Tú no tienes corazón
Las consultas de los psiquiatras, los psicólogos y los terapeutas están colmadas de pacientes en busca de claves para superar la crisis emocional subsiguiente a un desengaño amoroso. Son muchas las variantes que este puede presentar: abandono, infidelidad, cansancio, amor no correspondido, amantes que se cansan, amigos que quieren ser otra cosa...En este berenjenal de las emociones se encuentran, sin carnet y sin permiso, tanto las personas "normales", que tienen una forma de vivir y expresar el sufrimiento con pautas sanas, y otra curiosa gente que obedece a tipologías peculiares pero que, como no son cojos o ciegos, no los advertirnos a simple vista.
Están los narcisistas, los egocéntricos, los ególatras, los egoístas, los misóginos, están los depredadores sexuales, los minusválidos emocionales, los inmaduros, toda una fauna extremadamente volátil que se mueve a veces de una a otra consideración, mezclando varias y, en todos los casos, generando relaciones patológicas con sus contrarios. O contrarias. Porque tanto puede aplicarse esto que decimos a hombres y a mujeres.
Sufrir por amor tiene tintes normales cuando se produce la ruptura de una relación que se ha desarrollado dentro de las vías del respeto, el conocimiento mutuo y el sentimiento compartido. Toda relación puede llegar a romperse por causas diversas pero si las personas han sido claras y honestas, las vidas separadas a partir de ahora no llevarán la carga del desengaño, de la decepción, de la incomprensión absoluta.
Sin embargo, cuando se topa con individuos (sean del género que sean, repito) que tienen algunas de las características arriba indicadas, todas ellas patologías emocionales y trastornos de la personalidad, entonces nos encontramos con un serio problema. Los narcisistas y egocéntricos desarrollan una amplia batería de actividades para seducirte, para lograr que te unas a su religión, para convertirte en acólitos de su secta. Estas personas suelen padecer una enorme inmadurez evolutiva y una consistente minusvalía emocional que los imposibilita para entender siquiera mínimamente el complejo universo de los sentimientos y las emociones. No pueden querer, no saben querer, no se enamoran nunca. Pero sustituyen esos sentimientos nobles y recíprocos por una clase de dominación que ejercen sin reparo sobre sus víctimas, pretendiendo sojuzgarlas y hacerlas bailar a su son.
Ellos establecen las normas en sus relaciones, sean amorosas, sexuales o de otro tipo (lo de hablar de amor aquí puede estar muy fuera de lugar) y esas normas han de seguirse a rajatabla, si quieres formar parte del harén del señor. O la señora. En caso contrario, serás arrojado a las tinieblas y tendrás que oír toda la serie de descalificaciones, lugares comunes, mantras y sambenitos que el individuo así dispuesto puede largar contra el que no sigue su ritmo y sus órdenes.
Los narcisistas, por ejemplo, aliados con el rasgo egocéntrico y con una absoluta falta de generosidad y de entrega a los demás, se convierten en minusválidos emocionales que deben tener a su alrededor una corte de adoradores para que se sientan realizados. Esas adoradoras, normalmente mujeres, siguen la corriente que el jefe les traza, bailan a su son y se muestran como ellos quieren que sean: superficiales, sonrientes, siliconadas, botulínicas, dispuestas a todo, ayunas de curiosidad (no se pueden hacer preguntas), sumisas (saldré contigo cuando toque), mudas (la cháchara femenina cansa), livianas (sin problemas), y dispuestas a todo lo que ellos decidan cuando lo decidan y hasta cuando sea. Porque un rasgo de estos tipos está en que su inmadurez los lleva a cansarse casi de inmediato de las diversas relaciones que plantean. Sean cuales sean esas relaciones. El avance en las relaciones siempre trae consigo compromiso y eso es algo que no se pueden permitir.
Aunque los narcisistas saben que la imagen que reflejan en su espejo no es perfecta, hacen como si lo fuera y exigen a las mujeres que también la presenten. De esta forma, socavarán la autoestima de las damas que querrán ser siempre más delgadas, más callada, más rubias, más conformistas, más simples, porque todo eso contribuye a alabar al dueño y señor de vidas y haciendas.
Si has topado alguna vez con uno de estos narcisistas, ególatras, misóginos, inmaduros, minusválidos emocionales, verás que es un cóctel que se presenta todo mezclado, variando en cada caso las gotitas de los ingredientes. Todo tienen en común que despliegan una gran energía en la conquista, en la seducción de las víctimas. Dedican mucho tiempo a relacionarse con ellas desde el teléfono, los móviles, las redes sociales...y bastante menos en la vida real, quizá porque la realidad admite poco disfraz. Son aparentemente tipos brillantes, seductores, que saben decir un piropo a tiempo y que emplean palabras cariñosas para referirse a las mujeres en su trato diario: corazón, cherie, cuore, vida, amor, princesa...En esos tiempos iniciales de la caza de la víctima estarán muy pendientes de ellas, de qué hacen, de cómo lo hacen, de qué tal están....preguntas continuas que la víctima interpretará como interés por ellas y sus vidas.
Al mismo tiempo, dado que suelen ser tipos de cierto rango social (los pobres y los trabajadores manuales no tienen tiempo para estas gilipolleces) presumen, aunque con cierta humildad engañosa, de relacionarse con tal o cual banquero, de asistir a tal o cual cena o almuerzo, de presenciar tal concierto....todo ello con una encantadora desgana, como si su presencia fuera muy valiosa y ellos la ofrecieran con escasísimo interés y de forma generosa. Esa exhibición de relaciones sociales forma parte de su tramoya y hará que muchas mujeres se acerquen simplemente porque les supone una especie de plataforma para avanzar en cualquiera que sea su profesión.
Pero no nos engañemos. Los narcisistas, egocéntricos, inmaduros, minusválidos emocionales, no son como tú y como yo. No aprecian a la gente ni a sus logros, por eso nunca saldrán en ayuda de un amigo salvo que haya una contrapartida clara. Ayudarán solo a aquellos que, a su vez, puedan ayudarles. Es un trueque genial. No un regalo. Ni siquiera un quid pro quo porque no es infrecuente que acudan a pedir ayuda a sus damiselas rendidas a sus pies para cualquier tipo de cuestión que ellos no dominen. "Te necesito", dicen convencidos con una suave voz a través del teléfono. Y la dama que contesta a su llamada se siente importante para ellos, necesaria, útil. ¿Cómo no voy a hacerle este favor aunque me cueste lo que me cueste? La dama, que en ese momento no cae en la cuenta del agradecimiento ni del quid pro quo, puede tener la tentación de, a su vez, solicitarle un favor al mismo individuo y encontrarse con la desagradable sorpresa de que la ventanilla de peticiones está cerrada a cal y canto.
El psicólogo Walter Riso tiene una receta clara para este tipo de relaciones: "Huye lo más lejos que sepas y lo más rápido que puedas"
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