El buen amante
Las niñas de Conso se quedan, durante las horas del parto, en casa de una vecina, como es normal en la calle. No se quedan nunca con su tía Angustias porque no tiene hijos y se aburren. Así que pasan la mañana en la casa de Anita y Luciano, que viven pared con pared y que tienen dos niñas muy graciosas. El plan le ha fastidiado el día a Anita, pero no lo dice. No podría decirlo aunque quisiera y no quiere. Sonríe y se guarda el fastidio, le prepara a las niñas el almuerzo, va y viene a la casa de Conso y ofrece a la vida la imagen pactada: un ama de casa joven, una madre de familia guapa y coloradota, vestida de florecitas, bien peinada y con una sonrisa arrebatadora. Esa es Anita la mayoría de las veces. El marido de Anita pasa todo el día fuera, como hace siempre. Es camarero en uno de los restaurantes de la playa y está en plena temporada. Luciano es un buen hombre pero muy soso, dicen todos. Apenas habla y sonríe sin ganas. Siempre ha sido así de modo que todos se extrañan de su boda con Anita, tan distinta, tan esplendorosa, tan vibrante. Una mujer así es un regalo, dicen en la calle. Y Luciano parece no darse cuenta. Algunas frases gruesas se oyen a veces. Yo le daría lo suyo, afirma uno. Y menos mal que tienen estas niñas tan lindas, opina la mayoría. Nadie considera lógico una unión tan desigual y, si supieran que Anita tiene un amante, lo disculparían. Como hace Conso, que le cuida las niñas cuando no hay colegio y Anita sale. O como hacen Tere y Pili, otras dos vecinas de confianza que hacen lo propio algunas veces.
El amante de Anita se llama Rafael y es todo un espectáculo. No es solo guapo, es alto, es atractivo, tiene una dentadura perfecta, sonríe como un artista de cine y es generoso con Anita. También está casado, pero eso no importa. Su mujer es mayor que él, fea, gorda y mal encarada. No tienen hijos, lo que resulta muy conveniente para todos. Rafael lleva regalos a las niñas de Anita, Ana y Dulce, y ellas están encantadas con ese amigo de mamá. A veces se lo cuentan al padre y Luciano no parece entender lo que le cuentan, o no le importa, o está resignado. El caso es que Anita y Rafael pasan muchas horas juntos. En verano se van a la playa de la ciudad vecina, donde hay menos curiosos que puedan conocerlos y se bañan juntos, se tiran en la arena sobre una toalla de rayas y se abrazan, se besan, se tocan y vuelven a bañarse, como si el agua salada les sirviera para purificar su pecado. Los dos saben que está mal lo que hacen pero lo disculpan ante sí mismos. No pueden evitarlo. La naturaleza está por encima de todo y el amor es más fuerte que el deber. Cualquier película lo afirmaría así. Y Anita les cuenta a Conso, a Lili y a Tere cómo hacen el amor y qué se siente al tener un orgasmo, algo que ellas tres no han conocido ni conocerán jamás.
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