Maneras de destrozar(se) la vida
(Dana Andrews, 1909-1992)
(Glenn Ford, 1916-2006)
(Gloria Grahame, 1923-1981)
(Lizabeth Scott, 1922-2015)
Esa fotografía en blanco y negro iluminada con haces de luz que convierten en nítidas las expresiones de los héroes y tapan la maldad de los que han renegado de todo. De valores, de familia, de amigos, de todo menos de dinero. Conejitos asustados que nunca ven nada, dice Glenn Ford en "Los Sobornados". El cine negro es esa emocionante aventura en la que entras con precaución, te desenvuelves con miedo y acaba con un esplendoroso final que hace justicia. Siempre tiene una galería de malos que asustan y algunos héroes que conmueven. El cine negro es el cine por excelencia y en sus personajes anida todo lo que los seres humanos pueden sentir o conocer.
Esa galería de películas, de directores, de actores y actrices, es lo mejor que el cine ha creado en sus años de historia. La mayor poesía, la mayor certeza, la mayor plenitud. El cine negro tiene momentos familiares, niños que se van a la cama, abrazos de pareja, llamadas telefónicas inquietantes, averiguaciones, pistas, engaños, dudas y mentiras. En el cine negro casi nadie es quien dice ser y es esa dualidad la que más espanta porque nos deja a la intemperie. Las sombras protegen a los malvados y la luz ensalza a los héroes. En cualquier garito y en cualquier momento, alguien puede cruzar la puerta y arrastrar una gabardina y un sombrero como si no hubiera donde depositar la pérdida de alguien a quien otro alguien asesinó hace pocos días sin remordimiento.
Lizabeth Scott y Gloria Grahame tienen una mirada oblicua que quizá nos engaña, porque las buenas chicas tienen que sobrevivir en ese espacio oscuro y terrible de la noche. Lizabeth vivió noventa y tres años y tuvo tiempo de hacer películas grandiosas, con papeles curiosos, como el que hace en "El extraño amor de Martha Ivers", de 1946, dirigida por Lewis Milestone; "Callejón sin salida", de 1947, por John Cromwell, o quizá la mejor de todas, "Ciudad en sombras", con un debutante Charlton Heston, en 1950 y la dirección inquietante de William Dieterle, un hombre de negro. Gloria Grahame es más extraña, más melancólica y tuvo peor suerte. Murió demasiado pronto aunque dejó algunas obras maestras y un estilo inconfundible. Siempre nos ponemos de su parte, siempre le damos la razón. Ahí están "Deseos humanos", 1954, de Fritz Lang, ese genio; "Cautivos del mal", 1952, de Vincente Minnelli; "En un lugar solitario", donde compartía pantalla con Bogart, de 1950 y dirigida por Nicholas Ray. Nombres de directores y actores que, por sí solos, son un universo.
Dana Andrews y Glenn Ford tienen algo en común: la mirada. Son capaces de mirar como nadie y de expresar con la mirada mucho más que con las manos, con las palabras o con las pistolas. La mirada de Dana Andrews a Laura, la de Glenn Ford a Gilda. Otras miradas. Ambos sabían llevar un buen traje de rayas, una corbata oscura y un sombrero. Ambos sabían llevar la gabardina, de modo que tenían ese porte inconfundible de los hombres que guardan un misterio. Y hablan pausadamente, sin ponerse nerviosos, sin elevar la voz, porque es su mirada el taladro eficaz que los desarma. Que las enamora. Dana Andrews está en "Laura", 1944, de Otto Preminger; en "Más allá de la duda", 1956 y en "Mientras Nueva York duerme", del mismo año y director, Fritz Lang, el mago de las sombras. A veces la violencia no hay que mostrarla y bastan dos disparos, el sonido de una bofetada o un coche que huye velozmente. En eso Fritz Lang era un maestro. También con él hizo Glenn Ford otra obra maestra, "Los sobornados", 1953. Con Delmer Daves hizo un western poético, "Jubal", en 1956 y, por fin, es el hombre que duda entre el amor y la amistad en "Gilda", de 1946, dirigida por Charles Vidor.
Doce películas que forman parte de la historia del cine o, lo que es lo mismo, de nuestra propia historia. Están tan cerca de nosotros que podemos verlas una y otra vez sin que nos cansen, porque son amigos queridos, gente cercana, momentos inenarrables. Muestran todas las maneras de destrozar la vida, de destrozar la vida de otros o las propias. Y eso es, desde luego, algo que todos sabemos hacer sin mediar demasiado aprendizaje.
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