En la más influyente obra teórica que Mairena
escribió, con el respaldo formal de Ricardo Molina, ya se adivina que el
cantaor y estudioso del flamenco había caído en la cuenta de que Triana era, al
menos, uno de los centros fundacionales del cante. Por ello, en “Mundo y Formas
del Cante Flamenco”la
presencia de Triana se extiende a las descripciones de algunos cantes, sobre
todo las tonás, soleares y seguiriyas, así como a la aparición de artistas de
filiación trianera, por nacimiento o vivencia, la mayoría de los cuales sitúan
Mairena y Molina, en ese arranque ingenuo de dividir el mundo en dos partes,
del lado de la tradición y la autenticidad.
Así, los Cagancho o Frasco El Colorao comparten
espacio con otras grandes figuras, maestros todos del cante en una época de
formación estilística en la que tanto papel desempeñaron aquellos que, por su
talento y su intuición, fueron capaces de armar el entramado de este edificio
que aún nos produce asombro por su perfecta estructura: el cante flamenco.
Al decir de muchos que lo vivieron de cerca o
que tienen noticias muy ajustadas, Mairena tuvo en Juan Talega un valedor del
cante de Triana. Talega consideraba que en el arrabal el flamenco hallaba una
expresión diferente y que, recogiendo los ecos que los maestros gaditanos
habían llevado Guadalquivir arriba, se recreaban allí los estilos por obra y
gracia de quienes, en escenarios diversos y con formación diferente,
constituyen los flamencos de Triana.
Si Mairena intuyó que era más acertado hablar
de flamencos de Triana que de flamenco de Triana es algo que desconocemos. Sin
embargo, su misma forma de pasar por el tamiz de Alcalá o de Utrera los sonidos
que había hallado plasmados en Triana nos puede dar fe de que había entendido
el papel central de los hombres y las mujeres que, en una dedicación digna de
tal causa, esculpieron las formas flamencas que, desde Triana, habían de ser
aceptadas y largamente cultivadas por los profesionales del flamenco.
A pesar de que no puede evitar defender la
preponderancia de la Soleá de Alcalá, la realidad de la observación se impone y
Mairena (más que Molina, que en este aspecto sería un simple transcriptor de
las ideas del cantaor) tiene que estimar en mucho el papel de la Soleá de
Triana, haciendo hincapié en dos aspectos que nos parecen de gran interés y que
demuestran que sus conocimientos no podían estar velados ni siquiera por su
falta de objetividad en algunos temas: el papel central de Ramón el Ollero (Ramón
el de Triana, para ser más exactos) y la especialísima soleá apolá que dentro
de los estilos trianeros tiene su sitio reservado.
En esa encantadora clasificación que los
autores hacen de los intérpretes de seguiriyas (Siguiriyeros de primer orden y
Supremos siguiriyeros) los trianeros están en el primer apartado, segundo en
orden de importancia. Allí están los Caganchos y otros artistas del arrabal. Lo
mismo puede decirse del cante por tonás, en el que Triana también ocupa, a
juicio de Mairena, un papel central, lo mismo que en los Tangos.
Dado que Mairena fue un teórico y un práctico
a la vez, dejó grabadas sus interpretaciones del cante de Triana que, como ha
venido ocurriendo con sus versiones de los cantes en general, se han convertido
en canónicas en muchos casos. Su discografía, que tiene una clara intención
enciclopédica desde los años sesenta, cuando ya Mairena está imbuido de su
voluntad de aportar al cante no sólo cante sino organización e ideología, nos
ha dejado notables muestras de ese empeño didáctico que le caracterizaba. Es acerca
de esta faceta de su personalidad la que debería conllevar, con todo sentido,
el apelativo de “maestro de Los Alcores”.
Veamos que, en su discografía, aparece esta
intención de sentar las bases de una flamencología que ponga las cosas en su
sitio. Así insiste en su recorrido cantaor por las escuelas que forman la gran
pirámide del cante: Cádiz, los Puertos, Triana, Jerez, además de, por supuesto,
Utrera o Alcalá, los lugares que le son más cercanos. De Triana se acuerda, por
ejemplo, en 1963 cuando le dedica un single “Duendes del cante de Triana”. En
ese mismo año, siguiendo su voluntad recopiladora y, en cierto modo, ecléctica,
realiza también en el mismo formato “Noches de la Alameda”, de forma que hace un
viaje sonoro por las dos maneras de ser flamenco en Sevilla: Triana y la
Alameda, a la que tanto conocía por sus actuaciones en colmaos y fiestas,
diferentes a su paso por Triana, barrio en el que su testimonio flamenco está
más vinculado a espacios reducidos y menos abiertos al público.
Después, en 1974, grabará un disco de larga
duración que con el título de “Triana, raíz del cante” será un reconocimiento
al peso de este enclave en el flamenco, aunque antes ya había dejado grabados
“Cantes de Cádiz y los Puertos”, en 1973 y “Antonio Mairena y el Cante de
Jerez”, de 1972. La última incursión en la discografía, el entrañable disco “El
calor de mis recuerdos” grabado en 1983, insiste en su predilección por los
aires trianeros, que él recrearía, no obstante, añadiéndole matices utreranos y
alcalareños, cuando incluye las seguiriyas de Manuel Cagancho, esas que se
titulan “Aires de Triana”.
La principal crítica que Mairena destila hacia
el cante de Triana es, quizá, además de su mayor virtud, una consecuencia
inevitable de la naturaleza de este barrio, arrabal, lugar especialísimo, de
historia singular y plena de acontecimientos. Mairena se quejaba de la escasa
“pureza” del cante trianero, en contraposición con el cante de Alcalá, al que
consideraba la genuina muestra de la tradición. Tenía razón Mairena. En Triana
nada puede considerarse “puro” si por ello entendemos algo sin mezcla. No,
porque sabemos que Triana es un crisol, esto es, el recipiente en el que, una
vez fundidos los materiales sonoros del flamenco más diverso, queda la
sustancia básica de una esencia inimitable. Triana, por eso, no es pura, aunque
sí es personal y auténtica.
Y esto no es casual. Seguramente Mairena,
persona de una gran inteligencia natural, habría comprendido que no podía ser de
otra forma si entendemos que, desde siempre, fue Triana cruce de caminos, paso
de Sevilla hacia el Aljarafe y el Atlántico; orilla del río que conducía a
América; receptora de gente de toda condición; barrio industrial antes que
ningún otro. La historia y la geografía de Triana nos dan la clave máxima de
esta condición de su cante que Mairena apreció de inmediato: una espléndida
mezcla de sonidos que, tras la aportación de los flamencos trianeros, volvió a
irradiar, transformada, hacia otros lugares del cante.
(Foto: Antonio Mesa León)
Comentarios