"Ese final escrito sobre el aire"
Los aires la definen. Todos luchan entre sí por ganar y vencer, que no es lo mismo. Nosotras llevamos la falda tableada y el viento la levanta y la mueve, la convierte en bandera, en estandarte. Esta es una ciudad plegada hacia los aires y por eso tenemos tanto miedo de que vuelen los sueños. Aquí, en esta azotea, nos sentamos para contarnos las confidencias que no pueden oír las madres. Esas historias que nos parecen tan importantes y que el paso del tiempo convertirá en arena, en tierna arena blanca, de la que el mar abandona en la resaca y nos ensucia los pies cuando recorremos la playa que rodea el sitio en el que vivimos sin saber que el océano nos cerca. Qué espectáculo ver, a la caída de la tarde, cómo un enorme barco aparece en el fondo y ese cuadro que pintamos cada día en el horizonte tiene un sabor salado, como todas las lágrimas, como las lágrimas que caen en nuestras manos al hablar de ese chico que jamás, a pesar de que lo hemos intentado, nos mira al cruzarse por la calle o al coincidir en la puerta del instituto...
A veces en la historia se cuela un aire de misterio que nos acongoja mucho más. Una de nosotras ha descubierto un secreto tan bien guardado que nadie en la calle lo conoce. Ha sido casual, como ocurren las cosas, de una forma tan rara que no sospecharán que lo sabemos. Pero está ahí, en el fondo del domingo radiante, en la conversación, mezclado con las risas. Ninguna lo esperábamos ni lo comprendemos apenas. Alguien podía haber dejado caer que eso son cosas de la vida y que la vida trae estas sorpresas pero somos tan jóvenes, tenemos tantas ganas de creer en el amor que este juego sucio nos aterra. Los vieron bañarse juntos en el crepúsculo y cada uno de ellos tenía el aire culpable de lo que está prohibido. Y los otros ni siquiera sospechan que la persona que duerme a su lado cada noche sonríe abiertamente mientras el mar acaricia su cuerpo y mientras alguien besa las gotas de agua que caen sin misericordia.
Compartimos noticias y hablamos de nosotras como si toda la vida estuviera en nuestras manos. Aún no conocemos qué nos deparará el futuro, ni tenemos idea de las enfermedades, del dolor, de los partos, de las huidas, de las búsquedas. Somos cuatro y tan distintas que nada podría hacer pensar que el universo nos haya unido si no hay un motivo esencial para ello. Tenemos el mismo miedo oculto y no queremos que se note. Tenemos la misma esperanza sin tacha y no queremos que se pierda. Lo que nos diferencia es ahora tan escaso que apenas somos capaces de definirlo. Es mucho más lo que nos une, lo que nos abraza, lo que nos encuentra y lo que hace que las tardes tengan sabor a fresas en los veranos de levante atrevido, en los otoños de poniente y en la llegada del viento sur, tan amable, ese que, sin que queramos reconocerlo, será el que nos conduzca. Ese final escrito sobre el aire.
(Verso del título de María Sanz) (Fotografías de Peter Lindbergh)
(Verso del título de María Sanz) (Fotografías de Peter Lindbergh)
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