"Vida de un escritor" de Gay Talese
Nunca creí que me fuera a gustar un libro como este. Ni siquiera que me parara a leerlo. Pero unas frases extraídas de una rápida reseña que he visto por ahí me hicieron tener una curiosidad insana. No he leído ningún libro de Talese, ni siquiera he seguido su obra, así que...ha sido un atrevimiento, un riesgo, lanzarme a esta lectura.
Cuando un libro no me gusta lo dejo. Nada de intentos. Esto no es un purgante, ni una medicina con sabor desagradable. Leer es un placer, una cosa que te hace verdaderamente feliz así que no tengo por qué perder el tiempo con libros que no me gustan habiendo tantos que me encantan.
Sin embargo...he de confesar que empecé sus páginas (mejor dicho, sus palabras, porque lo he leído en ebook) y tuve una especie de atracción fatal hacia lo que contaba, quizá porque lo hace de manera tan desenfadada, con tan poco misterio y tan escaso cuidado, no sintáctico ni semántico, sino de una manera natural, abierta, sincera. Al menos eso parece.
La cosa va de un periodista joven y ambicioso que pretende escribir bien. Que no se conforma con narrar los partidos o los combates de boxeo, sino que quiere hacerlo con gracia, con dominio del estilo, con gusto y con belleza literaria. Claro que tiene una herencia paterna muy definida en lo que se refiere a la creación y a la estética. Su padre era un magnífico sastre que le dejó grabada la idea de que las cosas han de ajustar bien, que la imagen es importante y que lo bueno y lo bello son compatibles con lo útil y lo correcto. De manera que el adolescente Talese leyó a Faulkner, a Thomas Wolfe, a John O´Hara, a Irvin Shaw, a Carson McCullers y a F. Scott Fitzgerald, entre otros. No le bastaba hablar de juego sino que quería confidencias, interioridades, cosas con las que adornar definitivamente sus textos. El más allá de la crónica deportiva. Esa mirada es la que recorre su autobiografía. Una parada en los recuerdos más inverosímiles, los que para cualquiera serían irrelevantes y que él retrata con la osadía de saber que uno no puede engañarse a sí mismo.
Y lo intentó con todas sus ansias hasta que logró acortar sus frases a lo Hemingway. Y se fue convirtiendo en una voz especial, en un escritor de periódicos y revistas que contaba las cosas de otra manera. Resulta extraordinaria su visión de la vida en la ciudad de Nueva York al amparo de los mecenas deportivos o las grandes estrellas. Cómo percibe, por ejemplo, que los restaurantes son esos lugares en los que la noche acoge, como únicos testigos, la gloria perdida de los que durante el día dominan la ciudad con sus limusinas y sus dólares. O su convicción de que la gente alta es distinta a las demás. "En realidad nunca he visto que la gente muy alta tienda a ser servil". Más bien son tímidos, reservados, callados y quieren pasar desapercibidos. Este tipo de observaciones llenan el libro de una extraña cualidad: la cercanía. Tienes la seguridad de que la gente que refleja puede compartir contigo una cerveza en cualquier bar de barrio.
La parte que más me interesaba a priori era la de su rutina de escritor. Él la relata concienzudamente. Su café mañanero, sus cuatro horas de trabajo por la mañana, su comida sucinta en una cafetería, su rato de tenis y, desde las cuatro de la tarde (el cuatro se repite mucho en este libro), otras cuatro horas de trabajo (¿no os lo he dicho?), hasta las ocho y entonces, solo entonces, se permite estar un buen rato pensando en un delicioso Dry Martini que se va a tomar antes de la cena.
Talese tiene dos casas, una en Nueva York y la otra en Nueva Jersey, de donde es oriundo. Lleva casado desde el año 1959 con una editora que, según cuenta, se mete en la cama rodeada de manuscritos, mejor dicho, de originales, ninguno de los cuales son de su marido. Tiene dos hijas, Pamela y Catherine. Esas dos casas condicionan su vida. En cada una de ellas tiene exactamente replicado el mismo material de escritura, útiles, lápices, cuadernos, bolígrafos, mesitas....En el libro nos cuenta con detalle su problema a la hora de escribir. Después de disfrutar ampliamente con la escritura a máquina, se topó con la cuestión de los ordenadores. Su experiencia informática es muy negativa y no tiene buena disposición para ello, así que confiesa su vuelta a la escritura a mano, a velocidad de tortuga, desde luego. Cualquiera de estas cuestiones la desarrolla con tal pulcritud y parsimonia que parece que está contando los prolegómenos de la segunda guerra mundial.
¿Qué queréis que os diga? Me ha parecido un tipo interesante, una persona dotada de una capacidad especialísima de observación, que ve las cosas a su modo y ese es un modo original, nada gregario. En ocasiones he dudado de su intención al relatar apasionada y certeramente un encuentro deportivo entre chinas y americanas o las manías de algún jeque del periodismo o de la vida nocturna. No sé, me parece que el universo de los Yankees o los Mets encierra cosas que yo no sabía que existían hasta ahora.
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Un abrazo