Hermosa peluquería

 


(Nina Leen. 1952. Rockefeller Center Nueva York)


Las chicas de la peluquería de Nina Leen permanecen educadamente sentadas mientras el secador hace su efecto sobre la permanente o los rulos. Todas, excepto una, están leyendo un libro o una revista. Y esa una parece aprovechar el tiempo para pensar. Cruza los brazos y espera con una tranquilidad única que el tiempo pase y se haga el milagro del pelo arreglado. Eso es ir a la peluquería. Una especie de milagro. 

En Triana hay una peluquería cuyas chicas tienen el don de convertir el tedio en risas y el mal día en un deslumbrante sol. Son María José, Mary, Ana y Anabel. Si no las conocéis merecerá la pena. Son distintas entre sí, incluso opuestas, pero manifiestan toda una suave elegancia a la hora de atenderte, una entrega fuera de lo común, una inteligencia emocional más allá del trabajo con el peine, la tijera, el champú o la laca de uñas. María José es divertida, extravagante, estrafalaria e independiente. Mary es catastrófica, inverosímil, original y aparentemente silenciosa. Ana es introvertida, soñadora, interrogante y pensativa. Anabel es un torbellino de aguas bravas que se va haciendo más leve conforme el tiempo pasa. Ellas tienen el secreto de las horas sencillas. Sales con el pelo arreglado y un rato de cordura sobre ti. Sales y te dan ganas de lanzarte a la calle, de taconear sobre un tablao o de tomarte un mojito. Tienen la virtud de convertir un mal día en un día que merece la pena ser vivido. 

Si alguna vez tenéis ganas de llorar, porque todo va mal y todo parece irse directamente a freír espárragos, daros una vuelta por allí, por Triana, por la peluquería Miguel Ángel, y allí estas cuatro flores convertirán el agua en vino. Son, como decía Françoise Sagan, una gota de sol en el agua fría. 

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