Hay veces que el dolor arrasa
De modo que aquí estoy y os escucho, os escucho a los dos. Alicia Keys y John Mayer hacen un concierto en la calle, de noche, en Nueva York y la música me transporta como hace siempre, me lleva a un paraíso que perdí sin motivo y del que no puedo desprenderme, una pérdida que no puedo aceptar.
Así estamos los dos, en medio de la música, la guitarra con su lamento, su rasgueo imposible, su metálica ansiedad, y el piano con la fortaleza del poderoso, y las voces de John y de Alicia y el sonido vibrante de la batería, enorme, lanzado al espacio para vernos allí los dos. Estamos en Valdelagrana, paseamos por la playa, vamos camino a casa, los pies metidos en el agua, las camisetas de verano, el calor, quizá los churros del desayuno. Y vamos por Ronda en invierno, bien abrigados y valientes ante la inclemencia del día. Y recorremos la parte alta de Martos o de Baeza, y asistimos a un concierto de flamenco y saludamos a los artistas y luego estamos quizá en Cádiz, frente a la Caleta y allí nos abrazamos, tal vez estamos todo el tiempo abrazados y luego junto al río, el río Guadalquivir en Triana, la sierra del Brillante en Córdoba y nos miramos y sabemos que no hace falta nada, que no queremos nada más que esto, ese imposible paseo con las manos unidas y estamos los dos así entre la música, el final trepidante de la música mientras nos vemos a nosotros mismos en una casa, en una esquina del jardín lleno de macetas de barro, al lado de la ventana con flores, plantando un huerto aromático quizá y estamos juntos, juntos y todo lo juntos que se puede estar y no hay enfermedad y no hay dolores, no hay lágrimas ni despedidas, no hay entierros, no hay cenizas, no hay sino nosotros en verdad, verdaderamente anclados en la misma razón que ahora no existe y ha dejado su hueco a este dolor, a este enorme dolor que siento y no se para nunca.
Comentarios