juicio sobre la damas en general. Entre todas mis relaciones, no puedo presumir de conocer a más de media docena que sean verdaderamente brillantes.

-Ni yo tampoco, por supuesto -dijo la señorita Bingley.

-En ese caso -observó Elizabeth- debe usted tener una idea muy especial de qué es una mujer brillante.

-Sí, desde luego, incluyo muchas cosas en ese concepto. 

-¡Claro está! -exclamó su fiel ayudante-, no se puede decir que alguien sea de verdad brillante si no sobrepasa con mucho a lo que encontramos de ordinario. Una mujer ha de tener un conocimiento completo de la música, del canto, del dibujo, del baile y de los idiomas modernos para merecer ese calificativo; y junto a todo eso, ha de poseer un algo indefinible en el semblante y en la manera de andar; así como en el tono de voz, la elocución y la manera de expresarse, porque, de lo contrario, sólo merecerá a medias este elogio. 

-Ha de poseer todo eso -añadió Darcy-, y aún algo más sustancial, mediante el perfeccionamiento de su inteligencia gracias a unas lecturas muy extensas. 

-Ya no me sorprende que sólo conozca usted a seis mujeres con tan grandes perfecciones. Más bien me maravilla que conozca usted alguna”.

Los roles en la conversación aquí recogida están claros. Caroline le da la razón en todo a Darcy y se pone en contra de Elizabeth. Esta mantiene su criterio a pesar de que Darcy insiste en otro, de forma que las dos hermanas quedan extrañadas de que una jovencita sea capaz de llevar la contraria a alguien tan poderoso y rico como Darcy. Y lo más curioso de todo es esa ristra de habilidades y conocimientos que Darcy desgrana, de la que duda en todo momento Elizabeth y a la que se añade la lectura como imprescindible. Parece que la autora juega con nosotros. Por una parte, reproduce talentos que se consideraban imprescindibles en la época pero le añade el colofón de la lectura, naturalmente de cosecha propia. Es como si, al mostrarlos todos de sopetón por boca de Darcy, resultaran tan excesivos que tuviéramos que darle la razón a Elizabeth en la imposibilidad de que haya mujer alguna que los posea. La conversación reproduce el sentido del humor de Elizabeth, su ironía y su ingenio; también el aire orgulloso y seguro de sí mismo de Darcy y la falta de personalidad de Carolina que solo pretende quedar bien con el objeto de su deseo. 

La segunda velada en Netherfield, con los mismos integrantes, introduce algunos temas muy interesantes en la conversación. No son temas baladíes sino que representan diversas posturas en cuestiones que afectan al comportamiento y el pensamiento humanos. El panorama que se observa hace reír a Elizabeth porque ve con claridad las artimañas de Carolina por acercarse a Darcy y por entablar una charla con él. Le alaba su forma de escribir, le pregunta por su hermana, le envía recados a través de él, todo de una manera tan servil que le resulta desagradable a Elizabeth, que no entiende ese comportamiento femenino. El debate que se establece entre Bingley y Darcy sobre los conceptos de humildad y modestia viene a cuento, precisamente, de los halagos excesivos que Caroline lanza a Darcy y que este intenta rebatir a su manera. La buena educación de Darcy se manifiesta aquí respondiendo a Caroline con cortesía a pesar de estar harto de sus continuas intromisiones, pero, si recordamos su comportamiento cuando está en la sociedad de Meryton, en un baile por ejemplo, veremos que es muy distinto, lo que lleva a concluir que Darcy se comporta de manera más natural cuando está en pequeños grupos y con gente conocida. Tiene, por así decirlo en términos actuales, pocas habilidades sociales, lo que llama la atención de Elizabeth que no concibe algo semejante en una persona de posición como es él. 

En esa discusión amistosa que Darcy y Bingley mantienen, con las aportaciones de las otras damas, queda de manifiesto su diferencia de carácter. Bingley es un joven tan amistoso y dócil que cambia de opinión a cada instante, dejándose llevar por lo último que le dicen. Por el contrario, Darcy se vanagloria de no dejarse llevar por los demás y de defender hasta el último momento sus ideas y posturas. Esto produce la intervención de Elizabeth que le reprocha que esa inmovilidad, esa inflexibilidad de carácter le obliga a no equivocarse en absoluto porque, si se equivocara, persistiría siempre en el error. El cruce de opiniones entre los dos era tan animado que levantó los celos de Caroline porque, y esto lo deja claro en muchas ocasiones Austen, una charla compartida entre dos personas inteligentes y que saben defender sus propias opciones, resulta tan satisfactoria como un buen plan sexual. Hay, en ello, atracción y deseo, encanto y seducción. Y la actitud de Darcy lo corrobora porque la disputa contribuye grandemente a que se fije en Elizabeth y comience a admirarla, primer paso para otros sentimientos más profundos. La esgrima dialéctica entre los enamorados o futuros enamorados es un elemento fundamental del cortejo en Jane Austen. 

(Fotos de Godmersham Park, Kent, mansión de Edward Austen-Knight)

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