Ese compás ausente
(Nacimiento de Cristo. Catedral de Segovia)
Los niños vinieron del lugar más frío de la tierra. Su
llegada fue, en cambio, un soplo de calor. La casa se llenó de una esperanza
cierta que nunca antes la había alumbrado y el orden se trastocó en una nube de
juguetes que te zarandeaban al entrar. Él, un tipo circunspecto y poco dado a
la risa, se sorprendió llevando a aquellos niños a montar en un tiovivo que el
ayuntamiento colocó en la plaza. También frecuentó una pista de hielo, un
centro comercial plagado de sorpresas y la mesa incómoda y moderna de un
McDonalds que antes no había pisado nunca. La madre dejó de notar una punzada
de envidia cuando, por la calle, descubría el enjambre de mujeres que acababan
de dejar a los hijos en la puerta del colegio y se unió a ellas con entrega,
deseando formar parte del AMPA cuanto antes. Ya eran padres y esos niños su
mayor alegría.
Hace dos navidades que la cosa cambió. Un mal viento en forma
de accidente se llevó a la mujer que, junto con el hombre, habían querido ser
padres como una vocación que no podían rehusar. El hombre se encontró en medio
de un desierto. No pudo siquiera pararse a llorar. Los llantos estorbaban si
quería vigilar con los dos ojos a aquellos niños que todavía parecían no
haberse adaptado a la vida que ellos querían ofrecerles. Así el hombre guardó
su duelo para más adelante y solo, sin la mano cálida de su compañera, intentó
trenzar la vida como buenamente podía. En eso anda, más por el desconsuelo que
por la esperanza misma. Así lo ha sorprendido otra nueva navidad, una navidad
en la que la música estorba si no se quiere recordar que los compases ausentes siguen
doliendo tanto.
(Nacimiento. Murillo)
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