Notas sobre libros, lectura y escritura. Víctor Colden
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Resiste la tentación con todas tus fuerzas: no quieras conocer a tus autores preferidos. ¡Resiste con todas tus fuerzas!
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Hace unos días volví a encontrarme con una de esas boutades que tal vez encierren algo de verdad, pero que ya cansan por repetidas: «El escritor también lo es cuando no escribe». Sí, muy bien, muy bien, pero que escriba.
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En nuestras estanterías juntamos a veces, con un poco de zumba, los libros de autores enemistados (Marsé y Umbral, Trapiello y Marías…). «Venga, a hacer las paces».
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¿Se puede escribir una novela sin una buena dosis de egoísmo? El que se necesita para, haciendo caso omiso de lo de alrededor, dedicarse a ir levantando ese otro mundo.
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Por un lado, quienes critican desdeñosamente una novela porque en ella pasan cosas. Por el otro, quienes desprecian los textos en los que no pasa nada. «La obra de X es superior, porque sus personajes están vivos», asegura uno. «Z sí que es un autor moderno», afirma otro, «porque sus libros se sostienen en el lenguaje, y no hace falta en ellos ni anécdota ni casi personajes». A los lectores que apreciamos obras de tipos distintos —pensamos que en todos puede alcanzarse la excelencia—, estos juicios categóricos nos aburren. Y empezamos a sospechar que se sustentan solo en gustos personales: «Prefiero esto, y busco una justificación para sostener que es mejor que aquello».
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—Extraño concepto de la amistad el de los amigos que no compran los libros que uno escribe.
—¡Más extraño aún el tuyo, al escribirlos y pretender que los compren!
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Parece que no basta ser autor, editor, librero o bibliófilo: raramente se encuentra ya a uno que sepa, en un libro, cuál es su portada, y que no utilice esa palabra para referirse a lo que en realidad se llama tapa o cubierta. (Bibliotecarios sí, deben de quedar algunos…).
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Si no te quejas de lo poco que se venden tus libros, de la escasa promoción que hace la editorial, de la indiferencia en torno a lo que escribes…, ¿no será que en el fondo no eres escritor?
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Escritores que no hablan nunca bien de otros escritores, de sus libros. Ni mal. Solo hablan de sí mismos, de sus propios libros. Qué… asfixiante. Y qué sospechoso.
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También en literatura (¿sobre todo en literatura?) anda a veces el rey desnudo: y muchos lo aplauden al pasar, convencidos ya tal vez —o no— por el entusiasmo de los otros.
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Escritores que no escriben: uno de ellos, que no produjo nada en años, me confesó que durante aquel tiempo sintió cómo su estilo iba evolucionando.
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La fascinación por los autores suicidas. Woolf, Pavese, Plath, Pizarnik, no sé. Hay lectores que se quedan atrapados ahí. Cada uno hace sus elecciones, claro, y tiene sus gustos (a mí me encantan Woolf y Pavese), pero quedarse atrapado ahí…, no sé.
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La novela debe ser así. La novela debe ser asá. La poesía tiene que hablar de esto. La poesía tiene que hablar de aquello. Marguerite Duras: «Escribir no es contar una historia». Torrente Ballester: «La literatura es imaginación o no es nada». Bla, bla, bla… Será cuestión de edad, pero cada vez aguanto peor estos dictámenes arbitrarios, tantas veces basados en meras preferencias o limitaciones personales, cuando no en una extraña incomprensión de lo ancha y variada que es la literatura.
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