No queda más remedio que hablar de amor
(Jackson Pollock)
(Hans Hoffman)
(Willem De Kooning)
(Jasper Johns)
En oleadas, desde la adolescencia, todas las conversaciones han tenido en el fondo el amor. Y todas sus variantes: el desamor, el desprecio, la atracción, la pasión, el beso, el abrazo, el encuentro, la búsqueda, la conquista, la seducción, la pérdida. Las chicas del océano atlántico charlaban en las casapuertas o en las azoteas. Susurros convertidos en olas. Olas vibrantes de salitre amoroso. Mareas que iban y venían según las edades, el tiempo, las estaciones, la presencia o la ausencia de los muchachos amados.
La juventud es el tiempo en el que las preguntas comienzan a tener respuestas y a tener otras preguntas adosadas. Cada pregunta tiene consecuencias. Secuelas. Has escogido al hombre inadecuado. Has llamado a una puerta cerrada. Te has equivocado al creerte enamorada. Esto no es el amor, es otra cosa. El amor limpia las lágrimas y las encera, las convierte en inamovibles ejemplos de una llama que corre por tu rostro como si no hubiera más tiempo que el de la espera permanente. Pasas más tiempo esperando que haciendo: esperas que te llame, esperas que te quiera, esperas que te entienda, esperas que te bese. La espera es el signo del amor juvenil, de esa clase de amor que no tiene sustancia todavía, que es fuego, aire o vino sin madurar y sin trasladar a una vibrante copa de cristal que suene al tacto.
Todos esos amores son amores pero queda el amor. No hay tal si no soporta tempestades, no hay tal si todo se reduce al sufrimiento de no sentirte amada. No hay amor si enfrente no está el otro sino una muestra palpable de absurda tontería. Viéndolo así hay gente que elige, de todas formas, sufrir por amor porque eso mola, porque eso llena los papeles de versos esquivos, porque eso viste de cara a las demás. Un error. Monumental error que conduce a un abismo irrecuperable. La historia se pierde en engaños y las palabras dejan de caer en terreno cultivable, ahora es un yermo lo que recibe las declaraciones, los abrazos clandestinos y las búsquedas. Mentiras.
Sin embargo, en medio de la hostil basura de los sentimientos anclados en un paraíso romántico inexistente, que ni siquiera en los libros tiene final feliz, sin embargo, hay veces en que la historia se escribe con letras rectas y sin meandros. Hay veces que el amor tiene su exacto sentido, su verdad, su auténtica verdad inconmensurable, plena y estrictamente tuya, sin intermediarios, ni poses, ni estrellas, ni fotos a la luz de la luna. Es amor el amor y hay veces que aparece. No siempre, porque todos no son afortunados. Pero hay veces que sí. Y no hay dolor, ni miedo, ni angustia, ni sospecha. Solo claridad infinita, infinito encuentro en lo más claro y en el todo. Es cierto que no dura siempre. Pero existe.
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