Ir al contenido principal

Sálvame de esta gatita


Miranda Frayle y Don Lucas, actores de mediana fama, hollywoodenses en activo, han roto. Después de protagonizar varias películas, su tórrido romance se ha terminado y ella da en consolarse, al estilo de otras de su oficio, con un aristócrata que merodea por la Riviera Francesa en busca de ligues con los que poder soportar la pesada vida del Lord inglés. 

La prensa del corazón acecha a Miranda y a su nuevo amor, Nigel Marshwood. Los titulares recorren de un lado a otro el Reino Unido, moviendo los cimientos de la buena sociedad, que ve con preocupación estos devaneos de uno de los suyos. Devaneos públicos, se entiende. Ya sabemos que la discreción es la salsa de todos estos guisos. Pero Miranda Frayle es de todo menos discreta. 

Desde luego, en Marshwood House, la conmoción es absoluta. Aunque Felicity, la mamá de Nigel, quiera disimularlo con su sonrisa amplia y su elegante contención, nadie deja de pensar en el problema que se avecina. Ahí es nada. Miranda Frayle convertida en Lady Marshwood, presidiendo la cuestación de caridad, la caza del zorro y el baile de disfraces del domingo anterior a la Navidad. Un desastre. 

Casi tanto como en Felicity, el desasosiego ocupa la mente de Moxie, Dora Moxton, su asistente personal y amiga desde hace veinte años. Moxie y el sobrino de Lady Marshwood, Peter Ingleton, comparten confidencias incluso con el fiel mayordomo, el hilarante e inteligente Frederick Crestwell. Entre todos han de hallar una rápida solución, ya que el descapotable negro que conduce Nigel se acerca con rapidez y peligrosamente, a la mansión. Como si Max de Winter llegara a Manderley con su nueva esposa, la muchacha sin nombre. 

El trasiego de unos y de otros, las puertas que se abren y cierran, los martinis que se sirven, las criadas que asoman la nariz por donde no deben, las habitaciones con nombres suntuosos (la habitación japonesa, la habitación adamascada), las velas encendidas, la piscina para que naden las sirenas, los vestidos ampulosos, los flequillos inabordables, la charla inmisericorde….todo ello se alía con una historia sobrevenida que, ay, nadie conocía y que será capaz de salvarlos. 

“Relative values” titulada en España “Gente con clase”, es cine dentro del cine y teatro dentro del cine. Es la ocasión propicia para ver cómo, en 1953, la gente de la aristocracia rural inglesa vivía anclada en sus costumbres y no tenía ni idea de que en la otra punta del mundo, en la Fábrica de las Ilusiones (esto es Hollywood, decía con secreta esperanza Julia “Pretty Woman” Roberts), las cosas estaban cambiando muy deprisa, tan deprisa que les alcanzaría a ellos en un momento dado. La France es el paraíso en el que esos encuentros son posibles. La Côte d´Azur, la Riviére française…el paraíso del glamour y de los amores diferentes. 

Las copas tintinean mientras Felicity Andrews mantiene el tipo ante la amenaza que una star puede suponer para el tranquilo desarrollo de su vida en el hermoso castillo que heredará su hijo cuando encuentre una mujer a su altura. Las barreras sociales existen, aunque ella comparta confidencias con Moxie y con su mayordomo. Pero Felicity jamás reconocerá que ese romance desigual es una de sus preocupaciones. “No pienses, querida, es agotador” le dice a una “amiga” que intenta meter el dedo en la llaga. 

Al final, el vaquero sobrevenido en uno de los hermanos Baldwin (ninguna película sin un Baldwin dentro, esto es un dicho muy de Hollywood), logrará llevarse a su “gatita” por el sencillo método de besarla en el momento oportuno. Y no hay color. Entre el beso apasionado de un vaquero rudo y algo bebido y el beso protocolario, casi urgente, de un lord inglés, ninguna mujer tendría dudas. Salvo, eso sí, que el lord fuera Colin Firth (aquí iniciándose en el elegante ejercicio de vestir de tweed para cuando llegara Woody Allen) lo que no es el caso. Porque, en esta ocasión, a míster Firth le gusta más Don Lucas (el vaquero) que Miranda Frayle (la chica). 

Sinopsis: 

La pareja formada por el aristócrata inglés Lord Marshwood y la actriz americana Miranda Frayle, suscita el interés de todos los medios y el recelo de las personas cercanas a ambos. De este romance desigual surge la trama que generará situaciones cómicas, momentos absurdos, diálogos chispeantes y un desenlace come il faut. 

Algunos detalles de interés:

“Gente con clase” es una película del año 2000, de nacionalidad británica y dirigida por Eric Styles, sobre un guión de Paul Rathigan y Michael Walker, basado en la obra de teatro de Noël Coward. La música es de John Debney y la fotografía de Jimmy Debling. Fue producida por Overseas Filmgroup y la Midsummer Films. 

El reparto es de auténtico lujo: Julie Andrews (Felicity), William Baldwin (Don Lucas), Jeanne Tripplehorn (Miranda Frayle), Colin Firth (Peter Ingleton), Stephen Fry (Frederick Crestwell), Edward Atherton (Nigel Marshwood) y Sophie Thompson (Dora Moxton, “Moxie”)

Nöel Coward (Teddington, 1899-Kingston, 1973) es un dramaturgo, actor, guionista y compositor británico que recoge en sus obras el descrédito de las generaciones surgidas tras la Primera Guerra Mundial. El cotilleo sutil, la sátira de las costumbres sociales, los diálogos ingeniosos, los flashes contundentes, todo eso aparece en sus textos. Algunas de sus obras han sido llevadas al cine con notable éxito. 

La permanente dualidad entre los personajes “superiores” en clase social y la servidumbre, es uno de los encantos de esta película, algo que aparece en muchas de las obras de este escritor. Resulta delicioso ver el trajín de la criadas, asomándose a las ventanas en busca de novedades o escuchando detrás de las puertas. La figura omnipresente del mayordomo, Crestwell, es otro de los valores seguros. Los mejores diálogos son los suyos y hay una escena memorable con Don Lucas. 

Por su parte, Colin Firth, realiza una impecable interpretación de un aristócrata gay, sensible y lleno de mala baba a la hora de meter palito en candela para que la cosa alcance su clímax. 

Y, ¿qué decir de esas inocentes exploradoras que acechan a sus ídolos tras las verjas de la mansión? ¿Cómo no recordar que el fenómeno “fans” tuvo en los grandes estrenos de la Meca del Cine su gran precedente, mucho antes de que los peludos escarabajos ingleses tocaran en un local de Liverpool? 

La escena:

Alice, una de las criaditas, come palomitas en un cine mientras ve la última película de sus ídolos, Don Lucas y Miranda Frayle. En la oscuridad de la sala, los ojos claros de Alice centellean cuando, al fin, y después de mil peripecias de cartón piedra, Don besa apasionadamente a Miranda certificando con ese beso que los finales de cine son el alimento del espíritu para todos los que sueñan. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co