Siempre quise vivir en una plaza
Siempre quise vivir en una plaza. No sé si tuvo algo que ver en eso la querencia familiar por cierta película en la que la protagonista vivía en una plaza de Londres, cercada por la niebla, vecina de una anciana pizpireta que hacía demasiadas preguntas y que, al final, ayuda a que todo se solucione y a que el malvado Charles Boyer reciba su merecido y triunfe el amor entre Ingrid Bergman y el bueno de Joseph Cotten. Aunque Cotten, todo hay que decirlo, luego nos puso los pelos de punta cuando decidió cortejar a viudas ricas y cargárselas, todo ello al son de una música terrible. No es como esta música de The Cramberries que suena ahora y que inunda, totalmente, el maravilloso piso de Meg Ryan en Tienes un email. Hay que ver lo que es el cine... Se convierte en tu paisaje y terminas siendo un personaje más o un espectador privilegiado.
Siempre quise vivir en una plaza. Mi calle de la infancia era, a mí me lo parecía, bulliciosamente alegre y había siempre un sol que la atravesaba, incluso en los días de frío, porque tenía el reflejo de un océano cercano que nadie más que yo adivinaba. Cuando me sentaba con mi cuaderno y mi bolígrafo en una esquina de la azotea o en el escalón de la casapuerta o en una silla de la cocina a escribir mis diarios o a contar mis cuentos que todavía conservo, ese sol era el embajador de la dicha. Mi calle no tenía plazas pero desembocaba en una, castiza y proletaria, llena de tangos y de guichis, y muy cerca de esta desembocadura estaba otra, que contenía y contiene una iglesia humilde y amarilla.
Siempre quise vivir en una plaza. Desde el lugar en el que escribo contemplo el trasiego de los niños jugando, de la niña de abrigo rojo que siempre quiere estar en todo a pesar de que es la más pequeña, de los paseantes de perros, de los ancianos que se mueven con dificultad pero se mueven, de las parejas que van de la mano. Contemplo el renacer de los naranjos que nunca termina. Contemplo los setos y sus formas caprichosas, el pequeño parque infantil, los parterres, las buganvillas, las enredaderas, el suelo húmedo a veces y otras veces seco. El albero. Desde el lugar en el que escribo la vida se muestra llena de vigor en esta plaza. La plaza que soñé y que ahora existe.
(Fotos: CLB)
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