Balada de las niñas que sueñan


(A la Paqui)

Las niñas junto al mar, en el brillante corredor de las salinas. La sal volando en piedras de colores. Los fuertes, convertidos en castillos. Los príncipes que llegan sin avisar y se adornan con el tono pardo de la tarde de invierno o el dorado del verano festivo. Las horas en la calle se pasan lentas y tienen todas el mismo movimiento: una historia que contar, una vida que repetir, un cuento que lanzar al aire, sin saber si la noche en el cine volverá a traer a los héroes, los convertirá en seres de carne y hueso, en elegantes caballeros que viajan en limusina. 

Así sueñan las niñas y tienen todas nombres de hadas en espera. Las miras y las reconoces en seguida. Andan a saltos por la calle, tienen las rodillas lastimadas y el vestido lleno de manchas de rotulador. Miran a todos lados en busca de respuestas, alzan los ojos, allá en los balcones, en las casas oscuras, en los atardeceres, en la sorpresa, en la auténtica batalla de la felicidad que se adivina al fondo de las horas. 

Estas niñas, las niñas, me miran desde entonces y no se escapan nunca. Se quedaron allí, en la calle, en la ciudad, el barrio. Solo yo me escapé y no volví y ellas siguen allí y allí sonríen. Cargan con el peso de no haberse movido y tienen la misma luz que entonces pero el pelo más rubio. Y todas, todas, escriben en WhatsApp que se han cansado, que el tiempo parece detenido, que quizá debieron ahondar en la aventura, que yo acerté y ellas se equivocaron. 

Lo repiten a veces pero yo no las creo. 


(Fotografía: Vivian Maier)

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