Ir al contenido principal

No todos podemos ser héroes



¿Otra vez hablando de “Casablanca“? No, por favor, otra vez no.

Una enorme plaza muy concurrida con ese aire abigarrado del Oriente, un lugar cualquiera del norte de África, un sitio de paso. Carreras, gritos, disparos, uniformes, alguien que es perseguido…alguien que cae, policía, ajetreo…¿El hombre que sabía demasiado? Sí. 

Y “Casablanca“…Allí estaba Doris Day cantando “Qué será“ y aquí está Sam con “El tiempo pasará“…

El avión que va a Lisboa sobrevuela la ciudad. La gente alza los ojos al cielo, lo ven pasar, saben que se les escapa una parte de su esperanza. Otra parte sobrevive, intacta, al igual que ellos, con rotos y descosidos en el corazón, pero a la espera…Gente herida sin que se vean los esparadrapos, sin que notemos las cicatrices. La gente herida que no es de ningún bando, o sí, de aquel que les convenga en cada ocasión. Oportunismo, supervivencia… Eso es lo que traen las guerras, ya lo sabemos. 

“La Francia no ocupada les da la bienvenida a Casablanca“. En el local de Rick el tiempo parece haberse detenido en un pasado confortable. La ruleta, la bebida y los vestidos impolutos de los clientes, el atuendo brillante de las chicas…humo, música, mujeres, conspiraciones, gente que espera, mercado negro, miradas ocultas, desconfianza, individuos extraños, babel de lenguas y de intenciones…

“El señor Rick se cree muy especial“ ¿Lo es? Firma un cheque con mano segura y contesta a las preguntas que se le hacen con otras preguntas. ¿Es un hombre seguro? ¿De verdad? Juega contra sí mismo una partida de ajedrez y esa soledad quizá no esconda únicamente una forma de pasar el tiempo…

“¿Dónde estuviste anoche?“ Ivonne tiene un gesto agrio…“No tengo la menor idea“, dice él con displicencia, pero también con cierta compasión disimulada. “¿Dónde estarás esta noche?“ insiste la chica, que no ha aprendido nada todavía de cómo funciona la mente de este hombre…“No hago planes por anticipado“, es la fría respuesta. 


Y es cierto, Rick no hace planes, ni se juega el cuello por nadie, lo que representa, sin duda, “una sabia política exterior“…según la opinión del prefecto, “un oficial corrupto, pero pobre“. No obstante, parece que no es oro todo lo que reluce, o que el oro no brilla y está escondido debajo del acero. “Bajo su apariencia de hombre cínico es usted un sentimental“. Y el prefecto sabe mucho de eso, sobre todo de cinismo o, quizá, es otra forma de sobrevivir, de amanecer al día siguiente. “Usted enfatiza lo del III Reich, ¿es que espera otro?“ “Personalmente me adaptaré a lo que venga“. Sin duda. Así ha de actuar alguien que intenta mantenerse en un precario equilibrio justo en este lugar mientras los servicios de espionaje y contraespionaje de las potencias en conflicto se dedican a hacer juegos malabares antes de que estalle el polvorín. 

Aparte de un sentimental con aire de cínico, Rick es también un “borracho“ y un hombre descreído, porque el amor que una vez tuvo en sus manos, siquiera por instantes, la mujer a la que esperó bajo la lluvia hasta que el aguacero hizo imposible que viera más allá de sus zapatos, esa mujer única, se fue y, cuando reaparece, no es ya la chica vestida de azul que emergía entre soldados grises, sino la esposa vestida de blanco de un héroe contra el que es muy difícil luchar. Porque los héroes, esta es la realidad, son necesarios en momentos de zozobra y es muy difícil enfrentarse a ellos sin quedar mal ante todo el mundo. Como si se tratara de una especie en peligro de extinción todos saben que Víctor Laszlo debe salvarse. Y que su salvación implica que Rick Blaine pierda la partida, esa que parecía jugar en solitario pero en la que, a última hora, ha surgido un contrincante. Así que, Ilsa Lund, ese es tu papel. Continuar al lado de tu marido, ese héroe. Aunque pienses que tu renuncia va a significar olvidarte del amor. Al fin y al cabo, Rick es, de nuevo según el prefecto, “un hombre del que yo me enamoraría si fuera mujer“. Pero eso, en este tiempo, no significa nada. Hablamos de renuncias. 

En “Casablanca“ brillan esas horas tiernas en las que Rick rememora a su amada, en las que se derrumba sobre la mesa y en las que sus ojos parecen titubear por un segundo, inseguros, al vislumbrar un definitivo futuro en soledad. Ese hombre es el que nos atraviesa con la mayor emoción, con la dulzura a flor de piel, con el escalofrío, y quizá nos arrebata pensar que, una caricia, solamente una caricia, le devolvería, a él sí, la esperanza. En esas horas tiernas podemos ver la otra cara del hombre que nunca dejaría, por ningún otro motivo, que vieras su interior. Un hombre, como existen algunos, que no explica lo que le pasa, que no verbaliza su realidad para que no exista, que no se confiesa con nadie, que prefiere pasar por duro antes que reconocer que su corazón está roto en mil pedazos. No es esa dureza de pedernal lo que te atrae de Rick sino el destello apasionado que adivinas en su rictus amargo, el destello simple y pequeño de otra personalidad que aparece velada, que se escapa. “Y aquí tienes a un hombre que te ama“, Robert Browning a Elizabeth Barrett. 


Un hombre enamorado. Esto era todo. Sencillamente amor, aunque parezca ira, aunque parezca rabia, aunque parezca miedo, aunque parezca fuego. Amor, sencillamente. Con los ojos nublados por la lluvia o quizá por las lágrimas. ¿De qué le sirve la admiración de todos si él va a estar siempre vacío? “Ella va a venir, yo sé que va a venir“ “De todos los cafés y locales del mundo aparece en el mío“

…En realidad entre Ilsa Lund y Rick Blaine solamente existe un impulso, un lazo atávico, una química inexplicable. Como todos los amantes del mundo, sus corazones tienden hacia el otro. Una fatal llamada que no pueden oír, que quieren ignorar, incluso ahora, en esa penumbra buscada del café, cuando suenan las notas de una canción perdida. Como todos los amantes del mundo tienen una canción que les pertenece y que no son capaces de acallar ni las bombas que no entienden de vida. El tiempo inoportuno de su encuentro tiene escritas las frases que guardan la historia de su amor. El tren, la cita, una lluvia que no cesa, la voz anunciando que es el último tren para Marsella, la carta que se llena de agua y se borra, el fiel Sam que tira de Rick para que suba al tren…Hablamos de emociones. 

En ese reencuentro inesperado en un terreno neutral para casi todo, menos para el amor, ella aparece vestida de blanco en medio de la noche, en medio de dos hombres. Aparece en la espera. En el sueño, tantas veces sentido entre las horas firmes de la madrugada y los atardeceres incompletos. Dos hombres. El idealista, comprometido, luchador por la libertad. El escéptico, vividor, negociante, cínico. La única seña de coincidencia entre ellos es que los dos están enamorados de la misma mujer. Y cada uno de esos dos hombres reaccionará de forma diferente a esa tensión latente que están viviendo. Laszlo, que para eso es el héroe, entonará “La Marsellesa“, el himno de la Europa libre. Levantará así los corazones de los otros, otra vez la emoción, de los sin patria, de los que añoran volver a no se sabe dónde. Rick, por su lado, se convertirá “en su mejor cliente“…

En el desenlace final Rick mentirá. Engañará a Ilsa cuando afirme que la única causa por la que lucha es la suya propia. La engañará cuando le prometa que van a seguir juntos. Así que, en su trance más comprometido, Rick será el héroe que renuncie al amor y Laszlo el héroe que debe seguir pregonando la causa de la libertad. Dos héroes son demasiados para ocupar el mismo espacio. Y este tampoco es el momento del amor. ¿Quién piensa en el amor si vivimos la guerra?…

Escena final. Una renuncia. Dos hombres solos en medio en la niebla. El principio de una hermosa amistad. ¿Y aquellos otros dos hombres que aparecen justo antes del The End para descubrir que nadie es perfecto? ¿Con faldas y a lo loco?…

No. Esto es “Casablanca“.


Sinopsis

Casablanca, durante la Segunda Guerra Mundial, es un lugar de paso para aquellos que quieren huir del nazismo. Allí se encuentra Rick Blaine, regentando un café que lleva su nombre, por el que pasan todas las personas que son algo en aquel enclave. También Víctor Laszlo, un héroe de la Resistencia, y su esposa Ilsa, recalan en la ciudad dando lugar a una situación complicada cuyo desenlace no es el esperado por sus propios protagonistas. 

Algunos detalles de interés

La película se basa en una obra de teatro que nunca se estrenó, cuyo título era “Todos vienen al café de Rick“, en el original “Everybody comes to Rick´s“. Se rodó en un espacio de tiempo muy corto, desde el 25 de mayo al 3 de agosto, ambos de 1942. La filmación se hizo toda en estudios, salvo la escena del aeropuerto. Según los expertos en el filme, el productor de la Warner, Hal B. Wallis, era la cabeza pensante del equipo creativo. 

Michael Curtiz, el director, trabajó sobre un guión de Julius J. Epstein, Philip G. Epstein y Howard Koch. Probablemente los diálogos y la música de Max Steiner son los puntos fuertes de la película. La fotografía es de Arthur Edeson  y la dirección artística, también muy estimable, de Carl Jules Weyl. 

Los intérpretes principales son Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt y Arthur Dooley Wilson, que hace el papel de Sam, el pianista. Bogart compuso un papel lleno de matices, a medio camino entre el hombre solitario y cínico y el amante desesperado. El personaje del prefecto de policía, Claude Rains, es el contrapunto del protagonista. 

Obtuvo ocho nominaciones a los Óscar y se llevó tres. Aunque se rodó como una película más entre las decenas que se hacían en esos estudios, ahora mismo y desde hace años se considera un clásico y una película de culto. 

Un momento especialmente emocionante es el canto de “La Marsellesa“ en el café de Rick. Por mucho tiempo que pase este himno será siempre el de la lucha contra el totalitarismo nazi. El himno de la Europa libre, en realidad. 

Comentarios

Luis Manteiga Pousa ha dicho que…
Lo preferible es no verse en la tesitura de tener que ser un heroe de verdad o no. A nadie se le puede exigir ser un heroe.

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La hora de las palabras

 Hay un tiempo de silencio y un tiempo de sonidos; un tiempo de luz y otro de oscuridad; hay un tiempo de risas y otro tiempo de amargura; hay un tiempo de miradas y otro de palabras. La hora de las miradas siempre lleva consigo un algo nostálgico, y esa nostalgia es de la peor especie, la peor clase de nostalgia que puedes imaginar, la de los imposibles. Puedes recordar con deseo de volver un lugar en el que fuiste feliz, puedes volver incluso. Pero la nostalgia de aquellos momentos siempre será un cauce insatisfecho, pues nada de lo que ha sido va a volver a repetirse. Así que la claridad de las palabras es la única que tiene efectos duraderos. Quizá no eres capaz de volver a sentirte como entonces pero sí de escribirlo y convertirlo en un frontispicio lleno de palabras que hieren. Al fin, de aquel verano sin palabras, de aquel tiempo sin libros, sin cuadernos, sin frases en el ordenador, sin apuntes, sin notas, sin bolígrafos o cuadernos, sin discursos, sin elegías, sin églogas, sin

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban