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Cartas como rosas


Escribir cartas es un acto de generosidad hacia la otra persona. En las cartas se vuelca la vida, pequeña o grande, conocida o difusa. Los escritores de cartas son gente dispuesta a ser escudriñados, valorados, por los demás. Hay ejemplos maravillosos de correspondencia entre personas valiosas, artistas, escritores, gente de categoría en algún aspecto. Pero también la vida real es la muestra de que las cartas son imperecederas y su perfume, como el de las rosas, sigue revoloteando por el aire, sin mácula, dejando huella. 


Las flores de Georgia O'Keeffe son la mejor ilustración para contar cuántas cartas me escribía mi madre cuando me fui de casa, por ejemplo. En las cartas, que conservo, detallaba con suma precisión todos los acontecimientos de la semana o de los días. Incluso si algún hermano había hecho alguna travesura, lo que comían o bebían, si salían y adónde, lo que veían en la tele e, incluso, sus pensamientos, ideas, imaginaciones. Todas las cartas eran una evidencia clarísima de que la vida continuaba en la familia que yo había dejado atrás. Las cartas de mi padre, por el contrario, son muy pocas y tienen un único tema por cada una de ellas. En ocasiones, un poema. Mi padre era hombre de pocas palabras y muchos versos. 


Durante algunos años mantuve conversación con una alumna que era musulmana y vivía en uno de esos curiosos barrios de Ceuta en los que ahora no entra nadie que lleve uniforme. Ella era una niña muy especial, guapa y dispuesta, quería triunfar a toda costa y puede que lo haya conseguido aunque sus noticias no llegaron a mí. Escribía largas cartas en correcto español y yo le contestaba con un listado de libros, comentarios de películas o lecciones completa sobre algún tema que le pudiera interesar. Hablar con los alumnos es una de las cosas que los profesores hacemos continuamente y que, sin embargo, nos deparar siempre alguna inquietud. 

Hubo un chico que estudiaba en Madrid que me escribía cartas durante toda la carrera. Creo que le consolaba pensar que yo iba a esperar que terminara y que eso acabaría en boda. Y otro me escribía desde Peñíscola, porque se enamoró un verano de mí sin que pudiera ser correspondido. Sus cartas eran un vaso lleno de lamentos que apenas disimulaba. Y las cartas de las amigas y de las primas, siempre puntuales, o las cartas de las colegas que viajaban y que no querían dejar de hacer constar su dicha. Cartas, cartas, muchísimas cartas. 

Se siguen escribiendo cartas, ahora usando el correo electrónico. Los mensajes de IG o de TW son como telegramas y los de FB, y de mail, cartas enteras, cartas llenas "de poesía" que a veces devuelven la alegría. Abrir una carta es deshojar una flor. Con la ventaja de que puede volver a componerse sin causar un planticio. 

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