El mundo era una reluciente madrugada
(Obesia)
El duelo es un paréntesis de nieve, una franja fría y solitaria, en la que no caben nada más que las lágrimas. A veces, hasta ellas mismas se escapan, se convierten en absurdas, huyen de ti, no quieren saber nada, nada de lo que eres, lo que fuiste o dejaste de ser. Un caos. El caos es el lugar propio de quienes han sido abandonados en una riada explosiva de agua libre, que cae en cascada, sobre el vestido azul, sobre las manos, sobre el cuerpo entero, abandonado, sin abrazos ni firmas. Un tiempo de escasez dentro de un universo de preguntas que no obtienen respuestas.
(Cinderella)
Puede que haya un milagro, puede que una ilusión advenediza, inmerecida y sin cálculo alguno, aparezca por algún horizonte y reescriba la historia o la convierta en otra. Tú no serás la misma y los demás tampoco. Demasiado observarte tras la lupa de un mundo que no entiende sino seguir girando en el lado correcto de las cosas. Puede que haya un milagro y entonces los vestidos serán todos azules, los zapatos brillarán sobre el lodo y saldrás corriendo, andando en autobuses de cristal, en carrozas que tienen forma de taxis blancos y llegarás allí donde, tal vez, sin que nadie lo espere, surgirá una canción con nombres nuevos.
(Alexandra Fuller, 2016)
Al fin, eso eres tú, un vaivén desbordante, una promesa que no pudo cumplirse, un sueño que lo fue y se convirtió en agua. Nos miras y nos dices que todo aquello tiene razón de ser, más que tú misma incluso y que los paraísos solo existen si tú te los construyes, si tú vences el miedo, si te miras con la vieja certeza de que, incluso en las nobles hondonadas de los años futuros, habrá un hueco para otra madrugada. El mundo era una reluciente madrugada y tú, en ella, una flor. La flor, tan solo.
(Todas las fotografías son de Annie Leivobitz) (El título es un verso de Luis Alberto de Cuenca)
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