Elegantes
He encontrado esta foto en una red social. Me ha hecho pensar, recordar, escribir. Aparentemente solo son personas que están tomando algo en una calle de Londres, en una terraza de mesas verdes y sillas que parecen bastante incómodas. Aquí en primer plano un señor mayor. En segunda fila una pareja que está comiendo algo. Más allá otro señor. El señor mayor tiene un libro en la mano, está leyendo. En la silla de al lado hay más libros y lo que parece ser otra bolsa también llena de libros. No hay nada en la mesa, acaba de llegar o no ha pedido nada. Está absorto en la lectura. Lleva gafas de montura negra. Está concentrado absolutamente en lo que lee. La distancia nos impide ver de qué libro se trata.
El hombre mayor va muy bien vestido. Pantalón gris de raya bien planchada, una camisa clara, una chaqueta azul. Lleva calcetines azules y unos mocasines negros bien limpios. Es un hombre elegante y su elegancia no es afectada, no es cursi, no es presuntuosa, sino natural. Es elegante la forma en que se viste, la forma en que se sienta, la forma en que toma el libro en las manos, en que cruza las piernas. Son elegantes y finas sus manos, es elegante su gesto. Es un hombre elegante en todos los sentidos.
Y ahora viene la nostalgia: conocí a un hombre así. Es más, lo quise mucho y aún lo quiero. Cada día lo recuerdo en cada cosa que vivo o que hago, porque es una especie de señal interior que nunca se apaga. Me gustaría que él lo supiera, que notara la sabiduría de su presencia en mí, la forma en que perdura, que vea que nada ha sido en vano, que florece. Vestía de una forma muy parecida a este hombre y tenía también manos elegantes. Pasaba las páginas de los periódicos con sutileza, estaba muy delgado, era muy delgado como una parte de sí mismo, comía poco y delicadamente, nunca manifestó gula ni exageración alguna. Escuchaba atentamente, hablaba bajo, sonreía con timidez y se ofrecía para todo. No tenía nada suyo. Y en esta ocasión es verdad esa frase hecha. Su elegancia se notaba cualquier día del año, en el trabajo y en el escaso ocio. Vistió toda la vida así, hasta sus últimos momentos. No era hombre de pijamas y batas, sino de pantalones con raya bien planchada, camisa de manga larga y cárdigan. Le gustaban las chaquetas, los buenos jerseys y, sobre todo, las corbatas. Yo le regalé muchísimas corbatas a lo largo de su vida porque sabía que las apreciaba y las lucía. Llevaba impecables los zapatos. Le gustaba el orden, la limpieza, el buen gusto. Y se peinaba hacia atrás como el hombre de la foto, siempre hacia atrás con el cabello un poco largo, con un estilo tan cinematográfico como las gafas de sol oscuras que tanto usaba. Era elegante, era genial, era adorable, era mi padre.
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