Eterna seducción
Como la mayoría de vosotros he leído Ana Karenina muchas veces y siempre, al acabar de leerla, tengo la impresión de que algo se me escapa. Alguien se me escapa. Lo mismo me ocurre cuando leo otros libros, a Edith Warton, a Lawrence, a Clarín, a Jane Austen...
Creo que esta mañana de sábado he entendido qué es aquello que aparece en el fondo del libro, en el mosaico de personajes que lo conforman, y que se escapa de las manos, se evapora su esencia, se convierte en el gran desconocido: es el hombre. Los hombres de cada uno de estos libros, los hombres de "ellas", los causantes de todo, las víctimas quizá, son muy parecidos. Una vez vi una serie de televisión sobre Ana Karenina y allí estaba él, mucho mejor representado que en cualquier adaptación o película. Por desgracia, no recuerdo su nombre, ni quién era. Solamente sé que él sí era el Conde Bronsky, que desencadena la pasión, el torrente que conducirá a Karenina al caos. Es el "teniente francés" de esa película de Meryl Streep; el guardabosques de Connie Chaterley; el señor Birkin de "Orgullo y Prejuicio". Es el cura de La Regenta y el señor Archer de "La Edad de la Inocencia".
Mucho se ha hablado y escrito sobre los personajes de mujer que pueblan nuestros libros, nuestras obras de arte, pero hoy he reparado en la esencia oculta de los personajes masculinos, de los grandes personajes masculinos que se ven conducidos, irremediablemente, por azares del destino o de las propias mujeres, a un precipicio de pasión que solamente termina destruyéndolos. Todos ellos tienen el mismo aire de predestinación, de inocencia, de ajena insistencia en el peligro. Parecen todos deudores de este Conde Bronsky que, en "Ana Karenina", sucumbirá a los inexplicables resultados nefastos de la pasión amorosa. Lo que Nèmirovsky (nuestra Irène) llamaría "el ardor de la sangre". Desconocidos, forman parte de libros que ya son, a su vez, parte de nuestras vidas, y aparecen al fondo, indecisos y sin atreverse a abrir la puerta. Pero su misma presencia ausente desencadena el torrente por el que van conduciéndose las mujeres sin que puedan evitar caer al fondo. Extraña seducción que, desde el principio de los siglos, se escribe con nombres tan diferentes y que termina por ser, cuando aparece en carne y hueso, un oficial de húsares, con ojos soñadores y sonrisa de asombro.
He aquí una galería de libros para leer o releer este verano y para reencontrarse con "el eterno masculino"
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