La vida es un cuadro de Vermeer
En esta orilla aparecen, estáticos y diminutos, los personajes que representan lo humano, la vida cotidiana, la juventud y la vejez, los sueños y todos los fracasos. La tierra compacta los acoge y la barca está dispuesta al tránsito. Llegar al otro lado quizá es una de las metas, pero no parecen demasiado afanosos, sino, por el contrario, tienen la quieta placidez de quien no espera demasiado de las cosas. Llevan la cabeza cubierta y vestidos holgados, azules, negros y blancos los colores, gestos serios y actitudes sencillas, no parece que quieran estorbar el paisaje. Están aquí, de este lado, abstraídos en las conversaciones y sin prestar atención a la cinta de agua, con los navíos anclados, también solos, y sin percibir, o quizá lo han hecho y se lo callan, el vaivén de las torres, los edificios con tejados de pizarra y el nuboso cielo intempestivo que amenaza con lluvia.
No vemos sus rostros ni queremos hacerlo porque no son nadie en concreto y lo son todo. Las dos mujeres aisladas se encuentran al borde de las confidencias y no admiten molestias ni curiosos. El resto, displicente, escondidos en el anonimato, quieren significar la obligada tarea del ser humano que tiene en el tránsito su mayor aventura. Hay demasiadas sombras en el agua. Las nubes grises se ocultan a la vista pero se intuyen y esa intuición es, a veces, mayor que la certeza. No hay sol aunque la claridad lo busca. No hay más luz que la del transcurrir del día.
Ellos son la evidencia y, al otro lado, está la búsqueda, el poder ser, la existencia posible pero lejana y llena de peligros. La aparente tranquilidad de la ciudad vacía esconde un gran secreto que, quizá, y como suele ser moneda común en cualquier biografía, no van a averiguar aunque lo intenten. Si te fijas, las aguas se han unido en un puente de piedra que cruza el horizonte construido. Las ciudades con puente siempre guardan historias, siempre almacenan lágrimas, siempre cuentan misterios. El azul de los cielos, el azul de las aguas, el azul de las torres, el azul del vestido, huellas de azules en un tiempo que se quedó fijado en la retina.
(Vista de Delft, 1660-1661. Johannes Vermeer)