Bailar pegados

 


Recuerdo que era noche, era verano y era Cádiz. En el paseo marítimo había un local de esos que parecían americanos, con poca luz, mucho humo y unas cortinas espesas que lo ocultaban todo. Recuerdo que las mesas de cristal se llenaban enseguida, eran pequeñas. Y los camareros aún no eran chicas, sino muchachos amables tostados por el sol. Era nuestro escondido paraíso de los sábados, esos días en los que podíamos ser nosotros mismos, sin obligaciones, preguntas o parejas extrañas. Éramos dos fugitivos de la nostalgia, dos demasiado locos y sin remedio y nos gustaba estar allí bailando porque en ese baile nos sentíamos personajes de la Regencia, gente elegante y con ganas de vivir sin otra exclusión que ese silencio que estaba a punto de instalarse. 

Recuerdo que era tarde y que era Sergio Dalma, que su risa era también la tuya, y que bailamos pegados mientras él cantaba y la gente movía la cabeza. Como si fuera ayer recuerdo el color de tu camisa, el verde de tus ojos, el moreno de tus manos y la sonrisa tan llena de blancura que amordazaba todos los adioses. Quién se moviera al compás de esa voz todo el tiempo del mundo, quién recordara la dirección exacta del sentimiento aquel, quién abriera una caja de recuerdos en la que los secretos tuvieran nombre y apellidos, quién aliviara esta soledad y pusiera su brazo en mi cintura, para bailar pegados, contigo y Sergio Dalma.

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