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De hijos y de amantes

 


"Hijos y amantes" es una de las obras más notables de D. H. Lawrence. Para mí, junto con "Mujeres enamoradas" y "El amante de lady Chatterley" forma su trilogía principal. Habría que añadir a este grupo "El arcoiris" que es la precuela de "Mujeres enamoradas" y la que presenta de inicio a la familia Brandgwen. Sagas aparte, "Hijos y amantes" es una novela muy especial, que te produce sentimientos complejos y pensamientos encontrados. No solo es una opinión mía como lectora precoz y luego contumaz de Lawrence sino de una mujer escritora cuyo criterio me merece todo el respeto: se trata de Virginia Woolf, uno de cuyos ensayos literarios, recogidos en el volumen de Páginas de Espuma que aparece en otra entrada de este blog, se titula precisamente "Anotaciones sobre D. H. Lawrence", habla ampliamente de esta novela en un ensayo de apenas cinco páginas. La glosa comienza dejando claro que hay una dicotomía en los lectores o supuestos lectores del escritor: los adoradores y los denostadores, ambos tan exagerados que no merece la pena acercarse a ellos, precisamente porque no los necesita. 

"Hijos y amantes" es, a juicio de Virginia, una novela "pulcra, decisiva, magistral, dura como una roca, modelada, esculpida por un hombre que era el hijo de un minero nacido y criado en Nottingham". Todas estas cualidades aseguran una presentación coherente de los personajes y la trama, y un desarrollo eficaz. Lo que distingue a Lawrence de otros escritores es, precisamente, el desasosiego que surge de la lectura, porque, detrás de lo que ves vislumbras que hay algo más y que el autor te está ocultando la forma en que han sucedido las cosas antes de que tú llegaras a conocerlas. Eso te crea un "pequeño temblor y un brillo en las páginas, como si estuviera compuesta de objetos relucientes y distantes". Entre todas las escenas que forman su relato sobresale siempre en sus obras alguna que da el tono principal del relato, que lo caracteriza, que se eleva y te conduce a la trastienda de su creación. En "El amante de lady Chatterley" es el momento en que Connie observa, sin que este lo sepa, las abluciones del guardabosques en un pequeño barreño con agua al aire libre. La visión espléndida del hombre sin ropa significa para ella, privada de hombres desde que su marido fue herido en la guerra, una bofetada a su deseo de apartarse del mundo y una certeza total sobre lo que observa: algún día ese hombre y ella compartirán desnudez. En "Hijos y amantes" Virginia identifica esa escena cumbre en el momento en que Paul y Miriam se columpian en el granero. "Sus cuerpos se vuelven incandescentes, luminosos, significativos, un pasaje de emoción arde al igual que en otros libros". El cuerpo vuelve a ser el elemento crucial en la escritura de Lawrence, convencido de que todo lo demás es accesorio y circunstancia, menos esa sana corporeidad que no separa a los hombres sino que los sitúa en la misma dimensión, lejos de la clase social, de las creencias, incluso de los afectos. 

 Esa visión corporal, esa sensación de formar parte de algo, la naturaleza, en la que el hombre está inserto lo quiera o no, contrasta con la insatisfacción personal de los que se sienten excluidos del concierto social y por eso la novela, como todas las suyas, navega siempre entre el reconocimiento, la amenaza, la huida y el descubrimiento. La condición social de Lawrence impregnó toda su obra del residuo oscuro de la mina. Su lucha social se resuelve en la literatura, en sus poemas y novelas. Su conciencia de hombre pobre, ajeno al desenvolvimiento intelectual y social que lo rodeaba en cierto momento, alienta en su obra a modo de esencial llamada de la vida íntima que el hombre entabla con otros hombres en torno a la sexualidad, la sensualidad y, al fin y al cabo, la contemplación de lo secreto. 


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