Baeza
Todos los
perros ladran al anochecer
Así que eso
era todo: decir adiós sin más, sin otra explicación que el cansancio del
tiempo. Nada de aquella chica rubia, nada de aquellos ojos verdes, nada de mi
mirada triste, nada de mi cansancio, nada de mí...No tuviste piedad y tuve que
marcharme, oírte era un imposible sufrimiento. Dejar atrás el mar, dejar la
infancia, dejar la casa, dejar el corazón, dejarlo todo…
Ahora sé que
mi cura no vino únicamente por las voces amigas o por la edad (tan sólo veinte
años). Fue la quietud del campo, las luces de neón abandonadas, el suelo, tenso
y tibio, el calor, las noches bañadas por un silencio fijo. Baeza me recibió
como si yo misma fuera Machado, como si hubiera perdido a Leonor, como si
tuviera que marcharme al exilio, como si mi madre preguntara entrando en la
ciudad: "¿Llegaremos pronto a Sevilla?". Baeza abrió los brazos y
entendió que llorara una semana entera, los siete días primeros de mi estancia,
porque el amor se iba y yo no lo entendía.
Luego, vino la
música, la música se expande en la ciudad sin que nadie detenga su sonido. Sale
de la gran plaza, se adentra en Jabalquinto, sube a los miradores, vigila las
iglesias...La música en Baeza se oye con otro ritmo, con otra circunstancia,
tiene una partitura que nadie ha conocido. Pero nunca está sola, se mezcla con
palabras. Palabras de poeta, lo recuerdo, en los muros anclados en el tiempo
perdido de aquellas aulas que pisó Machado. Palabras de poeta, Luis García
Montero y otros cuántos, místicos, vividores, nuevos realizadores de los
sueños. Escribo sentimientos, conozco sentimientos, espero sentimientos…
Baeza lo
entendió, supo que era el momento, supo que yo tenía que dejarte perdido en una
de sus calles y regresar, al fin, limpia de tu recuerdo, únicamente dueña de mí
misma, para ya nunca más sufrir de amores, sino gozar de amores, ni una mentira
más. Baeza, el mes de Agosto, el corazón partido y calles viejas. Deambular
silencioso, soledad, una búsqueda que nunca terminó y que empezó al perderte.
Baeza, la ciudad de los perros, sinfonía de ladridos en el anochecer, mientras
Machado cruza lento el patio de la casa perdida en una esquina, recordando a
Leonor.
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