Yo tenía una azotea en el sur
La casa no tenía importancia, solo era una más de una hilera de tres. Tres casas idénticas cada una de las cuales tuvo un destino diferente. Las tres tenían un patio abierto enorme, casi un jardín, y las habitaciones se situaban en uno de los lados, todas abiertas al patio, salvo la gran alcoba que daba a la calle y que tenía un cierro blanco, con uno de esos escalones interiores de mármol claro. Lo mejor de la casa era la azotea, a la que se llegaba desde el patio, al final del que estaba la gran escalera, con peldaños de ladrillo cocido, rojos e intensos, con un remate de madera oscura. La escalera no tenía pasamanos así que había que subirla pegada a la pared, solo por precaución. Era una escalera preciosa y quizá venga de ahí su querencia por esta pieza de las casas, una especie de pasaporte a las alturas, una genialidad. Había al menos diez escalones, aunque es una cuenta que no hizo nunca y quizá esté equivocada, quizá fueron muchos más y no lo sabe, ni ya lo sabrá nunca, porque nada de esto existe, ni la casa como era entonces, ni esa escalera. Quizá tampoco perviva la azotea aunque, en todo caso, no aquella azotea, una azotea que servía para casi todo. Era el lugar en el que podías estar en soledad, soltar algunas lágrimas, arreglarte el pelo, secarte al aire, tender la ropa, ver la pantalla del cine de verano, allí al otro lado de la huerta, asomarte a la calle, contemplar los puntos de sal de los esteros a lo lejos, ver llegar algún barco, otear el horizonte en el crepúsculo, anticiparte a la luna, oler el verdín y la sapina, saltar de un muro a otro, leer un libro, hacer un dibujo, charlar con las amigas, cerrar los ojos y dejar que el tiempo transcurriera. Un tesoro. Nada se echa más de menos, con el paso del tiempo, que una azotea así, si has tenido la suerte de tenerla en la infancia. Por eso aparece en algunos sueños, y en el sueño está la azotea en día soleado, cuando el levante y el poniente se han puesto de acuerdo para dar una tregua, y la azotea brilla y se esparce su olor a mar por todo el espacio y por todos los sentidos. En el sueño, la azotea es el lugar al que quieres volver y en el que están depositados todos los cuentos, todas las historias, todos los abrazos, todos los himnos de las horas felices.
(Pinturas de Manuel Salinas, 1940-2021)
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