Ir al contenido principal

El hombre tranquilo

 Esos personajes que, después de llevar una vida de conflictos y violencia, vuelven a sus lugares de origen y se convierten en mansos corderillos me resultan muy atractivos. Ya conocéis el tipo: gente que ha sido marine, policía, ranger, pistolero o asesino a su sueldo. Gente que un día decide abominar de su pasado y recoger sus trozos para encontrarle un nuevo sentido a la vida en un paisaje idílico, en su ciudad levítica o en su pueblo familiar. Hombres tranquilos que guardan las armas y se convierten en paradigmas de la no violencia. Incluso cuando les provocan, ellos se contienen y ofrecen la otra mejilla, todo con tal de no volver a sentirse presos del ardor violento que, en su otra vida, han practicado con enorme convicción. 

A veces, estos hombres recalan en parajes líricos, lugares bellos donde puede esperarles alguna sorpresa. Hay sorpresas de largos cabellos rojos, de ojos verdes y cuerpos briosos. Entonces el estallido está asegurado, no el violento, que ese se encuentra a buen recaudo, sino el otro, el sensual, el emotivo, el amoroso. En uno de esos encuentros se hallan Maureen O´Hara y John Wayne y ya tenemos una película de John Ford. Como esta, “El hombre tranquilo”, de 1952, un clásico de la mejor especie. Una mezcla de drama, comedia, aventura y transparente poesía. 

Sean Thornton, el exboxeador yanqui que llega a Innisfree, en la suave costa irlandesa, verde y misteriosa, colmada de leyendas y de tragedias sin escribir, es un hombre herido. Sus heridas no se ven, aunque se intuyen. Y las conocerá primero el espectador, en una suerte de complicidad afectuosa que el director trama para que nadie se sienta defraudado. Mary Kate Danaher es una temperamental pelirroja, una mujer que acepta las tradiciones que dirigen la vida del pueblo, pero que lo hace con una pizca de orgullo, con independencia y con criterio propio. No es una feminista, pero tampoco es una sumisa chica casadera que espera su oportunidad. El tercero en cuestión es el bravucón “Red” Will, el hermano de ella, un tipo escasamente cultivado y tan apegado a la tierra como los propios caballos que surcan la playa en esa carrera que revive cada verano Sanlúcar de Barrameda en el paraíso atlántico al que vuelvo sin remedio. 

Un hombre honesto que guarda un secreto se enamorará de una mujer respetable y seductora. Es una historia de amor la que se aparece en el trasfondo de la película, pero también es un crisol en el que se mezclan con desigual suerte las costumbres antiguas, las carabinas que acompañan a las parejas, las dotes que han de llevar las novias, la pretendida obediencia femenina a los designios de sus parientes masculinos y, en fin, todo aquello que conforme la escritura pequeña y cotidiana de una pueblo anclado en tiempos pretéritos. 

Sin embargo, no hablaríamos de “El hombre tranquilo” si no aludimos también a la tolerancia, la solidaridad, la amistad, la sinceridad y el respeto que trasmina la obra. Como si fuera posible que en el fondo todos los seres humanos pudiéramos sentirnos inmersos en la misma aventura vital, católicos y protestantes simbolizarán un encuentro pretendido, un ansia de comunión más allá de las diferencias. Y, al fondo de todo, la silueta imponente del hombre que guarda en sus puños el doloroso eco del pasado que no debe volver por mucho que otros o todos se empeñen. La recompensa está en esa danza delicada que entona Mary Kate cuando, al fin, recupera sus muebles, el símbolo exacto de que es una mujer de una pieza. 

Sinopsis: 

Innisfree, Irlanda, 1933. A su pueblo natal vuelve Sean Thornton, después de llevar una vida complicada en EEUU, como boxeador. Allí conoce a la bella Mary Kate Danaher, de la que se enamora. La complicación surge tanto en la rivalidad de Thornton con el hermano de ella, como en el choque que se produce entre el exboxeador y las costumbres y ritos del pueblo. 

Algunos detalles de interés: 

“The Quiet Man” de 1952 es una película estadounidense dirigida por John Ford. El guión es del propio Ford y de Frank S. Nugent, sobre un relato corto de Maurice Walsh, titulado “Green Rushes” publicado en 1933 en el “Saturday Evening Post”. 

Los productores, independientes, fueron Merien C. Cooper, G. B. Forbes y John Fordo. La productora fue Republic Pictures. 

La música es de Víctor Young y  Richard Farrell. Es una partitura original con aires celtas y románticos. Incluye canciones populares como “Turalye Anne”, “Galway Bay” y “The Isle of Innisfree”. 

La fotografía, que plasma magníficamente la belleza rotunda y natural del paisaje irlandés, de su campiña y de su costa, es de Winton C. Hoch and Archie Stout. 

En el reparto John Wayne, Maureen O'Hara, Barry Fitzgerald, Ward Bond, Victor McLaglen, Jack MacGowran, Arthur Shields, Mildred Natwick. 

La película obtuvo nominaciones y premios: 

1952: 2 Oscars: Mejor director, fotografía color. 7 nominaciones

1952: Globos de oro: Nominada Mejor director y banda sonora

1952: National Board of Review: Mejor película

1952: Venecia: Premio OCIC

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac