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"Persuasión" o la tristeza

 


MISS SARAH RODBARD

Oleo sobre tela por George Romney, pintor inglés, (1734-1802)

Aunque se suele decir que Persuasión es la novela de las segundas oportunidades, más bien me parece que es una novela muy triste, la novela más triste de todas las que escribió Jane Austen. Tan triste que la unión final de la pareja no compensa el rosario de decepciones que la precede. Leída con la mirada de ahora, diríamos que es una novela realista, pues no escatima ocasión de hacernos ver el lado más amargo de la vida. Por eso, quizá, sea la tristeza su elemento definitorio y por eso se separa del resto de las obras escritas por Austen. 

No es la primera vez que aparece una huérfana pero, en esta ocasión, tiene el problema añadido de que su padre no la quiere. Y lo demuestra abiertamente. Tampoco la aprecian sus dos hermanas. Anne Elliot es una muchacha sin afectos. La persona debería haber velado por su felicidad, su amiga Lady Russell, le dio el consejo equivocado. No calibró lo que significaba para ella el amor de Frederick Wentworth y eso hizo que perdiera la primera de las oportunidades. El poso de dolor que esa situación dejó se añade a lo que ya Anne percibía desde pequeña: sin madre, con un padre absorto en sí mismo, con dos hermanas egoístas y ramplonas. No hay retrato más desolador sobre todo para una muchacha sensible como ella. 

Anne Elliot es, además, una protagonista mediocre. Ni demasiado guapa, ni demasiado lista, ni demasiado rica. Es una persona tan normal como podemos serlo cualquiera de nosotros. Sus dones son los que solemos tener, sus talentos son los nuestros. Por eso resulta más fácil aún ponerse en su lugar. Por eso, Anne Elliot despierta nuestra compasión. Envidiamos a Emma Woodhouse, queremos a Elizabeth Bennet, nos reímos con Catherine Morland, consideramos algo fastidiosa a Fanny Price y discutimos con pasión con las hermanas Dashwood. Pero Anne nos produce lástima. 

La melancolía del amor contrariado ensombreció las ilusiones de su juventud, y como efecto definitivo de aquel sacrificio pasional, su lozanía se esfumó y huyó para siempre la alegría de su espíritu, hasta entonces, animoso y optimista. 

Exactamente así transcurren los siete años que median entre su rechazo al amor de su vida y su reencuentro. En ese espacio de tiempo hubo sinsabores debidos al derroche continuo de su padre, que obligó a dejar la casa familiar para irse de alquiler a un lugar que no le gustaba nada a Anne, Bath, el sitio balneario de la frivolidad. Tampoco a Jane Austen le gustaba. Hubo, además, que ayudar a sus hermanas que, por su falta de pericia y por su egoísmo, la consideraban un pasmarote a su servicio. Poca alegría, ninguna ilusión, ningún temperamento puede soportar esto. 

Resulta curioso que la novela más triste de todas sea también la que incluye las más detalladas descripciones de la naturaleza. O quizá es algo natural. Si la vida no te trae alegrías has de buscarla donde puedas. Y los paisajes que recorre Anne Elliot son para ella ese lugar recóndito en el que puede pensar con tranquilidad y en el que puede recurrir a su mayor dosis de paciencia para soportar sinsabores. El espigón, los valles, el mar, las plantas, todo se convierte en motivo de dicha y, a la vez, en telón de fondo de las peripecias que conducirán a Anne junto a Frederick sin que, en un principio, pudiera sospecharse. Es el mar el que se convierte en un referente emocional de la novela, el sitio al que se vuelve para ser feliz y el que, para la autora, era también una forma de disfrutar de la vida al extremo. Sus estancias de veraneo en la costa quedan aquí reflejadas de una forma consciente y generosa. 

La tristeza de Anne Elliot es mucho mayor por cuanto no hace ostentación de ella. No va, como se suele decir, llorando por los rincones. No pregona su malestar a los cuatro vientos. Antes al contrario, lo guarda para sí. Es ese recogimiento, esa interiorización del dolor, lo que convierte a Persuasión en una novela moderna. La psicología del personaje se sobrepone a sus actos y nos la presenta por dentro, sabemos qué siente aunque no haga nada, sabemos qué piensa y sabemos hacia donde se conduce su corazón. No es vana sensiblería, no es coquetería absurda, no es placer frívolo. Es profundamente humano. Es el deseo que todos llevamos sin saberlo de que en nuestra vida haya una pasión que la ilumine con permanencia. 

(Escuchando a Mozart)

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