Hacer lo justo
(Jeremy Northam es Sir Robert Morton y Rebecca Pidgeon es Catherine Winslow)
¡Qué emocionante es el descubrimiento, ese momento dulce en el que llega a ti una película, un libro, una obra de arte que no conocías! Eso mismo me ocurrió con esta película, de la que me dio noticia una amiga de brillante armadura y ternura oculta. Cada película, cada libro, llega en el momento adecuado. Exactamente igual que sucede con las personas. Llegan a tu vida, tocan a la puerta y, si eres capaz de abrirla, entonces le echan una gota de sal al agua fría o una pizca de pimienta al guiso. Entonces todo cambia, aunque no lo sepas, no lo notes o no lo reconozcas. Una parte de ti se entenderá a solas con lo que has descubierto.
El cadete Ronnie Winslow tiene catorce años y ha sido expulsado de la Academia Naval de Osbourne por robar cinco chelines a un compañero. Su llegada a casa, cargado con el peso de la expulsión y la deshonra, trastoca todos los planes familiares y pone a prueba la solidez de la familia. Estamos en Inglaterra, en el año de 1910. Ya hay rumores de guerra inminente. Gobierna el Reino Unido el partido liberal con Herbert Henry Asquith como primer ministro, que permanecerá en el poder entre 1908 y 1916.
La familia Winslow tiene una bonita casa. Grace, la madre, es una mujer tranquila, que no se complica la vida demasiado, que ama, sobre todo, el discurrir plácido de los días. El señor Arthur Winslow tiene una interesante biblioteca, padece de algunos achaques de salud y posee principios inquebrantables en según qué cosas. Hay una mezcla en él de comprensión y de rectitud a la hora de tratar con sus hijos. Catherine es la hija mayor y colabora con las sufragistas de forma altruista. Piensa que esta es una batalla perdida pero sigue en ella. El segundo hijo, Dickie, es un mal estudiante. También está Violet, la criada, casi una parte de la familia por todos los años que lleva con ellos. Y algunos amigos íntimos, como Desmond Curry, el abogado que está enamorado de Catherine, a pesar de que ella está comprometida con un alférez, John Watherstone, de buena familia.
Como sucede en los buenos dramas, la vuelta a casa de Ronnie y su expulsión tambalean el edificio. La suave tranquilidad de los días, los ritos cotidianos, la copa a tiempo, el cigarrillo, la cena bien dispuesta, la música y los libros, quedarán en segundo plano ante esta situación. La opción de no hacer nada y aguantar el chaparrón está en el aire, pero, aunque todos saben que se romperán cosas en el camino, hay un impulso tácito en seguir adelante. Para que el retrato resulte completo aparece Sir Robert Morton, un eminente letrado, a la par que miembro de la Cámara de los Comunes. Él llevará adelante la petición para que se abra juicio y, después, la defensa de Ronnie en la vista.
Hay momentos en la vida en que las personas tienen que elegir. O, mejor dicho, la vida está hecha de elecciones. Los Winslow tuvieron que elegir entre aceptar lo sucedido y seguir adelante, o luchar para que se hiciera lo justo. Hacer lo justo es hacer lo correcto, algo que va mucho más allá de la justicia, porque la justicia puede ir contra la razón, pero lo justo siempre es razonable. Los Winslow eligen defender la inocencia de Ronnie, creen en Ronnie, saben que no miente y eso es todo. No hacen falta diálogos interminables, charlas eternas, disquisiciones. Simples frases, conductas sencillas, equilibrio de emociones. Nadie lanza alaridos, nadie recrimina nada a los demás (salvo, al final, Grace, la madre, que se siente confusa en un mar de novedades), nadie reprocha el haber perdido algo en esta travesía.
(Sir Robert interroga al joven Ronnie para comprobar si es o no inocente)
Hay un pugilato verbal entre la joven Catherine, la hija con ideas sufragistas y mucho sentido común, y el brillante abogado, Sir Robert Morton, un hombre de éxito que lo tiene todo. A él le llama la atención la desenvoltura, el ingenio y el arrojo de ella, disimulado quizá en una conducta socialmente impecable. A ella le pueden los prejuicios. Piensa mal de él desde el principio y no quiere ver la realidad de lo que significa, ni tampoco de lo que le produce en su interior. Esa negación del sentimentalismo, o de lo sentimental, es una constante en la película. No pueden caer en eso porque sería hundirse. El único que llora, al final del juicio, es, sin embargo, Sir Robert.
La película tiene un exquisito guión de David Mamet que usó como base la obra de Terence Rattigan, un dramaturgo notable, cuyas obras fueron origen de versiones cinematográficas, por ejemplo, la excelente "Mesas separadas". Rattigan nació en Londres en 1911, es decir, un año después de los hechos narrados en esta obra, que tienen su origen en un caso real, que conmovió a la opinión pública. Ah, la opinión pública...Esa periodista que acude a la casa a entrevistar al chico y se entretiene preguntando sobre la tela de las cortinas, mientras deambula por las habitaciones sin saber muy bien dónde mirar y por qué...
Las obras de Rattigan son escrupulosamente elegantes, delicadas, sin abusos verbales ni movimientos innecesarios. En todas ellas late una contención emocional que se rompe muy rara vez y una especie de código de honor en los personajes que intentan siempre hacer lo que deben y no solo lo que ellos desean. La cámara busca los rostros para que podamos contemplar de cerca los efectos de las palabras, las huellas de los dolores y las búsquedas. Hay algunos detalles que bastan por sí solos, como esa visión de la sortija de pedida guardada en una pequeña caja que Catherine mira o la puerta del jardín, abatida por la lluvia, en un movimiento sordo de vaivén, como si anunciara los golpes que la vida dará a la tranquila cotidianeidad de la familia.
Las obras de Rattigan son escrupulosamente elegantes, delicadas, sin abusos verbales ni movimientos innecesarios. En todas ellas late una contención emocional que se rompe muy rara vez y una especie de código de honor en los personajes que intentan siempre hacer lo que deben y no solo lo que ellos desean. La cámara busca los rostros para que podamos contemplar de cerca los efectos de las palabras, las huellas de los dolores y las búsquedas. Hay algunos detalles que bastan por sí solos, como esa visión de la sortija de pedida guardada en una pequeña caja que Catherine mira o la puerta del jardín, abatida por la lluvia, en un movimiento sordo de vaivén, como si anunciara los golpes que la vida dará a la tranquila cotidianeidad de la familia.
(Nigel Hawthorne es un excelente señor Winslow)
La historia se desliza con suavidad pero sin paradas. Lenta pero segura. Los personajes van cambiando imperceptiblemente. El padre, se hace más anciano y enfermo. La madre, más insegura y nerviosa. El hijo mediano, más responsable. El pequeño, más adulto. Y Sir Robert abre la puerta a la emocionante aventura del amor sin saberlo siquiera. Es uno de esos hombres que se empeñan en parecer peor de lo que son, observa la muchacha. Uno de esos hombres que prefiere ser temido que amado, sigue observando. Por su parte, Catherine, aunque no lo sabe, ha terminado de olvidar, si es que lo recordó alguna vez, a su prometido que la abandona, para cruzar una puerta en la que encontrará a alguien que, aparentemente, es muy distinto a ella. Catherine conoce poco a los hombres. Y Sir Robert, apenas conoce a las mujeres. Este puede ser el principio de una hermosa amistad o de algo más. Porque no es "Casablanca" sino "El caso Winslow".
The Winslow Boy
Año 1999
Dirección David Mamet
Guion David Mamet (Obra: Terence Rattigan)
Reparto
Nigel Hawthorne, Rebecca Pidgeon, Jeremy Northam, Guy Edwards, Colin Stinton, Gemma Jones, Matthew Pidgeon, Aden Gillett, Sarah Flind, Sara Stewart
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