La escuela tenía solamente cuatro aulas. Era, pues, una escuela muy pequeña, la escuela más pequeña que he conocido nunca. Las aulas estaban situadas dos a dos, unas orientadas al norte y otras al sur. En medio de ellas unos pequeños cuartitos indicaban los aseos. La escuela era tan pequeña que no tenía sala de reuniones, ni de reprografía, ni despachos, ni nada, nada salvo esas cuatro aulitas, enfrentadas entre sí, unas al norte y otras al sur. Era esa orientación la que las diferenciaba. Las aulas que daban al sur eran muy alegres, pues recibían la luz del sol de forma respetuosa y placentera, menos en los meses de calor y mucho más en los de invierno. La humedad se evaporaba como por arte de magia en sus paredes cuando recibían los clamorosos rayos y el aire del viento sur, lluvioso pero cálido. En cambio, las aulitas del norte eran sombrías, tenían siempre una pátina de oscuridad y tristeza, porque el sol pasaba de largo y sólo recibían el influjo de los vientos pesa
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