Nos vemos en la disco
El Tony Manero de mi calle se llamaba Enrique, trabajaba en los astilleros y caminaba por la acera dorada por el sol con un aire entre chulesco y desvalido. Cuando llegaban los fines de semana dejaba atrás el mono azul y la bicicleta para subirse a la pista del club y contonearse de uno a otro lado mirando a las chicas que estaban en edad de ser conquistadas.
La música de Fiebre del sábado noche se colaba por los muros de las casas y se expandía por todo el territorio que recorrían los grupos de jóvenes que pretendían emular al Travolta de ese tiempo: un tipo con el pelo cardado, pantalón de campana, camisa de grandes cuellos y cazadora de cuero. Las cazadoras de cuero eran prendas muy cotizadas. Sin ellas, olvídate de ligar por muy bien que bailes.
Tony Manero era el sueño del proletario que acudía a una fiesta y triunfaba. Los bailes, destinados antaño a la clase alta que hacía de ellos el reinado de la conquista, pasaron a ser por obra y gracia de las discotecas el ámbito en el que todos tenían las mismas oportunidades pues todo se dilucidaba en torno al baile. Si eras un buen bailarín, la cosa estaba hecha.
Enrique se apostaba en un rincón de la sala y miraba con ojo experto a las chicas que se movían de un lugar a otro esperando ser abordadas por él y otros como él que salían a la caza las noches de los fines de semana. Si había suerte, el baile traería alguna promesa, ingenua las más de las veces. En ocasiones, nada se movía por mucho contoneo de cintura que hubiera.
El éxito de Fiebre del sábado noche fue tal que a John Travolta, el Tony Manero del que hablo, le costó años y sudores sacudirse el estereotipo. Y quizá no lo logró hasta que el genio de Tarantino lo filmó bailando con Uma Thurman en Pulp Fiction el tema de Chuck Berry que homenajea a Los Aristogatos. Un bucle maravilloso. Al final resultó que el remedio era más de lo mismo.
La pasión por Fiebre del sábado noche se extendió por todo el planeta. Las discotecas se convirtieron en los santuarios de los fines de semana. Las luces bailaban al mismo tiempo que los jóvenes que se reunían allí atraídos por la selección musical de los Djs y luchando por ser los mejores en los muchísimos concursos de baile que se organizaban. Los movimientos de John Travolta en la película fueron imitados una y mil veces. La mayoría no sabía inglés pero se repetían las canciones una y otra vez hasta que se aprendía. Se ensayaban coreografías y la banda sonora llegó a ser el fondo musical de las vidas de los jóvenes desencantados, que nada tenían que perder, que nada poseían, salvo su capacidad de seguir el ritmo de las canciones.
Ese aire triste, abatido, de perdedor, lo tenía Tony Manero en toda la película. Lo mismo daba el resultado del concurso de baile que actúa como hilo conductor de la acción. Todos los espectadores sabían que, aunque ganara, la vida para Manero era muy difícil, su propio carácter era bastante conflictivo y no había esperanzas. Esta es la forma en la que los desesperanzados jóvenes de los setenta querían redimirse a sí mismos y fortalecer su ánimo. La revolución hippie arrollada por los bailones de barrio.
De ese modo, Fiebre del sábado noche no fue solamente una película, sino un espejo donde mirarse y la muestra tangible de un cambio en las costumbres del ocio, en las mentalidades de los jóvenes, que se alejan de la trascendencia del pensamiento anterior, mantenido por ideales sublimes, para asentarse en el cotidiano día a día de quienes tienen poco que esperar. Fue una llamada de atención de los que no estaban bajo los focos: trabajadores manuales, jóvenes con escaso futuro, gente incomprendida, seguidores compulsivos de canciones que solo hablaban de momentos hermosos con chicas despampanantes.
Sinopsis:
Tony Manero trabaja en una tienda de pinturas de Brooklyn. Su vida tiene escasos alicientes: unos padres convencionales y poco cariñosos, un hermano sacerdote sin vocación, un futuro inexistente. Solo su afición por el baile le dará algún sentido a su existencia, disciplina a su carácter y una meta por la que luchar.
Algunos detalles de interés:
La música de la película es uno de los elementos básicos de su éxito. Los Bee Gees, entonces en la cumbre de su carrera, vendieron 30 millones de copias y colocaron en la prestigiosa lista top ten de Billboard, hasta cinco discos sencillos.
La ascensión fulgurante de Travolta, después de estar intentándolo en otras producciones, coincidió con la muerte por cáncer de su pareja, la actriz Diana Hyland, que había sido su coprotagonista en El chico de la burbuja de plástico.
John Travolta fue nominado a un Oscar al mejor actor. La misma nominación se repitió años después por Pulp Fiction, la película de Quentin Tarantino que lo devolvió al primer plano de la actualidad artística y le otorgó un reconocimiento más allá de sus aptitudes para el baile. El papel de Vincent Vega fue definitivo en su carrera.
Al año siguiente de estrenar Fiebre del sábado noche, en 1978, y como parte del contrato de producción, Travolta protagonizó otra película mítica en el cine musical, Grease, junto a la estrella de entonces Olivia Newton-Jones.
En verano de 2017 salió a subasta la pista de baile de la película, que había sido construida en un pequeño club de Brooklyn y se convirtió en todo un icono de las noches del sábado.
Los Bee Gees habían escrito y grabado los cinco temas originales de la película, "Stayin' Alive", "Night Fever" and "How Deep Is Your Love" (todas interpretadas por The Bee Gees), "More Than A Woman" (interpretada en la película por Tavares, y otra versión por the Bee Gees), y "If I Can't Have You" (interpretada en la película por Yvonne Elliman). El resto de la música fue compuesta y adaptada por David Shire.
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