París es triste

 


Yo recuerdo un instante en que París caía 
sobre mí con el peso de una estrella apagada. 
Recuerdo aquella lluvia total. París es triste. 
Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo. 

Vivir es detenerse con el pie levantado, 
es perder un peldaño, es ganar un segundo. 
Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua. 
Vivir es ver el agua; detener su relieve. 

Mi vagar se acodaba sobre el pretil de hierro 
del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida. 
Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada, 
se hizo piedra, ceniza de endurecida lava. 

Nada altera su orden. Es tan sólo un latido 
del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible. 
Y se siente por dentro lo compacto del hierro, 
y somos la mirada misma que nos traspasa. 

La lucidez elige momentos imprevistos. 
Como cuando en la sala de proyección, un fallo 
interrumpe la acción, deja una foto fija. 
Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento. 

La pesada silueta de Louvre no se cuadraba 
en el espacio. Estaba instalada en alguna 
parte de mí, era un trozo de esa total conciencia 
que hendía con su rayo la certeza absoluta. 

Ser un instante. Verse inmerso entre otras cosas 
que son. Después no hay nada. Después el universo 
prosigue en el vacío su  muerte giratoria. 
Pero por un momento se detiene, viviendo. 

Recuerdo que llovía sobre París. Los árboles 
también eran eternos a la orilla. Al segundo, 
las aguas reanudaron su curso y yo, de nuevo, 
las miraba sin verlas, perderse bajo el puente. 



(Poema de Rafael Guillén, Granada, 1933) (Pinturas de Jean Béraud, 1849-1935)

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