Algo más que enseñar



La historia de la didáctica del flamenco tiene enhebrados numerosos nombres de maestros y profesores que, desde hace años, han considerado que valía la pena esforzarse por transmitir el flamenco a los alumnos. A partir de los años ochenta, al menos, esa larga lista ha sido la forjadora de una manera de acercarse a este arte desde la escuela, utilizando una metodología interdisciplinar y haciendo del flamenco algo cercano para los jóvenes y niños. Estos profesores han arrojado claridad en un territorio marcado, en ocasiones, por los matices oscuros; han abierto caminos de conocimiento en un marasmo de leyendas, tópicos y mitos sin demostrar. Su labor ha de ser reconocida y, como en todo profesional de la enseñanza, ese reconocimiento ha de venir de parte de sus propios alumnos, que han adquirido un bagaje difícilmente comparable: para ellos el flamenco no será nunca algo ajeno, sino que lo sentirán unido al desarrollo de su infancia y su adolescencia.

 Entre esos nombres, además, hay algunos que destacan por su polivalencia. Son personas que, a la par que profesores, son también artistas, autores de letras, compositores, gestores, escritores, realizando así una doble tarea y aportando un extraordinario punto de vista sobre este arte. Se trata, así, de ver el flamenco desde dentro, mostrando no sólo los datos, las ideas, las posiciones, los contenidos, sino también, participando en el quehacer del tejido flamenco que día a día se va llenando de expresiones distintas.

 El primer nombre que se me viene a la cabeza es el de Calixto Sánchez, maestro de escuela (como a él le gusta ser llamado) y cantaor, además de compositor, letrista y, en algunos momentos de su vida, miembro destacado de algunas instituciones que están realizando un esfuerzo en torno a la comprensión del hecho flamenco. Las múltiples facetas de Sánchez no han de oscurecer una de las más entrañables y que ofrece un aspecto poco conocido, quizá, en la actualidad: aquellos lejanos años en los que enseñaba el compás flamenco y algunos secretos de este arte, a los niños que cursaban sus estudios en la Escuela Aneja de Sevilla. Ese papel pionero hizo posible que su ejemplo cundiera y fuera seguido por otros muchos maestros.  A partir de su actuación pudimos llegar a pensar que el flamenco podía, y debía, ser enseñado fuera de los tradiciones focos de imitación.

 El segundo caso que me gustaría citar en este recordatorio necesario es el de Manuel Herrera Rodas que, aunque no es artista, es lo más cercano a uno que existir pueda. Su papel como maestro y director en su pueblo de Los Palacios tuvo en la lucha por que el flamenco llegara a las escuelas un papel absolutamente relevante y a él debe agradecerse mucho de lo que haya podido avanzarse en este campo. Herrera fue co-director de la Revista Sevilla Flamenca, verdadero alma mater de esa añorada publicación y también director de la Bienal de Sevilla. Sin embargo, es en su papel, en el que continúa, de coordinador del Ciclo Conocer el Flamenco de Cajasol (antes, El Monte) como perpetúa su intención didáctica ya que las propuestas que él mismo idea y presenta tienen todas un componente pedagógico y una intención divulgativa que no puede pasarse por alto. Los asiduos de este Ciclo saben que se ha logrado una atractiva simbiosis entre lo nuevo y lo añejo, la tradición y la vanguardia, lo personal y lo universal, todo ello surgido de la mente y el sentir flamenco de Manuel Herrera.

 Otros profesores han ofrecido a sus alumnos, a la par de un conocimiento científico acerca de este arte, la vivencia de su propio latir como autores de composiciones poéticas cercanas al pálpito flamenco e, incluso, de letras de cantes. Dos destacados letristas de flamenco, autores de letras que han cantado una gran cantidad de intérpretes y que se recogen en grabaciones diversas, son también profesores de Lengua y Literatura. Ello aporta una visión autorizada del fenómeno literario del flamenco que hace llegar a los alumnos las formas, los estilos, los cantes, los ecos, de una manera especialmente provechosa. Nos estamos refiriendo a José Cenizo Jiménez, cuyo hacer como crítico de libros (otra de sus facetas) conocen bien los lectores de El Olivo, y a José Luis Rodríguez Ojeda, poliédrico personaje, humanista de pro y dueño de una ingente producción de coplas flamencas que han sido y son cantadas por destacadísimos profesionales. Ambos representan la dualidad entre formación y emoción, pues, a la par que conocen desde dentro los entresijos de la literatura, la poesía, la métrica, todo lo que constituye la arquitectura formal de los cantes, también, a su vez, sienten, por vivencias familiares, por educación, por entorno y por decidida pasión, todo lo que el flamenco significa como eje inspirador de su propia obra. Por ello, en el conjunto del panorama de la didáctica del flamenco y en el flamenco mismo, ambas figuras representan referencias ineludibles.

 Todo esto significa que los profesionales de la enseñanza han considerado, con acierto, que la enseñanza del flamenco debía ser un elemento más de la estructura de formación de nuestros alumnos. Asimismo, ese convencimiento les ha llevado, en muchos casos (los que hemos citado y otros que no pueden recogerse aquí por motivos de espacio), a contribuir con su aportación no sólo a la didáctica del flamenco propiamente dicha, sino a la formación del profesorado que debía afrontarla en las aulas. Esta doble condición se ha unido, como hemos visto en los ejemplos referidos, a otras actividades dentro del ámbito flamenco, al que han dinamizado enormemente, añadiendo un elemento de calidad por tratarse de personas cualificadas y formadas en campos diversos. Es el caso de Ricardo Rodríguez Cosano, cronista flamenco de Lebrija y de Agustín Gómez, director de la Cátedra de Flamencología de Córdoba, desde la que realiza una apuesta importante a la hora de impartir y dar a conocer todos los entresijos del arte flamenco y su relación con otras artes. Los profesores se han constituido, pues, en animadores culturales de su entorno a partir del propio flamenco, produciendo un efecto de gota de agua que ha germinado dentro de instituciones y actuaciones muy destacadas, incluyendo la publicación de revistas y el impulso a festivales, concursos, jornadas, seminarios de estudio, como puede ejemplificar muy bien el propio director de esta revista, José María Polo, cuya continuada actividad en todos estos campos ha irradiado un foco cultural a partir de una pequeña población andaluza.

 Digamos pues, sin asomo de exageración, que en la enseñanza del flamenco y en su puesta en valor ante los jóvenes, el papel del profesor ha sido sustancial. Como ocurre en todos los aspectos de la educación, es el maestro, el profesor, el que sostiene la llama de la esperanza, el que confía, más allá de las administraciones, en que su labor no caiga en terreno baldío y el que transmite, a la par que saberes, el fondo de ilusión que todos los niños y jóvenes necesitan para acercarse al flamenco con el interés que merece esta música universal.

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