Ir al contenido principal

Storaro en día de lluvia


Esta película me ha reconciliado con Gatsby/ Chalamet. Creo que ha contribuido a esta desaparición de la hostilidad (una palabra que suena con aire psicológico de andar por casa) el hecho de que aquí no pareciera el sobrino del dueño de la tienda de chucherías de la esquina. Entre paréntesis, la psicología (incluso la de andar por casa) está presente en la película y también las costumbres de los ricos. Aún más encantadora está Ellen Fanning (cuyo padre tiene muchos bancos) y también Selena Gómez, las dos chicas, una rubia y una morena, de la historia. Aunque hay más. La gente que dice que esto es solo un amasijo de encuentros casuales, de planes no cumplidos y de agua de lluvia transparente y fiel, tendría que pensar en que Nueva York nunca ha presentado esta inusual imagen vintage, tan llena de dorados, de ocres y de ventisca. Hasta el paseo en coche de caballos se estropea con la lluvia...En la foto, Vittorio Storaro ha fotografiado a Selena delante de la ventana de su casa, por la que caen ríos de agua que hacen juego con el jersey y las cortinas. Quién da más...


Además de correr de un lado a otro todo el tiempo (las horas pasan mojadas), como podría decir la joven redactora de la revista de la universidad de Yardley (una universidad pequeña aunque con pretensiones) ella se encuentra, sin apenas creérselo, en el Nueva York del cine y los ídolos. La ciudad más amada de Allen se trocea en barrios dependiendo de su utilidad en la cultura moderna. Ashleigh tiene que vérselas con un director atormentado, un guionista insatisfecho y recién machacado por su infiel esposa y un actor de éxito que miente sin remedio. Y a todo ello se une la mezcla de vino y de whisky, algo que nadie en su sano juicio mezclaría. Lo del director atormentado podríamos considerarlo una auténtica ironía. Así son los directores de cine conceptual, parece decir Allen, sórdidos, sensibles, exquisitos y paranoicos. Tampoco se quedan atrás los guionistas, como este Ted Davidoff que encarna Law, porque encima tiene la mala suerte de pillar a su esposa in fragante. Lo de los ídolos latinos del cine es de traca. Las revistas del corazón están que arden. Francisco Vega, aquí el ejemplo, es un tipo que se iba a quemar a lo bongo para protestar por el cambio climático. Evidentemente no lo hizo, por eso intenta un affaire con la estimulante chica.

Y los diálogos. No conducen a nada que no sea hablar, hablar y hablar. La risa es parte del diálogo. Risas agradables y risas molestas. Hay una risa que puede estropear una boda. Ashleigh tiene una gran risa, aunque nunca resulta rara, sino envolvente y llena de una extraña ternura. Mientras ella deambula por Manhattan en pos de una entrevista, él, Gatsby, tiene que visitar a su hermano, que vive en uno de esos apartamentos de lujo con techos altos, sofás espumosos, cuadros grandes y vistas al parque, a cualquier parque. Antes de eso, ha comenzado a llover. Como si fuera una pócima mágica, la lluvia agita las conductas y por eso él es capaz de besar como Dios manda a la hermanita pequeña de Amy, una diosa del sexo adolescente. 


Otros protagonistas son los lugares. Y los objetos. El piano de la casa de Shan. Las exposiciones del MET. Las suites de los hoteles caros que dan a Central Park. La casa del hermano, la casa de Shan, la casa de Gatsby. Todas las casas tienen esa mezcla de riqueza y buen gusto a la que no podemos ponerle ni un solo pero. Esta es una película en la que uno quisiera habitar. 


Creo que todo es una crítica soterrada al tiempo que vivimos. El vocabulario de los chicos tiene una especie de maraña entre términos snobs y términos científicos, adobados con expresiones canis. A veces, llegan al paroxismo. "Es una plétora de plutócratas pijos" dice él. "Parece el típico plato de restaurante fusión", contesta Shan. De ella misma es la sentencia definitiva, la que resume todo: "La vida real está bien para los que no pueden llegar a más". Totalmente de acuerdo. 


Lo que en "Hanna y sus hermanas" son los versos de e. e. cummings, es aquí la lluvia.

«Nadie, ni siquiera la lluvia».

En algún lugar al que nunca he viajado,
felizmente más allá de toda experiencia,
tus ojos tienen su silencio:
En tu gesto más frágil hay cosas que me encierran
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.

Con una ligera mirada me liberas.
Aunque me haya cerrado como un puño,
siempre abres, pétalo a pétalo, mi ser,
como la primavera abre con misteriosa destreza su primera rosa.

O si deseas cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy hermosa y súbitamente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosamente por doquier.

Nada que hayamos de percibir en este mundo iguala
la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura
me somete con el color de sus campos,
retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro.

(Ignoro tu destreza para cerrar y abrir,
solo algo en mí entiende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas.

Veo la película dos veces en veinticuatro horas. Me gustaría compartir las emociones que genera, que me genera. Ir a esos sitios, visitar el MET y, ya puestos, el MOMA. Alojarte en una suite lujosa del Plaza. Tomar una copa de noche en el Carlyle para escuchar a los pianistas. Pasear en coche de caballos bajo la lluvia (con capota y paragüas, eso sí). Asistir a una de esas fiestas bohemias donde todos visten ropa de marca, beben whisky de marca y hablan de cosas ininteligibles para la sociedad común. Ver una película en proyección premiun, antes de estrenarse, solo con el guionista y el director. Participar en un rodaje en el que solo tienes que besarte en un coche con un chico que, en realidad, te gusta desde siempre. Este es el gran regalo de Woody Allen. Siempre queremos estar dentro de sus películas. Como en la rosa púrpura de El Cairo, nada de lo que cuenta nos resulta ajeno.

Día de lluvia en Nueva York. 2019. Dirigida por Woody Allen. 92 minutos. Guion de Woody Allen. Reparto: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Selena Gómez, Jude Law, Diego Luna. Fotografía de Vittorio Storaro. 

Comentarios

Por fin encontré (escrito y no divagando en mi mente) la razón de porque me gustan las películas de Allen. Tu lo has dicho, una quiere habitar en ellas.
Me gustan estas películas como las novelas donde hablan de todo y nada, cuestionan y reflexionan, se ríen y pareciera que nada pasa pero no es así.
Thimoteé me gusta como actor y tiene química con quien actúe. Acá es un Allen joven, me recuerda a los personajes que "actuaba" Allen, que básicamente eran él mismo. Y las chicas están perfectas, ambas son adorables y talentosas.
Y la fotografía, perfecta tal y como la describes en esta entrada que me ha encantado.
Saludos.
Caty León ha dicho que…
Muchas gracias por tu lectura y tu comentario. Es cierto lo que dices. Una se pregunta por qué Allen nos encanta, y quizá esa sea una respuesta.

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros