(Scarlett Johansson fotografiada para Vogue por Mario Testino (Lima, 1954), el fotógrafo que ama el cine)
La pena es mucho más rentable que la alegría. O eso parece. En los realitys, por ejemplo. Los concursantes más avisados se echan a llorar por menos de nada y eso mueve a la compasión y asegura el triunfo. No hay nada malo en hartarse de echar lágrimas y siempre tiene recompensa. Es algo muy visual. Lo mismo pasa en los Oscar's. Si haces una película dramática tienes muchas más posibilidades de que te premien que si haces una comedia. Si en esa película dramática hay lágrimas, sufrimiento, recorres el país pasándolas canutas, te abandonan, te gastan algunas faenas, entonces todavía mejor. Podrás salir fea, sin maquillar, sin peinar y darás el pego. En cuanto a los libros, un buen dramón, una novela de mil páginas con tragedia incluida es un seguro para obtener el éxito. La pena vende mucho a todos los niveles. En ocasiones termina convirtiéndose en un modo de chantaje que bien podría usar Tarantino en sus películas si no fuera porque le va la marcha.
Emily Soto (1984) es una fotógrafa estadounidense que tiene una delicadeza especial en sus retratos, como puede verse en esta imagen. Esa delicadeza no solo está en la expresión del rostro, en la limpieza de líneas sino en el aditamento del encaje, sutil, transparente, cuidadoso. Soto escoge así la forma de transmitirnos quizá sinceridad, quizá ironía. Por mucho que mires el rostro de la modelo no vas a ser capaz ni de verla sonreír ni de saber qué piensas. Una especie de Gioconda inmutable. Pues bien, he buscado imágenes de Emily Soto por todas partes (puedes verlas en las redes, es una gran usuaria de ellas y les saca un enorme partido, en realidad, es una influencer de la fotografía) pero no he encontrado ni risas ni sonrisas. Todas sus figuras tienen este mismo aire estático e incomprensible. ¿Rompería su estética que alguna de las chicas que retrata se rieran a mandíbula batiente? Quizá. Una de mis abuelas amaba la alegría, la otra vivió siempre en la tristeza. ¿Cuál era más elegante, cuál más tierna? ¿Cuál de ellas recordaba mejor los nombres de los nietos y les hacía reír? ¿Cuál se empeñaba en no usar diminutivos? Ahí lo dejo...
Sin embargo, la búsqueda de la belleza que lleva a cabo en sus fotografías Mario Sorrenti (Nápoles, 1971) pasa por destacar los gestos de la vida cotidiana en rostros hermosísimos. Este es el caso de esta imagen de Kate Moss que Sorrenti tomó para Vogue. La modelo, aquí jovencísima, encoge los ojos ante el efecto del sol, muestra sus pecas con desenfado, lleva el pelo sin arreglar y una pertinente sonrisa que se constituye en el centro de nuestras miradas. Reír, mostrarse abiertamente, es, para Sorrenti, una forma eficaz de belleza detenida. Mario Testino (arriba, foto de Scarlett Johansson) añade al gesto sonriente una sofisticación que convierte a la actriz en una figura inaccesible a la que solo su sonrisa, casi una risa abierta, la convierte en cercana. Todo en ella transpira lo imposible, salvo esa expresión que nos proporciona confianza y amabilidad. La risa, dice aquí Testino, embellece aún más la belleza. La risa, dice, no es pretexto, sino causa, un sistema abierto de gestos que dibujan el paraíso de la mejor infancia, de la adolescencia más divertida y llena de placeres, de polos de hielo y de patinaje en los bajos del puente...
A veces la belleza se mezcla con lo absurdo, con el vivo color, con las contradicciones. En esta fotografía de Mónica Bellucci, la italiana desbordante y espléndida, Sebastián Faena, el fotógrafo, nacido en Buenos Aires en 1990, el más joven de todos los súper importantes fotógrafos de moda en este momento, hace uso de un concepto que añade vitalidad a la belleza y a la alegría: la originalidad. Escribe una historia simplemente usando un entorno adecuado, un lugar inconveniente y una mujer que se escapa de todo lo anterior. Rompe el espacio, el tiempo y el modo. Es un desafío a la escayola blanca y a lo que representa. Bellucci dispara una flecha a la alegría de vivir, incluso en este desasosegante escenario. Bellucci tiene la potencia de una bebida refrescante que subiera por la nariz y llegara al cerebro para escamotearte la tristeza a manos llenas.
Hay escritoras que nunca reflejan la alegría. Ahí están las Brontë, sumidas en la negrura de la desesperación, con esas heroínas trágicas que contemplan adustos paisajes y que tienen tan mala suerte. Ninguna de ellas parece tener esperanza y viven presas de un destino imposible. Sin embargo, Jane Austen es todo lo contrario. Sus mujeres recorren el paisaje andando, sonriendo mientras andan, tienen ojos alegres y mirada generosa, se mueven por el campo sin pesarles el calor ni el frío ni la lluvia, aspiran al mejor de los maridos y no se dejan intimidar por los orgullosos, ansían ver el mar o lo recorren con placer. Saben que la alegría es un modo de ser. Querida Jane...
De modo que la alegría, expresada en la risa, en el gesto, en el detalle, en una forma de hablar, de mirar o de ser (también la alegría tiene algo de estructural, de sustancia íntima que no se desprende de todos los seres sino de algunos privilegiados) se constituye en materia viva, en fórmula infalible, en objetivo. Ser o estar alegres. Hacer de la alegría un sonado capricho, una estructura que marque nuestro espacio, que lo defienda y fortifique, que lo preserve. Las tentaciones de caer en la pena son muchas y la pena empieza siendo un modo de estar en el conflicto para acabar siendo una fórmula para estar en la vida. La pena acoge y acomoda, ayuda y entiende. La alegría es mucho más difícil, más compleja y menos comprendida. No entendemos cómo puedes estar alegre con todo lo que está cayendo. No entiendo tu alegría, decimos. La alegría necesita alguna justificación en el imaginario general, pero, las personas que tienen adquirido ese don y lo practican, sienten que es algo que no pueden explicar. Por qué me río, suelen preguntarse. Esto no es para reírse, dicen. Qué hago riéndome de esto, continúan. Eso es la alegría, una forma de estar y de ser que no tiene razones, salvo las esenciales, las que se construyen mirándonos de frente. Un espejo para cuadrar la vida en una hoja de Excel sin mayor requisito.
Lo dicho, cualquiera puede estar apenado, lo difícil es inventar la alegría.
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