Invisibles

 


Si te preguntas ¿para qué? es que estás a punto de tirar la toalla, sea esta cual sea. La gente se hace esta pregunta en relación con su trabajo, con sus aficiones, con su pareja, con su vida. Para qué hago esto, se dicen. Para qué hacer deporte. Para qué esperar al amor verdadero. Para qué sufrir. Para qué esforzarme tanto. Para qué escribir un blog. 

Mientras resolvemos el para qué podemos mirar estas asombrosas fotografías del canadiense, de 1968, David Burdeny, algunas de ellas realizadas en la Atlántida. Siempre que las miro observo en ellas un enorme parecido a las extensiones de sal que hay en mi tierra y eso me reconcilia con la lejanía de un canadiense de quien no conozco nada más que su obra. Mirad. 





Una cosa es ser anónimo y otra ser invisible. El anonimato puede llegar a ser incluso un aliciente, pero siempre hay anónimos que tienen momentos de necesidad y quieren que alguien los reconozca o los aplauda. Pasar la vida siendo anónimo, en un entorno de total anonimato no es algo que a la mayoría le seduzca. Si dicen lo contrario, mienten. Ser invisible es mucho peor. Hay muchos modos de serlo y algunos son peores. Por ejemplo hay una invisibilidad histórica de las mujeres que hacen algo, que pintan, que esculpen, que fotografían, que generan ideas, que escriben. Las mujeres llevan la invisibilidad cosida al cuerpo, de modo que no nos extraña ya descubrirlas en cualquier recodo de la historia, agazapadas, ocultas, cansadas de esperar que la suerte cambie. La invisibilidad del presente y la de la gente normal, que no pretende nada más que ser respetada y querida, es bastante peor. Si te quedas viuda, te vuelves invisible. Nadie te invitará a las cenas de pareja de antes, ni irás acompañada adecuadamente a ningún evento, ni estarán pendientes de ti, de tus enfermedades, tus dolores, tus angustias. Y tendrás un soberano problema doméstico. Los trabajadores manuales desprecian a las mujeres cuando van a solucionarles el atasco del fregadero o la luz de la cocina. Son cosas que tratan mejor entre ellos y a las mujeres las miran con una mezcla de superioridad y lástima. Nadie sentirá que tú eres lo más importante de todo y te preguntarás mil veces, observando a las amigas más afortunadas que no perdieron a sus maridos, por qué a mí. Y a esa pregunta añadirás, en algún momento, esta otra: Para qué. 

La segunda invisibilidad femenina llegará con la jubilación. Si eres viuda, jubilada, fuera ya de los circuitos laborales, asustada por lo que pueda suceder, corta de dinero porque la pensión no da para dispendios, teniendo que oír, además, que los pensionistas viven como reyes, en ese estado vital en el que ya los pantalones vaqueros parecen un atrevimiento y los blazers resultan cansinos, entonces dirás, asimismo, para qué. Y tendrás razón. Has tenido una buena vida profesional, creías que eras casi una autoridad en lo tuyo, sabías muchas cosas, la gente te consultaba, has tenido cargos importantes, pero ya no eres nada, no significas nada, no tienes valor añadido para nadie. Puedes preguntarte para qué con toda tranquilidad. De cualquier modo, estás fuera del mercado, no hay nada que tú puedas hacer al respecto. Sería ridículo. Y ser ridícula está a un paso de ser invisible. 


No te bastará entonces con contemplar a solas las fotografías de David Burdeny ni tampoco llenar páginas y páginas de lo que sientes porque, sencillamente, eso a nadie le importa. Hay un simple test que te dará la medida de tu importancia. Rellénalo. Un punto por cada respuesta positiva.
¿Eres presentadora de televisión?
¿Has escrito un libro de autoayuda sobre tu último amorío?
¿Tienes una formidable pandilla de amigos que no te sueltan de la mano?
¿Te llaman con frecuencia a actos culturales y sociales?
¿Está tu agenda llena de citas con el gym, la peluquera, la manicura, el masajista y el personal shopper?
¿Te sobra la pasta?
¿Pasas de leer a escritoras decimonónicas?

Si contestas que sí a todo esto, enhorabuena. No eres invisible. Si no has obtenido ningún punto, déjalo. Para qué. No hay nada que decir. Las mujeres invisibles no tienen voz. 



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