"Proscritas. Cinco mujeres que cambiaron el mundo" de Lyndall Gordon
(Retrato de Olive Schreiner)
Lo que hacen estas cinco mujeres es hablar cuando no debían o cuando se esperaba que estuviesen calladas. No debe parecernos nada raro. Las mujeres tomaron la palabra muy tarde, la palabra pública, me refiero. En la intimidad, en el interior de los hogares, las mujeres decidían y luchaban por la prole y la familia de una forma constante y decidida. Pero cuando se traspasaban los umbrales y se salía a la calle, a la vida política, al arte o a la simple expresión de la opinión, entonces los que tenían la palabra eran los hombres. La salida al exterior de las mujeres tuvo en la literatura una forma de colarse por la puerta de atrás. Las mujeres que escribían, aunque no firmaran con sus nombres y lo hicieran con iniciales, con los nombres de sus esposos o de otros hombres, tuvieron la capacidad de abanderar, sin quererlo o con intención, la salida al exterior de todas las voces femeninas. El silencio terminó para muchas de ellas, no solamente las que escribían, sino las que leían sus obras.
(Retrato de juventud de George Eliot, cuando era todavía Mary Ann Evans, 25 años)
Este libro de Lyndall Gordon habla de cinco mujeres. Podía haber elegido otras cinco, otras diez, pero esta es su elección y en el desarrollo de la historia nos ofrece sus motivos. Todas ellas nacieron en el siglo XIX y tres de ellas vivieron en este siglo sin llegar al siguiente. Viven, por lo tanto, en una época apasionante, cambiante, que vio crecer ideas filosóficas de calado que todavía perduran y que han constituido un inmenso vivero de pensamiento que lo ha impregnado todo. Algunas de ellas tenían una situación familiar favorable para la cultura, con padres que favorecieron su formación o con contactos que pudieron contribuir a su desenvolvimiento social y personal. Otras, en cambio, lo pasaron francamente mal y su supervivencia física estuvo a la par de su lucha cultural y profesional.
(Uno de los escasos retratos de Emily Brontë, la más agraciada de las hermanas, según se cuenta)
Emily Brontë (Thornton, Yorkshire, 30 de julio de 1818- Haworth, Yorkshire, 19 de diciembre de 1848) es la que menos tiempo vivió. Como toda su familia vivió una vida breve pero llena de vicisitudes. Su obra "Cumbres Borrascosas" es la principal referencia que usa Gordon para transmitirnos la idea de la dificultad de mostrarse ante el mundo como una mujer que escribía de temas tan complicados y desagradables, algo que no podía aceptarse con facilidad. A Emily le sentó muy mal, por cierto, que sus hermanas Charlotte y Anne desvelaran su verdadera identidad a un editor, con el fin de desbaratar la teoría de que todas las novelas y poemas eran del mismo autor. Ese desvelamiento tuvo que ser terrible para alguien que ocultaba sus propios poemas a sus hermanas.
(Virginia Woolf)
George Eliot (Mary Ann Evans, Nuneaton, Warwickshire, 22 de noviembre de 1818-Chelsea, Londres, 22 de diciembre de 1880) nació un año después de Emily Brontë pero tenía una percepción de la realidad muy distinta y un carácter muy diferente. Lo que en Brontë era timidez, en Eliot era osadía. Realizó muchas traducciones antes de lanzarse a crear sus propias historias, algo que le costó hacer y que le supuso contratiempos de todo tiempo. Su apoyo en el mundo literario y en su vida personal fue George Henry Lewes, escritor y crítico literario, casado y con hijos, con quien tuvo una larguísima relación que le ayudó a verse como era, una escritura aguda, dotada de un talento especial, que se refleja en sus obras, algunas de ellas de enorme éxito de público y crítica, como "Middlemarch", "El molino del Floss", "Silas Warner", "Adam Bede", "Daniel Deronda", entre otras.
La influencia de las ideas de Herbert Spencer estuvo muy presente en ella, como también le ocurrirá a Olive Schreiner.
(Mary Shelley)
La hija de la activista, filósofa y escritora Mary Wollstonecraft, de soltera María Godwin, nació en Londres el 30 de agosto de 1797 y murió en esta misma ciudad el 1 de febrero de 1851. Es pues la mayor de todas las escritoras a las que alude Gordon en el libro. Tuvo un ambiente familiar privilegiado en orden a poder estudiar, conocer gente y codearse con lo más poderoso de la vida cultural de entonces. Como ocurría con otras de las escritoras aquí citadas, en su vida familiar había hijos de distintos padres y madres, formando unas familias que hoy llamaríamos disfuncionales. Su existencia fue difícil por muchos motivos. Y su imaginación portentosa, no en vano es la autora de esa obra tan completa y tan extraordinaria llamada "Frankestein", cuya trascendencia va más allá de la literatura. El amor de su vida, su mentor, la persona que confiaba en ella hasta el extremo, fue el poeta Shelley, que estaba casado y con dificultades materiales y familiares toda la vida. No fue una unión fácil pero a Mary la hizo afirmarse en su condición de escritora. Una de sus hermanastras, Claire Clairmont, fue la amante de Lord Byron y el libro nos presentan a ambos, Byron y Shelley, desde un punto de vista muy poco favorecedor. Predicaban pero no daban trigo, al parecer.
Olive Emilie Albertina Schreiner, Olive Schreiner en la literatura, nació y murió en Sudáfrica, el 24 de marzo de 1855 y el 11 de diciembre de 1920, respectivamente. Su vida fue muy complicada, tanto por problemas familiares, por escasez económica y por su mala salud. Se casó con Samuel Cron Cronwright y dedicó sus esfuerzos a luchar por mejorar la situación política de su país y los derechos de la mujer, con una conciencia clara y plena de ello. Su obra más conocida y la más significativa es "La mujer y el trabajo". Para nosotros es uno de esos nombres nuevos que aparecen de vez en cuando y que establecen una especie de nexo de unión entre distintas voluntades que, a lo largo de épocas diferentes y lugares lejanos, tienen una misma voluntad de superación.
La más influyente de las autoras aquí recogidas es, sin duda, Virginia Wolf. Adeline Virginia Stephen nació en Londres el 25 de enero de 1882 y murió en Sussex el 28 de marzo de 1941. Su familia estaba llena de autoridades académicas y de personas cultas. Ella misma perteneció al influyente grupo de Bloomsbury y las obras que escribió siguen estando vigentes en su modernidad, su estilo y su contenido. Las principales son "La señora Dalloway", "Al faro", "Orlando", "Las olas" y el pequeño pero esclarecedor ensayo "Una habitación con vistas" de 1929. Su matrimonio con Leonard Woolf fue uno de los puntos de anclaje en su vida, complicada desde el punto de vista emocional y mental.
¿Cuál es el motivo por el que Lyndall Gordon considera proscritas a estas mujeres? Quizá podamos encontrar una primera explicación en la forma en que titula los capítulos dedicados a cada una de ellas: Mary Shelley («Prodigio»), Emily Bronté («Visionaria»), George Eliot («Rebelde»), Olive Schreiner («Oradora») y Virginia Woolf («Exploradora»). El caso es que todas tienen en común una voluntad indesmayable a la hora de expresar por escrito el producto de su imaginación y de su verdad, las dos condiciones que atribuía la pionera de todas ellas, la precursora, Jane Austen, a la obra literaria. Incluso en el caso de las Brontë, que no leyeron a Austen, o de George Eliot, que la despreciaba por demasiado "femenina", la obra de Austen, a la que aquí se menciona de pasada, fue el primer peldaño de esta escalera, con subidas y bajadas intermitentes, y que permitió consolidar la voz femenina en la literatura. La más consciente de todo ello, Virginia Wolf, así lo reconoce en su ensayo citado.
Pero Gordon pone el dedo en la llaga cuando afirma que estas cinco escritoras tuvieron que cruzar un árido desierto, no solo para publicar, sino para escribir siguiendo su propio estilo, al modo en que querían y deseaban. No bastaba con que fueran traductoras, un oficio muy femenino entonces (y yo diría que también ahora). No basta con que ayudaran a sus parejas a consolidar sus carreras, entrando en el terreno tan "femenino" de la espera y la comprensión, sino que se hacía necesario un paso más. Eran ellas en sí mismas y del modo en que ellas lo preferían. Por eso el libro tiene un carácter tan iluminador, porque despoja a la mujer de esos adjetivos tan propios de quienes siempre han temido la inteligencia femenina y la manifestación de esta inteligencia en los caminos del arte.
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