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La otra muerte de Zola

 


(Fotograma de la película "J'Acusse", de Roman Polanski, 2019)

Nada más desconsolador, para los que han crecido leyendo periódicos, que la evidencia de que el periodismo ha muerto. Después de saludar con escepticismo, cuando no con verdadera aversión y auténtico miedo, el nacimiento de las redes sociales, el periodismo decidió que no valía la pena luchar contra un gigante, sino plantear la estrategia del disimulo y de la imitación. Decidió que lo primero era la ganancia y lo último, la ética. Al tomar ese camino colocó a los lectores, en realidad a los ciudadanos, en la disyuntiva de dejarse engañar o de huir sin volver la cabeza. No existen estadísticas que nos aclaren, si es que una estadística sirve para aclarar algo, qué es lo que ha sucedido, pero cada uno de nosotros puede narrar su particular historia. Y muchas historias suman una historia global. O quizá no, pero tampoco importa. En realidad, a estas alturas de este texto la mayoría debe haberlo dejado atrás, porque leer demasiado no es algo que se estile, salvo para los recalcitrantes. 

La cosa se puso fea porque al periodismo le salió un enemigo muy potente: internet. La democratización de la opinión colocó en el mismo plano a la ocurrencia que a la investigación; a la opinión basada en hechos que a la inventiva de una mañana de verano. Podía haber ocurrido que internet se contagiara de un acopio de calma y sosiego o de una cierta prevención a la hora de lanzarse a escribir, pero sucedió todo lo contrario: los periódicos tiraron la toalla en cuanto vieron bajar sus ventas en papel y decidieron que, puesto que el territorio estaba ya ocupado en la red con todos los que, sin armas ni bagaje, habían aposentado allí sus canales de Youtube, sus perfiles en Twitter o en Facebook, sus fotos en Instagram o sus blogs en la blogosfera, no merecía la pena luchar por mantener aspectos tan retrógrados como la opinión libre, la postura independiente y el servicio al bien común. Mejor un click que tener número rojos. Ahí estamos. 

Cuando la prensa escrita tiró la toalla, contagiada por las hordas de tertulianos televisivos, todos hechos al morbo de lo rápido y extravagante, internet y los suyos decidieron que tenían razón. Y comenzó la feroz batalla por contarlo todo al instante, lo que equivale a no contrastar nada; y de contarlo más sencillo, lo que equivale a suprimir el contexto y el matiz. La guerra del titular estaba servida y, hasta el día de hoy, no sabemos quién ha ganado pero sí quién ha perdido: la verdad. Y nosotros. En eso que Zola volvió a morirse. 

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