El largo y cálido verano
He sentido tu aliento y he buscado tu boca. He hallado tu cintura sin poderlo evitar. Te he besado. Y una constelación de fuego y de caricias se ha elevado conmigo. El verano, las noches, las flores en el borde del camino, todo se funde en todo, como si no pudiera evitar la esperanza. Así los sueños se escriben en verano, con la imagen de quien convierte la vida en vida. Sueños y espacios libres de mentiras. Realidades cansadas.
Las noches se han escrito con risas y con sueños. Una vez me miraste, lo sé. Porque sentí que ese fuego tenía la enorme certidumbre de ser lo que no era. Me miraste y sentí que me buscabas. Fue un instante tan solo. Pero fue suficiente.
El verano es un sueño que se apaga. El calor, los deseos, la tarde que se alarga, el día que despereza su sol imperturbable. El verano está lleno de huecos por llenar, de agua fresca que surte el frío espacio de un corazón tibio.
Así que ahora te nombro, mi verano, mi sueño, mi todo, tú entre las cosas. Así que ahora te escribo y te cuento cómo todas las cosas se perecen, cómo el tiempo se acaba, cómo se agosta todo y se termina.
Te quiero. Aunque el tiempo nos pegue dentelladas. Aunque la noche cubra la soledad más cierta. Aunque no sepas que un corazón tiembla al verte. Aunque no estés. Aunque no estarás nunca. Te quiero. Así que pasen los años y el tiempo cubra el cielo, el sol, los árboles dorados que tensan el camino, así que pase todo, te quiero. Y si lo digo es porque ya lo sabes. Y si lo digo es porque tú me quieres. Totalmente, hasta el fondo. Desde hace mil años, hasta siempre.
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