Reinventando el flamenco
Al final de la Guerra
Civil, cuando se intenta normalizar la vida en España, Manolo Caracol había
dicho: “en la estampa escenificada está el camino”. Ese camino alejaría al
flamenco de las malas condiciones en que estaba cuando el artista tenía que
subsistir a base de asistir a fiestas que duraban hasta las tantas y por las
que te pagaban una miseria…o, a veces, ni eso. Mitificaron las fiestas quiénes
no sabían lo que era quedarse dormido con el hombro apoyado en una mesa de
madera pegajosa de vino. Los que no sabían que el cantaor o el guitarrista
pasaban días y días metidos en el cuarto sin ver a sus hijos. También había quién tenía “síndrome de
Estocolmo” y hablaba de “señoritos buenos y señoritos malos”. Decidido: Manolo
Caracol (no sólo él, pero sobre todo, él), tuvo claro que el teatro, el
auditorio, la plaza de toros, la plaza del pueblo, tenía que seguir acogiendo
al flamenco tras el paréntesis de la guerra, y aún más: que el flamenco podía
tener argumento, que en el escenario podía haber una orquesta, un piano, unos
bailarines y que la copla sería el complemento perfecto a la hora de llevarlo a
los grandes públicos.
Más tarde, en esos mismos años 50, es la
música italiana la que hará acto de presencia, a través de la radio, gran
difusora de ecos musicales entonces (y ahora) y de la incipiente televisión en
blanco y negro. El Festival de San Remo inspiró otros eventos del mismo corte,
entre ellos, el Festival de Benidorm que, durante años, fue un acontecimiento
musical de primer orden, en línea con el desarrollo urbanístico y turístico del
Levante español. Estamos en el boom de
la música moderna, la que, desde entonces, atrae a los jóvenes, que se alejan
de la copla, el flamenco y la zarzuela, también de los boleros y rancheras,
para decantarse, definitivamente, por la misma oleada musical que el resto de
los jóvenes europeos y americanos.
Los Beatles están al fondo de todo, luego
serán Los Rollings Stones. En nuestro país, la juventud vibra con el Dúo
Dinámico, Los Pekenikes, Los Estudiantes, Micky y los Tonys, Los Sonor, Los
Brincos, Los Bravos, Los Sírex, Los Mustang, Los Milos, Los Catinos, Los
Canarios y Los Relámpagos, todos ellos constituyendo la primera avanzadilla de
lo que será un fenómeno imparable: el triunfo de la música moderna, en
detrimento de otras músicas. La música de masas ya no será, nunca más, el
flamenco. Hay que aceptar las circunstancias y, en un afán de supervivencia y de adaptación a los
tiempos, florecerán los tablaos, no como lugares para turistas sino como
templos del flamenco. Ahí estarán El Corral de la Morería (el más antiguo, de
1956, dos años antes del fenómeno “Dinámico” que es de 1958), Torres Bermejas
(que será el que acoja a Caracol en 1962), La Gran Taberna Gitana, Zambra, El
Duende, Los Canasteros o Caripén.
Flamenco sin aditamentos. Protagonismo del
cante. Auge de la guitarra de acompañamiento, que origina el desarrollo del
instrumento y su florecimiento como máximo representante de la música flamenca.
¿Cuánto hubo de voluntario en elegir este camino? ¿Cuánto supuso una imposición
de los nuevos tiempos? Mairena, y quiénes con él promulgaron el nuevo flamenco,
tuvieron el acierto de entender que los tiempos estaban cambiando y que la
supervivencia del flamenco bien podía estar en un repliegue de las formas, en
una estilización del fenómeno, en una simplificación en la estética y en el
formato. Despojado de todo aditamento, quedó el cante. El cante que preconiza
Mairena, incluso el presentado por él con sus cualidades cantoras
extraordinarias, está por encima del artista que lo presente, se superpone al
artista y se convierte en protagonista absoluto. Escasean las atribuciones
personales y, cuando se usan, suponen una forma de asentar la autoridad de tal
o cual artista del pasado, normalmente, desconocido.
Mairena entendió que las cosas debían
cambiar y, por ello, ofreció una alternativa que hizo fortuna. Su búsqueda del
cante en sí mismo era una airosa salida para competir con la música que venía
de fuera, con la música moderna y anglosajona, en una competencia original: el
flamenco se marchó a otros escenarios y dejó libre el camino para los otros. Lo
hizo para sobrevivir. Y el empeño tuvo éxito. Gran parte de este éxito, que ha
permitido que el flamenco haya sido capaz de continuar floreciendo y
evolucionando, se lo debemos a Mairena, estoy segura. ¿Cómo saber hasta qué
punto era consciente de lo que significaba su postura en esos momentos?
Difícil, aunque la lectura de las entrevistas y opiniones que dejó escritas
puede resultar clarificadora. Por ello es de suponer que Mairena había
entendido que la pervivencia del flamenco estaba en un flamenco centrado en sí
mismo, en una estética de lo esencial y en una ética de lo puro.
Caracol trazó un camino a principios de los
años 40 y Mairena hizo lo propio veinte años después. Los dos son de la misma
generación cronológica, pero tuvieron que jugar un papel distinto en la
historia de la música. Ambos lo hicieron con dignidad y con valentía. Eficazmente,
además. Y demostraron que el flamenco, como música que es, no podía resultar ajeno al
devenir cultural de España, ni siquiera a su historia ni a su desarrollo vital.
Comentarios