Lo que dice Virginia
/Virginia Woolf retratada por su hermana Vanessa Bell, en 1912/
Si hay un escritor que ha dejado constancia de su amor y admiración hacia la obra de Jane Austen esa es Virginia Woolf. Ella escribió muchos ensayos literarios y dio conferencias sobre el arte de la escritura, las formas de creación y todo lo que tenía que ver con ese oficio. Sus textos ensayísticos tienen tanto valor como los de ficción y por eso hay que volver a ellos con recurrencia, pues nos ponen por delante ideas valiosas, las propias de una mente original, ingeniosa y sin prejuicios. La falta de prejuicios fue, precisamente, lo que la acerca a Jane Austen, a la que despoja de toda esa hojarasca falsa que se echó sobre ella tras su muerte y a lo largo del siglo XIX. La joven dama escondida en la campiña no existía para Virginia, más bien Austen es una suerte de fuerza de la naturaleza que, además de observar y lanzar observaciones cáusticas e irónicas en sus cartas, escribía novelas.
Como dice la propia Virginia, nuestro conocimiento de Jane Austen procede de "unos cuantos chismes, unas pocas cartas y sus libros". Alude así de manera directa al empeño de Cassandra primero y del resto de la familia después, de ocultar la verdadera naturaleza de la escritora, no solo con la destrucción de las cartas, sino también con la selección de las que se salvaron y la imagen que de ella dan los miembros de la familia en sus respectivos libros biográficos. Si Jane Austen hubiera tenido ese carácter apacible y casi heroico que le achaca su parentela, piensa Virginia, no hubiera escrito esas novelas.
Destaca Virginia el carácter precoz de la escritura de Austen, dado que a los quince años ya escribía con soltura historias coherentes, bien enhebradas y con un discurso propio. Considera que Austen mantuvo siempre una coherencia total en lo que escribía y su propio pensamiento, sin dejarse llevar por modas, indicaciones, sugerencias, aunque estas vinieran de lo más alto en ocasiones. No le da demasiada importancia a esto porque, en realidad, piensa que hacía lo que quería hacer y lo que tenía que hacer dada su personalidad y su carácter. La importancia del carácter está presente en toda la obra de Jane Austen y también lo reconoce así la propia Virginia, que fue una lectora atenta y una observadora imparcial pero no superficial.
Una de las cualidades de la literatura austeniana se halla, así lo reconoce también Woolf, en la que forma en que eleva a la más altas cotas la vida cotidiana, llenándola de su emoción intrínseca y haciendo de ella una muestra de la conducta de los seres humanos que puede ser trasladada fuera de su tiempo y espacio con total verosimilitud. Esa verosimilitud es una característica que la vuelve más humana, más cercana. No es necesario ser un héroe, dice Austen subliminalmente, basta con actuar con sinceridad y de manera honesta. Incluso en sus escritos menores de juventud o en sus novelas inacabadas halla Virginia muestras de esa apuesta nunca subvertida. Por eso le presta atención, por ejemplo, a "Los Watson", la novela que dejó atrás en Bath y que nunca retomó pero que, en sus pocas páginas, ya contiene suficientes dosis del espíritu Austen.
"Jane Austen es así la dueña de una emoción mucho más honda que la que aparece en la superficie. No hay ni tragedia ni heroísmo", dice en uno de sus textos Virginia Woolf acerca de la escritura de su paisana. La paciencia y la meticulosidad son otros de sus valores, sin caer en el detallismo absurdo, la repetición o el aburrimiento de algunos escritores inclinados a pormenorizar tanto en el exterior que se dejan el interior muy atrás. Y, por último, termina reivindicando el valor de la ironía en sus textos, la forma en que la sátira de costumbres llena sus obras y también la manera en que coloca en la palestra a los personajes, sin mala intención pero sin voluntad de redimirlos salvo que lo hagan ellos mismos.
Los valores humanos que recoge la obra austeniana no están reñidos con la agudeza de su ingenio ni con la perfección de su gusto. Más bien se imbrican en una fórmula única y especial, que ella conoce mejor que nadie y a la que no quiere renunciar. Si hubiera vivido más tiempo quizá la evolución de su pensamiento y de su vida habría conllevado otro tipo de novelas, otro tipo de discurso. Puede, dice Virginia, que la fama se llevara cierta primera ingenuidad y cierto rechazo a las glorias del mundo exterior, pero, en todo caso, eso es algo que nunca podremos ya saber.
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