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Yo tuve una estrella de mar


(William Merrit Chase) 

Las tardes del verano eran siempre la antesala de una noche llena de sorpresas. Recogíamos los bártulos de enseñar nuestras funciones de teatro caseras y luego nos sentábamos al abrigo del sol, esperando la caricia fresca del viento de la tarde, para poder comentar las historias del día. Esa palabra nos rondaba siempre: "historias". Había historias para todos. Historias de vecinos, de amores, de amigos, del colegio, de los juegos, de la tele, de los libros...Inventábamos historias cuando no existían en realidad. Escribíamos historias, dando un paso más, haciendo de aquello un juego permanente. Luego he sabido que existían otras familias como la mía, ancladas en torno a la palabra, los libros y las historias, pero entonces aquello era muy exótico pues ninguno de mis amigos tenía esa vocación de teatro ambulante que nosotros poseíamos. Por eso se colocaba de lado a lado del patio, amarrados fuertemente a los barrotes de hierro de dos ventanas, una tela de colcha fuera de uso, que tenía colores brillantes y dibujos bordados, como si alguien se hubiera dedicado a tejerla con sumo interés, para que hiciera las veces de telón o de fondo para fotografías. Allí las fotografías tenían una luz especial, tamizada por la tela y porque las ventanas quedaban detrás y solo se percibía la luz lateral que se asomaba al abrir la casapuerta. 


(Edward Henry Potthast)

Una vez encontré una estrella de mar.  La coloqué en la caja de los restos marinos. Había también un caballito y muchas caracolas, algunos trozos de sal endurecida que no servían para nada y un poco de verdín, para notar el olor del mar en los días de levante.  Tampoco era necesario. El aire se movía y traía el sonido de las olas, el sabor de las mareas y las lunas llenas que convertían el mar en un recipiente de charol limpio y perfumado. La estrella de mar estaba escondida debajo de unas piedras y nadie antes que yo había logrado encontrar una tan perfecta, con sus brazos extendidos y su color grisáceo, casi blanco. Estaba petrificada. Debía de tener miles de años de antigüedad, pensé entonces. Fenicia o tartésica, quién sabe. Puede que fuera la única estrella de mar que había sobrevivido a un cataclismo y estaba camuflada debajo de una roca para pasar desapercibida, sin intención sí, pero con un destino claro. Reinar en mi caja de lata de los oscuros secretos del mar. 


(Vassily Kandinsky)

En una de esas historias que escribíamos y representábamos estaba el rey del mar, ataviado de una manera extraña, como si hubiera vuelto de un eclipse. Una noche viví despierta el eclipse de luna sobre la que luego fue la playa de nuestros sueños, nuestra playa, esa que durante años contempló paseos, charlas, risas y esa sensación de plenitud que trae el verano cuando todo lo que queremos está en orden. Fue a esa playa a la que regresé después de ti. No podía reconocer nada de lo anterior. Ni la arena, ni las olas, ni las mareas, ni las lunas, ni el cielo, ni la terraza, ni el olor de la madera en la casa, ni las vistas, ni el silencio, ni el frigorífico, ni los cuchillos de la cocina, nada tenía el aire de antes. Por eso tuve que desprenderme de ella cuanto antes, para que la casa no me repitiera constantemente que el tiempo de la felicidad ya había pasado.

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