Las margaritas crecen en los coches






Conozco a algunos tipos pagados de sí mismos. Podían constituir toda una especie. "Tipos" usado en general, hombres y mujeres. Todos ellos seguros de que tienen razón, de que su imagen merece perpetuarse en selfies continuos, de que su voz tiene los tonos más atractivos y de que respiran glamour por todos lados. Los reconozco casi inmediatamente, porque tienden a aparecerse en todas partes, en jardines donde nadie ha plantado margaritas y en salones donde siempre los esperas. Llegan con una risa incandescente, se rodean de algunos de los suyos, usan colores que nunca sorprenden, pero, aún así, se consideran lo más de la hermosura. Flipas si los observas. Despacio, sin que te estorbe el sentimiento o el aprecio cotidianos, simplemente dejando que transcurran delante de ti haciendo sus representaciones. En realidad, los conoces tanto que no llegan a engañarte pero hay mucha gente a la que dan el pego, que los alaban y se sienten alabados, en un intercambio de sinrazones que no termina porque entonces pararía el carrusel. 

Cuando los veo en las redes sociales o en directo, hablando de otros para que de ellos se hable, siempre me vienen a la cabeza dos imágenes: una es la del niño que grita "va desnudo" y otra la del enorme tiovivo que está en una plaza de Aviñón y que nunca deja de girar, ni siquiera mientras los niños se suben y se bajan. Gira, gira y gira, de modo que el movimiento puede distraer tu mirada de lo esencial, que no son los colores tan brillantes que tiene, ni las risas de los que lo disfrutan, sino el material de que están hechos los caballos: simple y vulgar cartón piedra. "Va desnudo", grita el niño al darse cuenta de que el vestido nuevo no existe, que es una patraña. "Es puro cartón", dice otro niño al observar que su pequeña bota roja con cordones es capaz de formar un fenomenal estropicio en el lomo del caballo. 

(Fotos: Vivian Maier, en color)

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