De Cádiz
Como todos los lugares en los que uno ha nacido y vivido, Cádiz no es solamente una ciudad, ni es una provincia, ni un enclave geográfico. Es la suma de tu biografía y tu pensamiento. Un reducto vital que nada ni nadie puede modificar aunque lo intente. Da igual de qué forma hayas vivido y de qué forma lo observes. Tu infancia, tu adolescencia, tu tiempo, tu familia, tu calle, tus cosas, todo eso es tan indefinible que resulta imposible quedarse con solo una frase, un ejemplo.
Cádiz no existe. Existen ciudades y pueblos. Comarcas y mares. Océanos. Paisajes. Sones. Gentes. Caseríos, campos y campiñas. Oficios y labores. Un caleidoscopio que se vierte si lo agitas. Por eso es tan difícil quedarse con algo y por eso cada uno tiene su propio Cádiz. Cádiz es lo que queremos que sea. Muchas miradas, muchas visiones, muchas estadísticas, muchas luces y demasiadas sombras.
Lo mejor de todo es que no hay santificación, ni deidad ni mitología. Lo que hay es evidencia. Sensaciones, ratos, conversaciones, dichos, refranes, comidas y encuentros. Sin sacralizar. No necesitamos que nos bendigan, ni necesitamos ser los mejores ni los únicos. Ese silencio del pasar desapercibido es lo elegante. Los gaditanos elegantes son de pocas palabras, visten con acierto, mueven las manos con suavidad y saben usar los cubiertos de pescado. Están acostumbrados a ceder la palabra en las tertulias, a escuchar sin impacientarse y a comprender al otro. Así, siglos y siglos. Sin alharacas.
Ahora se ha puesto de moda. Y eso es lo peor que le puede pasar a cualquier lugar del mundo. Algunas playas están ocupadas por cierta clase "intelectual" que se reúne a pontificar y que no quiere ser molestada ni fotografiada. Algunas fiestas se han colonizado por gentes que pretenden convertirse en sabios. Algunos lugares se han rendido a los pies del extranjero (para Cádiz, todo el que sea de fuera de la provincia es "de por ahí afuera") y se pasan la vida queriendo agradar. Algunos hitos se han dibujado con colores diferentes. Algunas necesidades se han camuflado en un trampantojo de modernas aspiraciones. Algunos han venido a colonizarnos de nuevo, pero sin dejar trazadas calzadas ni construido puentes. Porque sí, porque ellos lo pueden.
Pero que nadie se engañe. La verdadera Cádiz está escondida, resguardada a la mirada superficial, esperando que el descubrimiento se produzca despacio, con el tiempo, haciendo que se trasluzca solamente aquello que desea traslucir. La verdadera Cádiz no está en anuncios, ni en programas de televisión, ni en las fiestas prostituidas por quienes no han comprendido nada, ni en los lugares transformados en platós o en platos cuadrados, ni en nada de eso que se ve por ahí sin demasiado fuste. No es eso, no es eso. Hay esencias que cuesta descubrir y esta se escapa. Por mucho que algunos gaditanos quieran ser los "graciosos" de turno, cual si el teatro del siglo de Oro reverdeciera. Por mucho que a tanta gente que llega atraída por el tópico se le antoje convertirse en embajadores de la nada. No es eso, no es eso. Y no os enteraréis de seguir por ese camino. Todo necesita tiempo y sustancia. Decantación y humildad. Y Cádiz lo sabe. Vosotros aún no lo habéis comprendido.
(El Nazareno de La Isla, verdadera esencia de la Semana Santa isleña, a pesar de quienes pretenden parecerse a Sevilla y quitarle su verdadero sentido, que hay mucho novelero en esto. Foto de Paqui Luna Mendoza)
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