Una granja en Dorset
En Dorset (Inglaterra), 1870. La dureza de la vida hace que los hombres y las mujeres tengan que soportar situaciones límite. Una de esas mujeres, Bathsheba Everdene, reluce como una perla blanca entre la suciedad de los campos, lo apagado de los crepúsculos, lo inseguro de los amaneceres. Bathsheba abomina de su nombre y siente rebeldía ante su situación. Una mujer en un mundo de hombres que, de pronto, recibe una herencia que cambiará las cosas que, hasta entonces, habían constituido su mundo. Una granja.
Contra lo que pensamos, una granja no es un sitio idílico en el que uno puede dejar pasar el tiempo con suavidad y sin recelo. No es un espacio abierto al ciclo de la vida, lleno de sorpresas agradables y de evidencias claras. Todo lo contrario. Una granja es un conflicto. Es un lugar en el que conviven personas que no tienen nada en común, salvo, quizá, la necesidad de sobrevivir. Querer vivir y lograrlo es el objetivo. Las manos se tiñen de oscuro y los ojos se llenan de polvo cuando se aventa el trigo. Las canciones solamente surgen al calor de la lumbre cuando hay alguna fiesta señalada. El resto del tiempo, los hombres y las mujeres trabajan abatidos, mezclados con los animales, que, sin duda, son más valiosos que ellos.
Pero el amor surge en cualquier parte. Lo sabemos. Es una llama que se inicia con una chispa mínima, un pequeño elemento. Una mirada, un cuerpo que se agita, una galopada a mitad de la tarde, un gesto. Bathsheba despierta el amor de los que la rodean a cada paso. También el odio, sin duda, pero el amor tiene más fuerza, es más constante, más peligroso a veces. Tres hombres ocupan su territorio sentimental, tres hombres diferentes, cada uno de los cuales jugará sus cartas. En el centro del juego, ella, Bathsheba, a veces arrogante, otras luminosa, en ocasiones tierna, siempre fuerte y decidida. Ojos que guardan lágrimas que no deben caer en el suelo atravesado siempre por las botas claveteadas de los soldados o los zapatos llenos de barro de los campesinos.
Frank Troy amaba a Fanny, la dulce muchacha que se equivocó de iglesia y que no acudió a su boda, después de huir y de dejar su nombre y su fama tirados por el suelo. Está llena de barro y en su vientre va el hijo del pecado. Frank Troy lleva casaca roja y tiene el gesto altivo. Pero sus ojos, ay sus ojos, cambian de color y de registro cuando reencuentra a Fanny y en un momento dado confesará que, al fin, él solo era un hombre enamorado: “Ella muerta significa mucho más para mí que tú viva”. Dolor, dolor de nuevo.
William Boldwood es un hombre triste. Uno de esos triunfadores, ricos, llenos de privilegios que, sin embargo, no saben enhebrar su vida. Caminan de forma lastimera cuando debieran pisar fuerte. No sabe que las mujeres necesitan certezas y, sobre todo, un beso profundo al estilo del que Frank Troy lanza a Bathsheba sin permiso. Nadie debe preguntar si un beso es oportuno. Se besa y nada más. Pero Boldwood no es un hombre de besos, sino que necesita una madre que lo cuide, una voz que lo sustente, un hombro en el que llorar. ¿Qué mujer se entregaría plenamente a alguien que no la desea tanto como el amor requiere?
“El último y el primero rincón para el sol más grande, sepultura de esta vida, donde tus ojos no caben, allí quisiera tenderme, para desenamorarme”. Gabriel Oak, el ovejero, el hombre rudo de ojos tiernos, no conocía a Miguel Hernández, pero podía haber escrito esos versos. Es su perfil el del hombre cabal que se enamora y no entiende otra cosa que la lealtad al objeto de su amor. Gabriel sufre sin que nadie note en su gesto de campesino otra cosa que un leve enrojecimiento de los ojos. Su boca parpadea, casi inconscientemente. Sus manos tiemblan, pero nadie sabe que anida en él aquella proposición de matrimonio que hizo a la señorita Everdene cuando ella no era nada y él tenía cincuenta ovejas de lana que su perro lanzó al pie del agua.
Los cálidos atardeceres se alían con la música. El discurrir de la historia es un plácido río. Los corazones atisban el dolor y lo sortean. La naturaleza es el escenario en el que todo se convierte en rito. Las esperanzas se renuevan y, a veces, se destruyen. Como la vida misma. Como si cualquiera de nosotros viviera en ese espacio abierto y, al tiempo, tan desnudo, tan plagado de sueños imposibles como lo están nuestras vigilias.
Sinopsis:
Bathsheba Everdene es una joven luchadora y de fuerte personalidad que quiere salvaguardar su independencia en un mundo de hombres, en el que las mujeres apenas tienen sitio. Tras recibir la herencia de su tío, una granja, se encuentra rodeada por tres hombres, cada uno de los cuales juega un papel diferente en su vida.
Algunos detalles de interés:
La película está basada en la novela de Thomas Hardy “Far from the Madding Crowd”. Su director, Thomas Vinterberg filmó esta coproducción USA- Reino Unido (BBC Films / DNA Films / Fox Searchlight Pictures), sobre un guión firmado por David Nicholls, respetando ampliamente el estilo y el espíritu de la excelente novela de Hardy. La música de Craig Armstrong y la fotografía de Charlotte Bruus Christensen, sirven de forma eficaz al objetivo de construir un drama romántico con tintes épicos.
El reparto, encabezado por una excelente Carey Mulligan, está formado por Matthias Schoenaerts (Oak), Michael Sheen (Boldwood) y Tom Sturridge (Troy) en sus principales papeles, además de Juno Temple, Jessica Barden, Hilton McRae, Richard Dixon, Bradley Hall, Jamie Lee-Hill, Eloise Oliver, John Neville, David Golt, Lilian Price, Michael Jan Dixon.
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