Venganza con aguja e hilo
La editorial Lumen publicó en 2016 el libro en el que se basa esta película, “The Dressmaker”, “La modista”, escrito por Rosalie Ham. Una historia “femenina” que tiene el atractivo adicional de lo que se podría llamar el efecto “Cámbiame”, es decir, la conversión del aspecto físico de una persona a través de una ropa elegante y glamourosa. Ese cambio actúa de dos formas: una de ellas, sobre el propio sujeto, que se siente seguro de sí mismo y que modifica su manera de acercarse al mundo. La otra forma se refiere al mundo mismo: todos quedan asombrados, en el mejor sentido, al ver cómo un buen outfit es capaz de hacer milagros.
Los libros sobre costura son encantadores. Tienen una clase de magia que es difícilmente imitable. Se trata de historias que dan mucho de sí. He leído recientemente algunas: El tiempo entre costuras, de María Dueñas, con espías incluidos, una sólida aventura, con un trasfondo argumental que es lo que sostienen el libro más allá del estilo, muy mejorable; Flores para la señora Harris, de Paul Gallico, con viaje a París y estancia en Chez Dior, protagonizado por una señora de la limpieza londinense, esas señoras que son toda una institución en el Reino Unido y que poseen una personalidad cuya fuerza es innegable; La modista de Dover Street, de Mary Chamberlain..., se ambienta en una época más antigua y es el menos conocido de todos ellos.
Sobre El tiempo entre costuras se hizo una serie de televisión todavía mejor que el libro, con un gran despliegue artístico y de producción. La mezcla de ambientes exóticos con el Lisboa o el Madrid de los años cuarenta, así como esa doble vertiente de los personajes, entre los inventados y los reales (entre ellos, el Juan Luis Beigbeder, Alto Comisionado para el Protectorado de Marruecos y su amante, Rosalinda Fox), es explosiva y genera un interés añadido. El vestuario y las mañas de la modista son muy atractivos e interesantes a la hora de ser plasmados. Esa escena en la que Sira Quiroga crea un modelo original y único, un "falso Delfos" para Rosalinda, es genial. Lo mismo el cambio físico de la protagonista, al vestirse con ropa bien cortada y diseñada con gusto.
Los libros sobre costura son encantadores. Tienen una clase de magia que es difícilmente imitable. Se trata de historias que dan mucho de sí. He leído recientemente algunas: El tiempo entre costuras, de María Dueñas, con espías incluidos, una sólida aventura, con un trasfondo argumental que es lo que sostienen el libro más allá del estilo, muy mejorable; Flores para la señora Harris, de Paul Gallico, con viaje a París y estancia en Chez Dior, protagonizado por una señora de la limpieza londinense, esas señoras que son toda una institución en el Reino Unido y que poseen una personalidad cuya fuerza es innegable; La modista de Dover Street, de Mary Chamberlain..., se ambienta en una época más antigua y es el menos conocido de todos ellos.
Sobre El tiempo entre costuras se hizo una serie de televisión todavía mejor que el libro, con un gran despliegue artístico y de producción. La mezcla de ambientes exóticos con el Lisboa o el Madrid de los años cuarenta, así como esa doble vertiente de los personajes, entre los inventados y los reales (entre ellos, el Juan Luis Beigbeder, Alto Comisionado para el Protectorado de Marruecos y su amante, Rosalinda Fox), es explosiva y genera un interés añadido. El vestuario y las mañas de la modista son muy atractivos e interesantes a la hora de ser plasmados. Esa escena en la que Sira Quiroga crea un modelo original y único, un "falso Delfos" para Rosalinda, es genial. Lo mismo el cambio físico de la protagonista, al vestirse con ropa bien cortada y diseñada con gusto.
Hay algo de mágico en el hecho de que alguien posea la habilidad de cambiar la mentalidad, al menos superficialmente, de una comunidad, a través de un elemento material. Los elementos materiales no se quedan ahí, sino que terminan por traspasar el espíritu y el alma de la gente. Por eso esta película me ha recordado a “Chocolat” de Juliete Binoche, esa deliciosa película en la que el chocolate representa el pecado, la perdición, lo prohibido. La afición al dulce y a los placeres de la gastronomía como elemento subversivo contra una sociedad conservadora al máximo que ha arrumbado los sentimientos y que oculta los hechos del pasado.
Aquí, el argumento que exhibe Tilly, la joven moderna, educada en Europa, que regresa a Dungatar, una pueblo de la Australia más profunda, es la ropa. Su habilidad para diseñar, cortar, coser, fruncir y rematar, es su arma poderosa, la que esgrimirá en ese combate que debe librar con sus vecinos, con su terrible y dudoso pasado y, lo que es mucho peor, con su propia madre, Molly (Judy Davis).
Kate Winslett, cuyo físico se presenta de forma tan desigual en las películas que protagoniza, es aquí Tilly Dunnage, una mujer estilosa, elegante y sofisticada. Todo lo contrario de lo que en este territorio perdido se considera adecuado. Y debe cargar con una leyenda negra que pesa sobre ella desde la infancia y con la animadversión materna, expresada en las frases de su encuentro, qué haces aquí, por qué has vuelto, puedes irte cuando quieras. Esa leyenda negra ha condicionado su vida hasta el momento y se requiere un ejercicio de valentía y de introspección para lograr conocer la verdad y propagarla. La verdad os hará libres. En este caso es así, aunque esa libertad se vea en cierto modo lastrada por la desgracia.
Hay otra arma no prevista en todo ese recorrido sentimental por su pasado, en esa venganza bien dispuesta a base de hilo y aguja: el amor. En una película de modistas, de vestimentas y looks que cambian al paso de la protagonista, es el amor el aditamento que complementa, mejor que un bolso, unos zapatos o un sombrero, la acción y el argumento. Teddy (Liam Hemsworth) es el hombre que conquistará el corazón de la modista y lo hace a través de una convincente interpretación y una evidente química entre los actores, algo nada fácil cuando se trata de buscar partenaires a la voluble e inteligente Kate.
Esta especie de comedia-western-disparate cinematográfico tiene el encanto de mostrarnos los años cincuenta con todos sus aditamentos en lo que se refiere al maquillaje (rabillos en los ojos, labios rojos, piel blanca), peinados (melenas onduladas, recogidos bajos) y vestuario (abrigos y vestidos con cinturas estrellas y amplias faldas, sombreros, escotes palabra de honor, pamelas, gabardinas, guantes, bolsos). Una de las estrellas de la película es la máquina de coser, Singer, que usa Tilly para convertir a las poco agraciadas chicas del pueblo en mujeres deseables que triunfan en los bailes comarcales. No es poca cosa haber aprendido en París con la señora Madeleine Vionnet.
El vestuario de la película lo firma una prestigiosa profesional, Marion Boyce, que despliega su arte en ropa disonante con ese aire de poblado del oeste abandonado que tiene el pueblo. Pero es precisamente esa discordancia la que nos encanta. Cómo cambiar el exterior puede llevar consigo el cambio de las emociones…y el resarcimiento de los dolores del pasado. A todo ello contribuye un espacioso reparto, encabezado por Kate Winslet y que cuenta con nombres como Liam Hemsworth, Judy Davis, Hugo Weaving, Sarah Snook, Sacha Horler, Caroline Goodall, James Mackay, Kerry Fox, Alison Whyte, Barry Otto, Julia Blake, Rebecca Gibney, Shane Jacobson, Genevieve Lemon, Shane Black, Shane Bourne, Hayley Magnus.
“The Dressmaker”, dirigida por Jocelyn Moorhouse, con guión de la propia directora, sobre el libro de Rosalie Ham del mismo nombre. Música de David Hirschfelder, fotografía de Donald McAlpine, Producida por Film Art Media Screen. Ambientada en Australia, años cincuenta del siglo XX. 118 minutos.
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